CartaAnnua-Informe del P. Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (7)

3333550107_dd87082e26_q“El otro (escapado) fue el P. Andrés López, que en un partido de los Tapehuanes tenía su doctrina, en que se ve la especial Providencia con que el Señor dispuso la vida de uno y la muerte del otro: porque estando avisado el P. Andrés López para venir al Zape, al mismo tiempo que habiendo dispuesto su partida estaba ya a caballo para venir , en demanda de su venida, recibió carta de los Padres de El Zape, que dilatase el viaje, ora porque se transfería la fiesta, ora porque ya los Padres tenían algunos prenuncios y deslumbres, aunque hartas, de la inquietud de los indios, con que se detuvo, y tuvo tiempo para saber del alzamiento y ponerse en cobro (a salvo) como lo hizo, que, a no ser así, pasara la misma fortuna; retiróse a las minas de Indehé, donde quedaba pertrechado con treinta españoles, 20 de ellos arcabuceros, y estuvo allí, no del todo sin riesgo, porque andaban a la vista los escuadrones de los enemigos hasta que llegando a aquel Real el Gobernador, cuando después caminaba a Guanaceví, dejó en Indehé suficiente recaudo para su defensa”.

“El P. Hernando de Santarén, el mismo día que salió de su doctrina para bajar a este pueblo de El Zape, tuvo muy diferente suceso, porque muy pequeño rato después que se hubo partido de Guapijuje, llegó allí un propio con una carta del P. Andrés Tutiño, con que le daba aviso del rumor que entre sus Xíximes había corrido del alzamiento de los Tepehuanes que le tenía cuidadoso y no del todo seguro, por lo que después diré, y que así no saliese de su doctrina. No alcanzó este aviso al P. Hernando Santarén, y aunque se hizo diligencia para que lo tuviese, enviando hombres a caballo en pós de él, no pudieron alcanzarle y así hubo de caer en manos de los Tepehuanes, a quienes había también  doctrinado”.

“Llegó pues, el buen Padre, en la prosecución de su viaje, a un pueblo de Tepehuanes llamado Yoracapa y queriendo decir Misa, hizo llamar con la campana y a grandes voces al Fiscal, por recaudo para decirla, más entrando en la Iglesia, como la vio profanada, maltratado el Altar, arrastradas y desfiguradas las Imágenes, recelándose del mal que había, se volvió a poner a caballo para seguir su jornada. Aguardábanlo los indios, asechándolo al paso de un arroyo; aquí agarraron de él y le echaron de la mula abajo y él les preguntó ¿qué mal les había hecho, por qué lo mataban?  Respondieron ellos que ninguno; más que harto mal era para ellos ser Sacerdote , y con esto le dieron con un palo tan fiero golpe en el cerebro, que le esparcieron los sesos, dándole otras muchas heridas, con que el dicho Padre, invocando el dulcísimo Nombre de Jesús, acabó felizmente su jornada”.

                  “Se ha visto después acá, su cuerpo sin sepultura, a la orilla de un arroyo y desnudo, sin tener remedio de podérsela dar por ahora, como sí se dio por muchos días a los demás Padres y españoles que han muerto. Han llorado la muerte de dicho Padre Hernando de Santarén las mismas indias tepehuanes, mujeres de los matadores, cansadas de ver la crueldad de sus maridos contra sus Padres y Sacerdotes, que tan pacíficamente los doctrinaban”.

                  “Con el aviso que se dio en Guanaceví de las cosas de El Zape y con la falta del P. Alabés, salió al punto el Alcalde Mayor D. Juan de Alvear con doce soldados y llegaron a la media noche al puesto e Iglesia, a donde vieron el estrago que los idólatras habían hecho. Antes de llegar, encontraron a un hombre llamado Alonso Sánchez, ya difunto y cortadas las manos y abierto el vientre, y por el cementerio vieron muchos de los cuerpos desnudos y sembrados por todo el, muertos con la misma atrocidad, y otros dentro de la Iglesia. Vocearon por ver si se  había escapado alguno, y no respondiendo y volviéndose al Real con el sentimiento que fácilmente se deja entender, salió en pos de ellos una escuadra de enemigos con quienes pelearon valerosamente, y los fueron siguiendo por espacio de dos leguas, maltratándolos con muchas heridas, y al Alcalde Mayor le mataron el caballo y le dejaron a pie, con que corriera el mismo trance, si no lo socorriera un indio mexicano que se halló allí con su bestia y se apeó de ella e hizo subir al Alcalde D. Juan y esta lealtad que le salvó a él, puso al indio en términos de perder la vida, porque salió muy mal herido de la refriega, y aún le daban por muerto, hasta que al otro día apareció en el Real de Guanaceví. Venían los enemigos a caballo y a pie, vestidos de las ropas y bonetes de los Padres que dejaban muertos”.

  Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

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