Regla de Plata en la vida social: “no hacer daño a los demás”

Seguimos buscando los fundamentos de una verdad objetiva que fundamente la existencia y la vida humanas. Los filósofos y científicos han advertido desde hace tiempo, que las cosas llegan a su perfección mediante una especie de fuerza intrínseca. Hoy en día se lo atribuyen a la genética de los seres vivos. Las bellotas parecen poseer una fuerza intrínseca para convertirse en un roble, al igual que los seres humanos parecen poseer una fuerza intrínseca para conseguir el amor, lo perfecto, lo infinito, para alcanzar la verdad, bondad, belleza y el bienestar.
Una cosa es atribuir a la genética la propensión de una bellota para llegar a ser un roble. Otra muy distinta es atribuir a la genética la propensión del ser humano hacia lo perfecto y lo infinito. ¿Puede el deseo por lo perfecto y lo infinito atribuirse a un mecanismo genético que está esencialmente condicionado por parámetros bastante precisos, cualitativos y cuantitativos?
El deseo del ser humano por lo perfecto y lo infinito, ¿Puede ser explicado por un mecanismo que parece tener poco “espacio” en él para el infinito y lo eterno? Algunos piensan que estos poderes y deseos exclusivamente humanos, surgen de algo más que de una mera fuerza genética. Parecen surgir de una fuerza orientadora que está libre de estrictos parámetros cualitativos y cuantitativos, similar a lo que Aristóteles habría llamado un «alma». Cualquiera que sea el caso, los seres humanos parecen tener en su interior una fuerza orientadora intrínseca hacia el infinito, que lleva sus poderes a la perfección. Si esto es un «alma», entonces los seres humanos tienen un alma. Si no es más que la genética, entonces sería más importante probar y comprender los genes de la perfección, la incondicionalidad, lo infinito y la eternidad.
Si la fuerza indicadora del ser humano es solamente genética, o es el alma, o ambos, el reconocimiento de tal fuerza intrínseca, constituyen el tercer paso que nos ayudará a descubrir una definición objetiva de la persona. Esta tercera etapa trata de describir el diseño real, verdadero, es decir, la información verdadera de una cosa acerca de su perfección, sus objetivos, su realización plena.
Mediante la combinación de los tres pasos anteriores, tenemos los elementos esenciales de una definición objetiva de «persona», es decir, «un ser que posee una intrínseca fuerza (ya sea meramente genética, un alma, o ambas cosas) que lo orienta hacia lo incondicional, hacia lo perfecto y hacia la verdad infinita, la bondad, el amor, la belleza y el bienestar”.
Esta definición objetiva da lugar a un principio de crítica social acerca de la interpretación de los derechos de la «persona» humana. Puesto que cualquier ser debe ser tratado con una dignidad en proporción con su naturaleza, las personas deben ser tratadas con una dignidad incondicional proporcional con su naturaleza y que los orienta hacia la Verdad incondicional, al Amor, la Bondad, la Belleza y el Ser. Tal dignidad reconoce el valor intrínseco de un ser humano. Esta dignidad es el fundamento de los derechos inalienables, que reconoce un deber universal de proteger y promover esta dignidad incondicional.
En vista de la dignidad intrínseca e incondicional de la persona humana, no se puede, de ninguna manera correr el riesgo de dejar a un lado tal dignidad, que por otro lado no nos pertenece. Es intrínseca a la persona. Además, el daño hecho sería incondicional y absoluto. Por lo tanto, no podemos arriesgarnos a violar la Regla de Plata (“no hacer daño”), un daño que constituiría la destrucción de la dignidad de la persona. Tal vez el daño más grande causado a las personas en la historia humana ha sido el de asumir que un ser de origen humano no era una persona (es decir, que no posee una dignidad incondicional). Podemos ver esto con respecto a esclavitud en antiguos y tiempos recientes, en el genocidio, y en las persecuciones políticas totalitarias de todo tipo.
La Regla de Oro: “Haz a los otros lo que deseas que ellos te hagan a ti”, se refiere al hacer cosas favorables a los demás. La Regla de Plata, a la que aquí nos referimos, es la misma pero en forma negativa: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti”, y se refiere a los otros, no hacerles daño y al contrario, mostrar bondad hacia los demás. Al destruir la dignidad de la persona, al no asumir que todo ser humano es persona, faltamos a la Regla de Oro.
La única manera de prevenir estas clases de daños atroces es de hacer una suposición cultural crítica: que cada ser de origen humano sea considerado una persona. Las dudas acerca del ser persona nunca deben ser consideradas como una autorización para negar la misma persona. Un error en este sentido podría llevar a distintas formas de genocidio, de esclavitud y de privación de derechos políticos ya que no se fundamentan en evidencias, sino en dudas. Si nosotros como cultura no hacemos esta suposición crítica, “de considerar a cada ser de origen humano como persona”, corremos el riesgo de la posibilidad de poner en peligro la dignidad del ser humano, causando un daño irreparable al individuo y perjudicando seriamente nuestra cultura.

Durango, Dgo., 9 de octubre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Los principios que fundamentan la vida humana II

Seguimos en nuestra reflexión respecto a una reflexión filosófica, objetiva sobre los principios que fundamentan la existencia y la vida humana, para esto es importante iniciar buscando una definición objetiva de “persona” y que nos alejen de la posibilidad de definiciones subjetivas o caprichosas acerca de la “persona”. ¿Cuáles son las competencias distintivas de una persona humana?
Para nuestro objetivo, será suficiente aclarar algunas de las facultades que pertenecen a los seres de origen humano. Podemos, por supuesto, ver los poderes y capacidades que los seres humanos tienen en común con otros animales. Tenemos varios deseos biológicos. Nos involucramos en la actividad metabólica, crecemos, procreamos, y evitamos los estímulos dolorosos. Somos conscientes de las cosas fuera de nosotros. Somos capaces de sentir dolor. Experimentamos placer cuando los deseos se cumplen, y tenemos una capacidad de auto-movimiento que se basa en el deseo. Por ejemplo, nuestro deseo de comer (hambre) puede provocar un auto-movimiento cuando detectamos una fruta deliciosa en el árbol.
Los seres humanos, además, tienen competencias superiores incluso a las de los seres más desarrollados, como los sentimientos y la conciencia. Aquí no hay que entrar en el debate sobre si los vertebrados superiores realmente experimentan el amor o simplemente es una forma elevada de afecto. También queremos evitar la cuestión de si los vertebrados superiores son auto-conscientes o simplemente inconscientes. En este momento esto no se podría abordar con mayor veracidad. Por lo tanto, nos limitamos a lo que la mayoría de los filósofos consideran que es una creencia razonable: que los seres humanos parecen estar preocupados por el infinito, lo incondicional y lo perfecto.
Por supuesto, nosotros no podemos decir con toda seguridad que un águila no piensa en el infinito, ni acerca de la verdad, el amor o la belleza. Ciertamente que el águila no demuestra frustraciones por no haber logrado lo perfecto, ni la desesperación por no comprender el amor incondicional, tampoco la ira acerca de no crear una utopía perfecta, ni acerca de la frustración con las paradojas matemáticas del infinito. Su conocimiento de la belleza sublime, de la música parece ser más bien un olvido. Ellos simplemente no demuestran conductas que indican una preocupación por Dios o por el Infinito mismo, para obtener explicaciones y obtener respuestas correctas. Es por lo tanto razonable creer que los seres humanos son únicos los poseedores extraordinarios de estos poderes y características entre la especie vertebrada en esta tierra.
Alguien ha afirmado que cuando animales no humanos han agotado su capacidad frente a peligros biológicos y algunas oportunidades (como el alimento, el refugio, la reproducción, el evitar de dolor y animales de rapiña, e incluso de cariño), duermen. Cuando los humanos se enfrentan a lo mismo, es decir a peligros, retos, oportunidades y son incapaces de enfrentarlos, se hacen preguntas: acerca de su identidad, su destino, sus ideales, acerca del amor óptimo, la verdad incondicional, de un perfecto orden social, de la bondad óptima, de la belleza, se pregunta acerca del Infinito, del Sublime, de lo Místico, del Creador, acerca de Dios. No es simplemente la capacidad de hacer preguntas, es la capacidad de hacer preguntas acerca de lo que es último, incondicional, perfecto, infinito, absoluto y eterno, respecto al amor, la bondad, la verdad, la belleza y el ser. Esto es lo que humanos hacen extraordinariamente diferente en comparación con los otros miembros del reino animal. Por lo tanto es razonable creer que estos poderes y capacidades son característicos a seres de origen humano. Esto, por lo tanto, constituye parte de la definición objetiva de «persona».
También debe ser notado que las actividades y características antes mencionadas están ligadas a metas, ideales y a la perfección de la especie humana. Representan la perfección plena del ser humano. Aristóteles llamó a esto el «to ti en einai» («lo que esta destinado a ser», la “esencia” de las cosas). Llamó esta la mejor definición de una especie. Para Aristóteles, si se quiere descubrir la naturaleza de una cosa, habría que descubrir no sólo las capacidades y actividades sino también esas capacidades exclusivas que representaba el ser en su estado más perfeccionado. Esto constituye el segundo paso en el descubrimiento de la definición objetiva de una cosa (es decir, la perfección de su capacidad).

Los principios que fundamentan la vida humana

Es importante hacer una reflexión filosófica acerca de los Principios que fundamentan la existencia y la vida humana. Existe una confusión acerca de ello, especialmente entre los que se dedican a decidir y a legislar en materia de aborto, de eutanasia, y de otros temas que conciernen a la vida de los seres humanos. Se tiene que partir necesariamente de una definición de “persona”, basada en pruebas objetivas y que nos aleja de la posibilidad de definiciones subjetivas o caprichosas de la “persona”. Esto es de suma importancia ya que esto tiene que ver con la Teoría del Derecho, con la Doctrina y la Teoría Social, además, afecta a la Cultura, a la Educación y a la forma en que nos percibimos y relacionamos unos con otros.
Una definición incompleta de «persona» puede afectar negativamente a las personas y la cultura. Una noción incompleta de «persona» puede llevar a un sesgo o prejuicio, o peor aún, a la negación de la «persona» en algunos en particular o en grupos, incluso en su conjunto. Las consecuencias culturales pueden ir desde la confusión y la depresión, hasta la desigualdad, e incluso generar violencia. Por tanto, es imperativo ir más allá de las definiciones meramente nominales de «persona».
Las Definiciones comienzan con un componente subjetivo, un sistema de etiquetado, de modo que podamos conocer el dato (lo dado), que está representado por una palabra en particular. En este caso, los datos que le dan significado a la palabra «persona», se refieren, evidentemente, a un ser de origen humano. Por supuesto, esto es una generalización abstracta de una amplia gama de experiencias. Esta generalización se inicia en la infancia con las asociaciones entre la palabra «persona» y la experiencia que vive el niño de una serie de fenómenos particulares, concernientes a su experiencia de vida.
Si estamos hablando con niños y les queremos enseñar lo que la palabra «persona» significa, tratamos de transmitirles una serie de presentaciones con el intención de que puedan abstraer una categoría general en el que estas presentaciones puedan llegar a concluir en ellos: «Aquí hay una persona, un hombre. Y también a diferenciar, Hay otra persona, un bebé. Y hay otra persona, una mujer». Después de un tiempo, cuando el niño ha llegado a comprender, empieza a ver que “tal persona» significa una amplia gama de aspectos que tienen un origen humano. El género, la raza, la etapa de desarrollo en que se encuentra no son de particular consecuencias para ser «persona», pero el hecho de tener una madre y un padre humanos, sí es importante. En este punto, el niño se ha formado una definición nominal. Él sabe lo que la comunidad humana en general, entiende por «persona». Es una definición subjetiva. Esto es conveniente para el niño, pero insubstancial para los tribunales, las legislaturas y los que tienen el poder de crear perjuicios o incluso proscribir o negar los derechos.
En lo que se refiere a la “persona”, a lo que hay que llegar es a un proceso de descubrimiento, no de decisión. Estamos tratando de llegar a la naturaleza de algo, una naturaleza que existe en sí misma sin la ayuda de la inteligencia de cualquier otro ser humano o de una definición otorgada por algún poder. Una verdadera definición está orientada hacia el descubrimiento de lo que es, del cómo es, y a lo que estaba destinado a ser. No se trata de decidir estas cosas.
Comenzamos por preguntarnos acerca de las actividades de una cosa y las capacidades de lo que nos mueve desde el reino de las apariencias a la esfera de la naturaleza. Las apariencias no llegan a la naturaleza de las cosas, las actividades y las capacidades sí lo hacen. No nos gustaría decir que “Juan” no es una persona, ya que, como adulto, sólo ha alcanzado una estatura de un metro. Esto es inusual y accidental, ya que Juan podría mostrar la capacidad de realizar actividades humanas o tener la información necesaria para realizar estas actividades. Puede tener capacidades distintivas o actividades propias de los humanos, pero una apariencia irregular (un metro de estatura). Una vez más, no podemos considerar a Juan como persona por cuanto mide, o pesa, o por el color de su piel, de sus ojos o del pelo.
¿Cuáles son las competencias distintivas de una persona humana? Cuáles son las facultades que pertenecen a los seres de origen humano?

Durango, Dgo., 25 de Septiembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Cumplir la justicia a través de un salario justo

Hoy es un día apropiado para recordar la doctrina del Papa Juan Pablo II, en lo que se refiere a los hombres y mujeres de empresa y la “cuestión del justo salario” y que sigue vigente para nosotros. En el mensaje a los empresarios de nuestro país del 9 de Enero de 1990, en su visita a esta ciudad episcopal, les hacía un fuerte llamado “tenéis una grave responsabilidad respecto a las personas que trabajan en vuestras empresas… existen dos cuestiones importantes en el mundo de la empresa, el trabajo y la actividad económica. Es un campo que los hombres y mujeres de empresa deben plantearse a fondo y en serio. Y como empresarios católicos, no solo tratar el tema desde lo meramente técnico, sino teniendo en cuenta un horizonte mucho más amplio: el ser humano como persona. Los empresarios en la sociedad ocupan un lugar destacado y decisivo para generar empleos y salarios bien remunerados.
La responsabilidad más importante que tienen es la “actitud de servicio al bien común”. Éste afecta a todos. Tal responsabilidad tiene tres ejes fundamentales: las personas que forman parte de las empresas, la sociedad y el medio ambiente. Respecto a las personas, decía el papa, hay dos temas principales: el trabajo y la cuestión del justo salario.
Nos centramos en el tema del justo salario. “Como he escrito en la Encíclica “Laborem Exercens”: no existe en el contexto actual otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador-empresario que el constituido precisamente por la remuneración del trabajo” (nº 7). Este es el problema clave de la ética social: la justa remuneración por el trabajo realizado, su salario, hoy es el único modo de cumplir mejor la justicia en las relaciones trabajador-empresario. A través de la remuneración del trabajo, es como los seres humanos pueden acceder a los bienes que están destinados al uso común: tanto los bienes de la naturaleza como los que son fruto de la producción. El salario justo es la verificación concreta de la justicia de todo el sistema socio-económico y de su justo funcionamiento.
“Una justa remuneración por el trabajo de la persona adulta que tiene responsabilidades de familia es la que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia y asegurar su futuro. Debe recibir un salario familiar. Qué significa ésto? “un salario único dado a la cabeza de familia por su trabajo y que sea suficiente para las necesidades de la familia sin necesidad de hacer asumir a la esposa un trabajo retribuido fuera de casa. Esto puede ser a través de algunas medidas sociales, como subsidios familiares o ayudas a la madre que se dedica exclusivamente a la familia” (Laborem exercens, 19). Hoy que se discute en el Congreso, una reforma a la Ley laboral, el Papa Juan Pablo II y la Iglesia, proponen este principio, y que a la vez es un derecho, como punto de partida para una seria reflexión en materia laboral.
La organización del proceso laboral debe respetar las exigencias de la persona y sus formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la edad y el sexo de cada uno. Es un hecho que las mujeres trabajan en todos los sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los que están capacitadas, y sin perjudicar sus aspiraciones familiares y el papel específico que les compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre. “La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible”.
Es importante reflexionar sobre estas cuestiones, sobre todo en que la situación económica y del mundo del trabajo, está en crisis: desempleo, subempleos, bajos salarios para los trabajadores, no se concretizan las inversiones, crisis de empresas, crisis del sistema económico (sistema capitalista-liberal de oferta-demanda). En la situación que vivimos, ¿es posible este “salario familiar” del que habla el Papa Juan Pablo II?

Durango, Dgo., 18 de Septiembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Ayudar al enfermo es la ”justicia mas grande” que pide Jesús

La semana del 12 al 16 de septiembre en la cd. de Querétaro, se realizará el VII Curso sobre la Pastoral de la Salud con el tema la “Espiritualidad del Agente de la Pastoral de la Salud”. Ahí mismo realizaremos el XI Encuentro del Consejo Nacional de la Dimensión de la Pastoral de la Salud. Es un encuentro anual, en que muchos de los agentes de la pastoral de la salud de reúnen para estudiar, convivir, ponerse al día sobre el llamado del Señor a seguir trabajando por los enfermos, “una diaconía de la caridad, que es central en la misión de la Iglesia”.
El Santo padre Benedicto XVI nos ha recordado la importancia de la atención y el cuidado de la salud, como un derecho inalienable. “La salud es un bien precioso para la persona y la colectividad que hay que promover, conservar y tutelar, dedicando medios, recursos y energías necesarias para que más personas puedan acceder a ella… Es necesario trabajar con mayor empeño a todos los niveles para que el derecho a la salud se haga efectivo, favoreciendo el acceso a los cuidados sanitarios primarios”.
Estamos llamados a inclinarnos como el Buen Samaritano hacia el hombre herido abandonado al lado del camino y realizar esa “justicia más grande” que Jesús pide a sus discípulos y lleva a cabo en su vida, porque el cumplimiento de la ley es el amor. La parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37), es fuente de inspiración para los agentes de la Pastoral de la Salud. Lo ha sido para muchos hombres y mujeres que han entregado su vida a este apostolado.
¿Cuáles son los aspectos más fascinantes del Buen Samaritano? A la pregunta planteada a Jesús por un doctor de la Ley sobre qué debía hacer para heredar la vida eterna, el Señor le hace referencia al mandamiento sobre el amor a Dios y al prójimo. ¿Y quien es mi prójimo? La respuesta de Jesús es la parábola del Buen Samaritano, en la que invierte los roles de la persona herida y de la persona que proporciona la asistencia. Superficialmente se esperaría que en la conclusión de la parábola el hebreo herido fuese el prójimo del Samaritano (el que lo ayuda). Jesús no concluye así, invierte los papeles. El prójimo no es la persona en peligro que tiene necesidad de la asistencia, sino aquel que lleva ayuda.
La persona que asiste al otro, tiene la tendencia de ponerse a sí mismo en el centro del círculo, viendo al enfermo como prójimo que necesita asistencia. La parábola invita a todos los agentes de pastoral a que inviertan sus roles: verse no a sí mismos, sino al enfermo que está en el centro. No a ver al enfermo como objeto, sino como sujeto del cuidado médico, de quien se hace prójimo como sujeto de amor por él.
La razón del Samaritano para ayudar al herido es que, al verlo, tiene compasión de él. No es algo superficial, es algo muy profundo, toca lo íntimo del Samaritano y lo impulsa a actuar: curar las heridas de la víctima, llevar a una posada donde podrá curarse hasta que esté sano y pueda retomar su viaje. La verdadera compasión necesaria para hacerse prójimo del enfermo implica que uno está en la capacidad de ponerse en la situación que está viviendo. Esto exige experiencia y madurez, así el Agente de Pastoral de la Salud tendrá la capacidad de mirar el propio sufrimiento y las propias imperfecciones e integrarlas en su vida.
Otro elemento importante es que el Samaritano es custodio o protector del hombre herido. El Agente de Pastoral de la Salud esta llamado a seguir a Jesús en el modelo del Samaritano y ser custodios de los hermanos enfermos. Esto excluye todo paternalismo, pero implica un pleno respeto por la libertad del enfermo.

Durango, Dgo., 11 de Septiembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Derechos Humanos y Doctrina Social de la iglesia III

La 3ª Etapa de la evolución del pensamiento de la Iglesia respecto a los derechos humanos, inicia con el pontificado del Papa Juan XXIII (1958-1963). Su Encíclica Pacem in Terris (1963), considerada su testamento espiritual, constituye la primera vez en la historia de la Iglesia que los derechos humanos son tratados formalmente en una encíclica. Ahí afirma que los derechos tienen su fundamento en la dimensión personal del ser humano y en la verdad revelada según la cual el hombre ha sido redimido por Cristo, hecho Hijo de Dios, amigo suyo y heredero de la gloria. Enumera los derechos y pasa a los deberes, pues no se puede hablar de unos y olvidar los otros. Presenta los derechos del hombre como aquellos “que respetan la dignidad de las personas y por ello son derechos universales, inviolables e inalienables” (nº 145). Este Papa menciona positivamente la Declaración de la ONU de 1948 aunque expresa algunas reservas.
El Concilio Vaticano II (1962-1965), nos ofrece un intento de exposición sistemática de los derechos Humanos. La Gaudium et spes (1965) afirma: “La Iglesia, en virtud del evangelio que se le ha confiado proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos” (nº 41). En dicho documento, tras constatar la mayor conciencia de la dignidad de la persona humana, de sus derechos y deberes, pide que se facilite al hombre lo que necesita para una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, etc. (nº 26), dimensiones que más tarde la Organización Mundial de la Salud elevará a categoría de normativa para todos los hombres.
No solamente enumera varios derechos sino que proclama su actitud positiva de esta realidad actual: “La Iglesia, pues, en virtud del evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos” (nº 41).
El Papa Pablo VI (1963-1978), continúa el camino del Concilio subrayando los derechos sociales del hombre. En la Octogésima Adveniens (1971) lamenta que los derechos del hombre, aceptados en los acuerdos internacionales, “permanecen todavía con frecuencia desconocidos, y burlados, o su observación es puramente formal”. La Encíclica Populorum progressio (1967), es una solemne denuncia de las arbitrariedades e injusticias, fruto de las desigualdades entre los pueblos y de los hombres entre sí, pecado que se puede redimir propiciando un desarrollo solidario de toda la humanidad en la conciencia de una verdadera comunidad. También el Sínodo de 1974, al conmemorar el décimo aniversario de la Pacem in Terris y el veinticinco de la declaración de los Derechos Humanos, formula un mensaje final sobre tales derechos entre los que señala aquellos que están más amenazados en la actualidad.
En el Magisterio Social Latinoamericano plasmado en el Documento de Puebla (1979), los obispos comparten con su pueblo las angustias que brotan de la violencia de lo más íntimo e inefable, sus derechos (nº 40-90), y por eso la Iglesia sume su defensa y se hace solidaria con los que los promueven y condena formalmente todo menosprecio, reducción y atropello de las personas y de sus derechos. La iglesia no puede olvidar que todos los aspectos de la vida humana que forman parte del hombre, esencial o circunstancialmente, están dentro de la Evangelización. Por ero, ésta debe ser integral y no puede olvidar los derechos humanos (nº 337-338).
El Papa Juan Pablo II, ahora Beato, sale continuamente en defensa de los derechos del hombre siendo una de las preocupaciones principales de su acción pastoral. En el aspecto concreto y conceptual de los Derechos Humanos, los vincula al Bien Común. En Laborem exercens (1981), afirma que el trabajo es el camino por el cual el hombre realiza su “dominio” que le es propio sobre el mundo visible y aún cuando el hombre rompió la alianza original con Dios, esto no revocó la intención fundamental con que Dios lo había creado a su Imagen y Semejanza. El respeto del vasto conjunto de los derechos del hombre, constituye la condición esencial para la paz del mundo. En Solicitudo rei socialis (1987) afirma, ante el panorama negativo del desarrollo real en el mundo actual, que un signo positivo es “la plena conciencia, en muchísimos hombres y mujeres, de su propia dignidad y de la de cada ser humano. Esta conciencia se expresa, por ejemplo, en una viva preocupación por el respeto de los derechos humanos y en el más decidido rechazo de sus violaciones” (nº 26).
El Papa Benedicto XVI en sus dos grandes Encíclicas Deus caritas est (2005) y Spe salvi (2007), reivindica el centralismo de la persona, como portadora de derechos humanos, respecto a la fuerza intervencionista de los estados y en pro de favorecer la participación social situando de esta manera los Derechos Humanos en el marco de la sociedad civil y de la dignidad de la persona frente a la apropiación de dichos derechos por parte de los parlamentos o del poder ejecutivo.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia presenta los Derechos Humanos como una parte del capítulo dedicado a “la persona humana y sus derechos”. En este horizonte habla del valor de los derechos humanos afirmando que “el movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana” (nº 152) ya que la raíz de estos derechos ha de buscarse en la dignidad que pertenece a todo ser humano (nº 153).
Frente a una de las tendencias de los intervencionismos actuales recuerda que “la fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos, en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios su Creador” (nº 153).
La Doctrina Social de la Iglesia ha enseñado siempre que los derechos humanos son universales y complementarios entre sí. Es decir, se aceptan todos o ninguno. Esta unidad de los derechos humanos se justifica desde la unidad de la persona humana, la cual se funda a su vez sobre la vocación de Dios a ser su imagen. Las ideologías separan unos derechos de otros. La razón y la fe cristiana no los separan. Por otra parte el derecho de libertad religiosa y el derecho a la vida tienen la particularidad de señalar esta unidad del entero sistema de los derechos, ya que engloban a la estructura global de la persona humana.

Durango, Dgo., 28 de Agosto del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Derechos Humanos y Doctrina Social de la iglesia II

Una 2ª Etapa de la evolución del pensamiento de la Iglesia respecto a los Derechos Humanos, inicia con el Papa León XIII (1878-1903) y termina con el Pontificado de Pío XII en 1958. León XIII comienza la conciliación de la Iglesia con las ideas del liberalismo democrático. Este Pontífice comprendió que una de sus más urgentes e importantes tareas consistía en propiciar un clima de mejor entendimiento con el nuevo ordenamiento político para reclamar un sitio apropiado en la sociedad para Dios y la Iglesia. Sus encíclicas servirán de base al Magisterio de los posteriores Pontificados.
En 1891, el Papa León XIII publica su Encíclica Rerum Novarum, considerada la Carta Magna del Orden Social, como respuesta a los conflictos ocasionados por las injusticias fruto del liberalismo que postraba en la miseria a los obreros. En esta Carta el Papa recuerda a los patrones y ricos que hay que respetar la dignidad personal de los obreros y no verlos como esclavos, pues su racionalidad y religiosidad hablan de su dignidad. El principal deber de cada patrón es el dar a cada uno lo que es justo y no abusar del trabajo del obrero, defraudando el salario que se les debe, por medio de la usura, “pues este es un gran crimen que clama al cielo venganza”. Por su parte el Estado debe velar por el Bien Común, dirigiendo las acciones colectivas, cuidando la prosperidad de la nación en los diversos órdenes, y los intereses del obrero, promoviendo la práctica de la justicia y amparando al más débil e indefenso.
El Papa León XIII publica en 1885, la Encíclica Immortale Dei en ésta expone de forma más completa y con mayor rigor sistemático la concepción cristiana de la Autoridad y del Estado. Inicia la recuperación de los derechos humanos con una apertura y aceptación de las instituciones e ideas del nuevo mundo social y político. El papa insiste en la centralidad de la religión en la sociedad y sobre un ordenamiento en las relaciones entre la Iglesia y el Estado; tiene una oposición contra el agnosticismo liberal y contra el falso concepto de libertad, exaltada hasta tal punto de suprimir cualquier criterio de distinción (en la vida pública) entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal. Así enfrenta varios problemas que derivan de esto: la libertad de pensamiento, de culto, las reformas sociales, la participación de los católicos en el gobierno del Estado, la libertad de opciones para los católicos entre varias formas de constitución y de gobierno, etc.
El Papa Pío XI, en la cuestión de los derechos humanos, se destaca por la publicación el 15 de mayo de 1931 de la segunda gran Encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia: la Quadragesimo anno sobre la restauración del orden social, en donde reafirma con claridad el derecho a la propiedad privada, “hay que evitar con todo cuidado dos escollos contra los cuales se puede chocar. Pues, igual que negando o suprimiendo el carácter social y público del derecho de propiedad, se incurre en el peligro de caer en el individualismo; rechazando o disminuyendo el carácter privado e individual de tal derecho, se va necesariamente a dar al colectivismo o, por lo menos a rozar con sus errores…”
Pío XI publica otras encíclicas en contra de los nacientes regímenes totalitarios: La Encíclica Mit Brennender sorge (1937), sobre la situación de la iglesia católica en el Reich alemán, donde reafirma el derecho a la libertad religiosa y el derecho de los padres a la educación de los hijos. La Encíclica Divini Redemptoris (1937) sobre el comunismo ateo (socialismo marxista) en donde escribe sobre los derechos fundamentales del hombre “Dios ha enriquecido al hombre con múltiples y variadas prerrogativas: el derecho a la vida y a la integridad corporal; el derecho a los medios necesarios para su existencia; el derecho de tender a su último fin por el camino que Dios le ha señalado; el derecho, finalmente, de asociación, de propiedad y del uso de la propiedad”.
El Papa Pío XII y sus largos 37 años de Pontificado (1939-1958), fueron marcados por la Segunda Guerra Mundial, la consolidación de la Unión Soviética, la expansión del comunismo al Este de Europa y China, el conflicto de Corea y la llamada guerra fría. Todo esto explica que el Magisterio social de Pío XII sea preferentemente sobre cuestiones políticas.
La contribución más esencial de Pío XII sobre los derechos humanos está constituida por sus Radiomensajes. Se destacan el Radiomensaje de Navidad de 1942 sobre el orden interior de las naciones, donde afirma el derecho a la participación política y acceso a cargos públicos, el derecho a la defensa jurídica, derecho a la propiedad, derecho a la libertad de pensamiento, ce conciencia y manifestación religiosa, derecho al trabajo, etc. El Radiomensaje de Navidad de 1944, sobre el problema de la democracia, reconoce diez derechos fundamentales e insta a la creación de un organismo internacional que los proteja para lograr la paz. Los Radiomensajes pueden ser considerados como antecedentes de la creación de la ONU el 26 de junio de 1944 y de su posterior Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948.

Durango, Dgo., 21 de Agosto del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Derechos Humanos y Doctrina Social de la iglesia I

Vivimos inmersos en una cultura, en la que poco a poco se ha hecho conciencia de los derechos humanos, pero que aún no llega a formar parte de la vida cotidiana de la sociedad. En otras partes del mundo existe una cultura de los derechos humanos que es universal tanto en su fundamentación y su contenido como en su desarrollo normativo. El tema de los derechos humanos es siempre importante en la conformación del entramado social y además en la construcción de la vida democrática.
Hace unas semanas en el Estado de Durango se realizó el cambio del responsable de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, un hecho que desató comentarios en todos los sentidos, especialmente hacia la figura de quien fue nombrado nuevo responsable. La realidad es que “en Durango no se respetan los Derechos Humanos”, así se ha afirmado constantemente. Los hechos lo constatan: la situación de los Centros de Reinserción (Penales) en Durango. Todo lo que ha acontecido en el Centro nº 1 de Durango y en el de Gómez Palacio y que no se ha aclarado, y siguen sucediendo muertes, “suicidios”, etc. La misma CNDH afirmó “hay indolencia, falta de preocupación y desatención de las autoridades, ante el riesgo que se vive en los penales”; la delincuencia organizada; las quejas contra las instituciones policiales federales y estatales y del Ejército, solo en el 2010 fueron casi 200. Son solo algunas muestras de la realidad que vivimos.
Estamos inmersos en una cultura que transgrede los derechos humanos de manera sistemática, no sólo en el plano individual, sino también en el estructural e institucional, a veces con el silencio e incluso con la colaboración necesaria de los organismos nacionales, regionales e internacionales encargados de velar por su cumplimiento, la mayoría de las veces para proteger los intereses del Imperio y de las empresas multinacionales bajo el paraguas de la globalización neoliberal. Pareciera que los derechos humanos son todavía la asignatura pendiente o la utopía del siglo XXI.
El neoliberalismo niega toda fundamentación antropológica de los derechos humanos, los priva de su universalidad, al aceptarlos, busca solo la defensa de sus intereses, y establece una base y una lógica puramente económicas para su ejercicio, la del poder adquisitivo. En la cultura neoliberal los derechos humanos tienden a reducirse al de propiedad. Quienes son propietarios, quienes detentan el poder económico, son sujetos de derechos; el resto, no.
Qué nos dice la Doctrina Social de la Iglesia respecto a los Derechos Humanos? El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice: “El movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humanos. La Iglesia ve en estos derechos la extraordinaria ocasión que nuestro tiempo ofrece para que, mediante su consolidación, la dignidad humana sea reconocida más eficazmente y promovida universalmente como característica impresa por Dios Creador en su criatura. El Magisterio de la Iglesia no ha dejado de evaluar positivamente la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, proclamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, que Juan Pablo II ha definido « una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad”(nº 152).
Los derechos humanos, llamados también libertades civiles, derechos naturales, inalienables o fundamentales del hombre, quedaron jurídicamente reconocidos por los modernos Estados nacionales que surgen históricamente como resultado de la Independencia de los Estados Unidos de América, en 1776, y la Revolución Francesa, en 1789. La Iglesia Católica, desde una primera actitud negativa ante el nuevo ordenamiento jurídico-político, lo acepta después de una evolución gradual que termina reconociendo los derechos humanos como fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia. Se pueden constatar tres etapas en esta evolución del pensamiento de la Iglesia.
1ª Etapa. Las persecuciones y los serios conflictos políticos, económicos y sociales surgidos entre la Iglesia Católica y la Revolución Francesa y los demás Estados europeos que se unen a las ideas liberales democráticas, laicas y anticlericales proclamadas por los revolucionarios franceses, justificaron la actitud inicial de rechazo que adoptara la Iglesia Católica.
Esta posición de la Iglesia adversa al liberalismo democrático va a perdurar a lo largo de todo el siglo XIX. Durante este período se expanden y consolidan las libertades de la Declaración de los Derechos del Hombre. Como dato histórico cabe señalar que fueron incorporadas a la Revolución Francesa de 1789, a petición del Marqués de Lafayette, quien por haber participado en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos llevó al seno de la Asamblea Constituyente Francesa, los principios que trece años antes habían inspirado la Declaración de Independencia Norteamericana.
La actitud de la Iglesia Católica se constata en la encíclica “Mirare vos” del Papa Gregorio XVI (1832), en la que el papa arremete contra el indiferentismo religioso. El Papa Pío IX, se vio envuelto en las convulsiones sociales y políticas de su tiempo que culminaron con el fin de los Estados Pontificios. Las ideas de este Papa se expresaron en la encíclica “Quanta cura” y el Syllabus (1964), donde compiló todos los errores del liberalismo enfrentando así a la Iglesia con la nueva mentalidad liberal democrática. Entre los ochenta errores catalogados, condenaba que «El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna».

Durango, Dgo., 14 de Agosto del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Danos Señor sacerdotes Santos y Sabios

En nuestra Arquidiócesis cada año acompañamos a algunos de nuestros hermanos sacerdotes que cumplen sus 50 años de vida sacerdotal, sus Bodas de Oro Sacerdotales. Cuando acudimos a estas celebraciones, nos viene a la mente que toda su vida ha sido un servicio constante a la Iglesia y a la sociedad.
Todos estos sacerdotes han prestado servicios a la Iglesia que peregrina aquí de Durango. Y han sido variados: el servicio en una parroquia, servicios en el Seminario, o en algún otro servicio diocesano. La mayor parte de su vida lo ha pasado en el servicio pastoral en una parroquia. Es ahí donde han trabajado toda su vida, ahí viven en su parroquia, conviviendo con las familia sus gozos y esperanzas, sus ilusiones y fracasos. Ahí los sacerdotes han cargado con su cruz de todos los días, yendo de una comunidad a otra, planeando como restaurar y construir capillas, salones, todo para el servicio de la comunidad. Su trabajo principal es la Evangelización, es decir el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios.
En la realidad de nuestra Arquidiócesis, metidos en la Sierra y en las parroquias lejanas, en los pueblos y las ciudades, acompañando a nuestro pueblo en sus alegrías y en sus penas, en sus miedos y en sus ilusiones. Así gastan sus vidas nuestros sacerdotes. Al paso de los años, cuando viene el cansancio y el desgaste normal, cuando aparecen lentamente las enfermedades, ahí están nuestros sacerdotes con entereza y confianza en Dios. Es en sus enfermedades como ellos nos dan un testimonio más acabado de cómo se puede vivir con alegría el ministerio sacerdotal. La cruz (enfermedades, y a veces el abandono), no les ha reducido su ilusión sacerdotal, las ganas de seguir trabajando por la salvación de las almas y sobre todo su gran pasión por la Iglesia. Si le pudiéramos preguntar de dónde sacan sus fuerzas, su permanente alegría, estamos seguros que dirán “¡Sólo en Dios! ¡Únicamente por la Eucaristía! ¡Confiados a la ayuda de Santa María de Guadalupe!” Tenemos ejemplos muy concretos de testimonios de sacerdotes íntegros que jalonan la larga marcha de la historia de la Iglesia, los casi cuatrocientos años de nuestra Iglesia en Durango.
Sin embargo, los tiempos que corren no son favorables al reconocimiento social de todo el bien que hace un sacerdote católico. Lo que ahora se estila es estigmatizarlo con el último tópico del pensamiento secularista dominante. Es presentado, en muchos de los “altavoces” de la cultura mediática, como algo anacrónico y próximo a un parásito social. En cambio, la realidad de los hechos es muy distinta. ¡Sigue habiendo muy buenos curas! ¡Buenos sacerdotes! Entregados las veinticuatro horas del día a su ministerio, que viven austeramente, que son fieles hasta la muerte en sus promesas sacerdotales, que se multiplican en la caridad hacia los más pobres. ¿Cuántas personas públicas les deben a la Iglesia, y en concreto al cura de su pueblo, la educación y formación que poseen? Muchas instituciones, de las que en la actualidad goza la sociedad (en la educación, en la cultura, en la música, en las obras de caridad), son frutos de la creatividad y la audacia de numerosos pastores. Pero como dice el refrán popular: “¡no hay peores ciegos que aquellos que no quieren ver!”. Además, no hay que olvidar lo que Jesús dijo a sus discípulos: “si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí” (Jn 15,18).
Es verdad, que el sacerdocio es un tesoro y “este tesoro se lleva en vasija de barro” (2Cor 4,7) y que en cualquier momento se puede romper como consecuencia de la fragilidad de la condición humana. Sin embargo, quiso Dios encarnarse en esta “arcilla”, para que se manifieste que la grandeza y la dignidad sacerdotal no viene de los hombres sino que es un don del Señor para la Iglesia y el mundo. Esto es lo que celebramos constantemente cuando en la Eucaristía, celebramos el sacerdocio de Cristo. Esto fue lo que celebramos junto con el Papa Benedicto XVI en su sesenta aniversario de su Ordenación Sacerdotal.
Estamos llamados, como Pueblo de Dios a valorar mejor a nuestros sacerdotes y no caer en la tentación de desestimar su misión. Que los mismos presbíteros vivan de la centralidad espiritual de su triple munus (triple oficio), y que ardan en celo apostólico y brillen por su coherencia de vida. Que los jóvenes católicos no tengan miedo, superen los prejuicios del mundo, y sean generosos para elegir el camino del sacerdocio. Que todos sepamos dar gracias a Dios porque en estos tiempos convulsos, el Señor sigue regalándonos sacerdotes para nuestra Iglesia, pidamos que sean “buenos, santos y sabios”.
Este día 4 de agosto fiesta de San Juan María Vianney, celebramos al Santo patrono de los párrocos y de todos los sacerdotes. Este domingo 7 de Agosto, es la Colecta Diocesana para el “Sacerdote Anciano y Enfermo”, en toda la Arquidiócesis de Durango, en todas las parroquias y en todos los Templos. Con el fin de ayudar y sostener a los sacerdotes en la enfermedad y a los que ya no están activos debido a su avanzada edad. También será de gran ayuda para seguir construyendo nuestra “Casa Sacerdotal”, donde podremos alojar a los sacerdotes que lo necesiten.

Durango, Dgo., 7 de Agosto del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

La respuesta abundante y gratuita de Dios a la búsqueda humana

Jesús propone a la comunidad de sus discípulos valores que continuamente deben elegirse y discernirse. Cómo elegir los valores del Reino? Esto es difícil para el discípulo. Cómo llegar a tener esos valores supremos que superan toda la capacidad del hombre mismo? La solución viene dada en la presentación del don de Dios al hombre.
La Palabra de Dios nos invita a atender los signos que nos ofrece constantemente Dios y en los que se manifiesta el maravilloso encuentro entre el hombre que aspira a la vida abundante, que busca y desea y, Dios, generoso en su don hacia el hombre, capaz de darse a sí mismo en alimento prodigioso que dura para siempre. San Pablo, expone las dimensiones que tiene una opción radical por los bienes que el Señor nos ha dado en Cristo.
El profeta Isaías se inspiró en algunos personajes que existían en las ciudades de su tiempo, “vendedores” que ofrecían su mercancía. Como profeta anuncia un mensaje extraordinario y aparentemente extraño para el hombre: Dios ofrece clamar la sed humana de vida de modo gratuito y abundante.
Todo hombre está sediento, no solo en el plano físico, también hay sed de lograr las más altas aspiraciones del espíritu humano (verdad, vida, justicia, paz), en la búsqueda de un remedio a esta sed espiritual, muchas veces llega a causarle frustración, porque no lo logra, “malgasto de sus energías y recursos”.
Todos deben “escuchar la Palabra”, ya que el amor de Dios no desconoce las necesidades de la persona o de la comunidad y ofrece solución, porque solo en la Palabra está el inicio de la saciedad del espíritu humano. La Palabra contiene el mensaje de vida, que comunica lo que ningún mensaje podría dar “escuchen y vivirán”. Dios da alimento que va más allá de lo material en sí mismo.
Dios en la persona de su Hijo Jesús, ha llevado su donación, su respuesta al hombre al punto máximo. En la multiplicación de los panes se muestra esta acción de Dios. Este milagro es una respuesta a un hambre, a una búsqueda de la misma gente que siguió a Jesús por tierra desde los pueblos. También tiene una raíz de misericordia, expresada en toda su fuerza en aquella mirada y acción amorosa de Cristo: que “sintió compasión y curó a los enfermos”. La multiplicación de los panes ocurre fuera del recurso humano. Los discípulos no tenían medios para lograr lo que les fue dado “déjalos ir para que se procuren ellos alimento… no tenemos mas que cinco panes y dos peces”. El milagro nos orienta a un don mayor que se hará en el futuro, pues los gestos de Jesús preparan aquellos de la celebración pascual de la cena donde instituirá la Eucaristía, “levantando los ojos al cielo, dio gracias, partió el pan…”.

Durango, Dgo., 31 de Julio del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango