Les pondré pastores que las apacienten (Jer 23, 4). Venid a un lugar desierto a descansar un poco (Mc 6, 31)

El profeta Jeremías ve en el rebaño disperso el fracaso de los pastores que han descuidado sus deberes para con el pueblo que les estaba encomendado. Y con la imagen de otro pastor que lo sea de verdad despierta la esperanza de que él congregará a sus ovejas y las guiará a la vida. En él estará Dios como sabiduría, paz, justicia y seguridad para su pueblo.

También hoy puede aplicarse esta imagen a quienes nos gobiernan en lo religioso y en lo civil, y con ello acaso nos olvidemos de que nosotros, además de ovejas, somos también pastores y, por tanto, también a nosotros nos incumbe el deber de cuidar y educar cívica, moral y religiosamente con nuestra palabra y con nuestro ejemplo. Y lo primero que se me ofrece, en este sentido, es que hacer dejación de la autoridad en la familia o en la escuela ha dado lugar a lo que hoy estamos lamentando con numerosos jóvenes e incluso con no pocos adultos.

Recuerdo, a este propósito, la carta que una señora escribía a aquel gran sacerdote que se llamó José Luis Martín Descalzo y que él reproducía en una de sus obras: “¿Por qué –le preguntaba ella– a los jóvenes ahora ya nadie les habla de obediencia? El cuarto mandamiento –‘honrar padre y madre’– está completamente en desuso. Nadie habla de él: ni los profesores, ni los sacerdotes, nadie. Los mismos padres no se atreven a nombrarlo. Y lo peor es que si a un niño, por pequeño que sea, se le dice que obedezca, nunca falta alguien que te diga que obligarle es coartarle la libertad, que el niño tiene que nacer y crecer libre. El resultado es que los hijos no nos obedecen nunca… Y hasta presumen de que obedecer es algo antediluviano y pintan su desobediencia como signo de autenticidad, como un mérito”.

Me temo –comenta Martín Descalzo– que esta señora tiene muchísima razón. Pero me parece que el problema es más hondo de lo que ella piensa. Porque la verdad no es que sus hijos no obedezcan, sino que han dejado de obedecer a sus padres y obedecen a muchísimas otras cosas. Porque esos jóvenes que tanto presumen de libertad, de autenticidad, resulta que están obedeciendo a las modas, a las costumbres, a los “slogans”, a la televisión, al sexo, a las drogas tal vez, o en todo caso, al peor de los tiranos, su propio capricho.

Hay que volver, queridos oyentes, a hablar de la obediencia. Hay que decirles a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes que al cambiar de obediencia, menospreciando a sus padres e idolatrando lo que lo que impone la moda, están cambiando una obediencia que, en definitiva, es esclavitud. Queridos padres y madres, queridos cuantos habéis venido a participar del pan de la Palabra y de la Eucaristía, se hace necesario vivir lo que desempeñamos y somos en ese rebaño del Señor del que formamos parte, como pastores y como ovejas.

El segundo punto a tratar viene inspirado por la invitación hecha por Jesús a los apóstoles que acaban de llegar de la misión que les había encomendado: Venid a un lugar desierto a descansar un poco (Mc 6, 31). Habían regresado eufóricos con el éxito de la misión, aunque también cansados; Jesús también sabe de cansancio y ahí está su invitación. Ciertamente el trabajo agobia y por eso todos necesitamos un tiempo de reposo para recuperarnos del desgaste y volver con nuevas energías. La playa, el sol, la montaña, un sosegado relax pueden hacer recuperar ese equilibrio necesario, en el que encontraremos esa paz de la que nos habla san Pablo en la segunda lectura, una paz que sólo con Cristo Jesús puede ser completa.

Y por eso, las vacaciones o los fines de semana no pueden convertirse en un simple tiempo de evasión o libertad incontrolada que hacen de la persona un autómata, degradándole en vez de ennoblecerle. Algunos psicólogos atribuyen la tristeza característica de no pocos de los que regresan de sus vacaciones o de su fin de semana a algo que les está afeando su propia conciencia. Y es que el autocontrol y no dejarse arrastrar por lo que otros hacen supone sacrificio y renuncia, pero satisface infinitamente más que la anarquía.

Por cierto que, en medio de nuestro descanso vacacional nos puede sorprender lo que le pasó a Jesús y a sus apóstoles al desembarcar en el lugar escogido para descansar. Dice san Marcos: Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 6, 34). Por su parte los apóstoles vivirán la angustia de cómo dar de comer a aquella multitud que ha venido de lejos. El contratiempo que podamos encontrar hemos de encajarlo con tranquilidad.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *