CXVI PEREGRINACIÓN A LA BASÍLICA DE GUADALUPE

1.- Saludo.
Santa María de Guadalupe: en nombre de presentes y ausentes de la Arquidiócesis de Durango, te saludo con palabras de conocida plegaria: “¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Vida, dulzura y esperanza nuestra: ¡Dios te Salve! A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas!”
Es adecuada esta plegaria para saludarte; porque Tú misma así te reconociste en los diálogos con tu confidente Juan Diego, aquellos días del 9 al 12 de diciembre de 1531: “Yo en verdad, soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno… porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores” (NM 29-30,32)
Santa María de Guadalupe: al visitarte en años anteriores, te encomendábamos el proyecto de la Diócesis de Gómez Palacio; hoy traemos la fresca, fragante y hermosa rosa recién florecida de la Diócesis de Gómez Palacio, Dgo. Tan fresca y tan fragante como rosa fresca en la mañana del 12 de diciembre del 1531. Ella es fruto de tu amor por tus hijos; es fruto de nuestras insistentes plegarias aquí ante tu bendita Imagen.
Con afecto de hijos y también con toda clase de necesidades, nos presentamos ante Ti, Madre desbordante de compasión y de ternura, cobijándonos bajo tu manto protector. Nos basta tu mirada cariñosa y complaciente; pero también necesitamos implorar tu valimiento ante el Padre providente, poderoso y compasivo.

2.- La Palabra de Dios.
Primera lectura: 2Cor 4,7-15: “Nosotros llevamos un tesoro en vasos de arcilla, para que aparezca que el poder extraordinario viene de Dios y no de nosotros”. La grandeza del apostolado y su poder salvífico, están encerrados en vasos pobres y frágiles; de ahí que aunque zarandeados por las adversidades no somos abatidos “y llevamos siempre y dondequiera en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. Por distintas circunstancias, todos sentimos a veces nuestra poquedad y nuestra fragilidad: podremos sentirnos perdidos; pero justo entonces hemos de confiar en Cristo; pues sabemos que participando en su pasión, participamos en su vida, sufriendo comunicamos vida a los demás. Por ello, ni la pequeñez ni la imperfección nos aparten de dar a Cristo lo mejor que podamos, testimonio de palabras y de obras. Pues, hoy, la Iglesia vive entre contrastes: debe anunciar la vida en un mundo que cree muerto a Dios y mata a los hombres; debe proclamar el amor entre el odio, la fraternidad entre la lucha de clases. No confiar en la poquedad sino en Cristo.
Evangelio: Mt 5,27-32: “Habéis oído que se dijo: no cometas adulterio; pero yo les digo; quien mire una mujer, deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Buscando el cumplimiento de la ley antigua, Jesús configura el matrimonio como comunidad de amor eterno y no como unión disoluble al capricho o la pasión. Él condena la disolución moral (la infidelidad o el adulterio), también la disolución jurídica (el divorcio). Él incluye la mirada impúdica que abre la puerta a la infidelidad. Jesús apela a la conciencia que ninguna ley puede sustituir o violar. El adulterio es rechazado hasta la raíz de las intenciones secretas. La mirada del creyente ha de ser sana; ello implica graves sacrificios: y si las legislaciones eran tolerantes para el hombre y drásticas para la mujer, Jesús los pone al mismo nivel. La novedad de Cristo, la unión del hombre y de la mujer, es expresión de amor, viene de Dios; no es pasión egoísta, exclusiva búsqueda de placer. El amor es donación reciproca, encuentro de libertades que se unen. Una atracción física sin amor es alienación, inmadurez humana, porque no expresa la persona a la persona, sino sólo el sexo al sexo, es lesiva de la dignidad, tentativo de reducir al otro a una cosa, una posesión, un bien de consumo.

3.- Síntomas positivos.
Agradecemos los dones cristianos de que disfrutamos desde nuestra Iniciación Cristiana: nos reconocemos como hijos de Dios por las aguas bautismales que nos introdujeron en la vida nueva; nos reconocemos discípulos de Cristo y testigos de su Evangelio; queremos reconocernos como cristianos adultos y misioneros en la Misión Arquidiocesana y Continental, en continuidad con la línea misionera como comenzó la primera evangelización del Continente. Y hay que reconocer, que como antiguamente existía el pequeño resto fiel de los pobres de Yahvé; con los impulsos de la Misión Arquidiocesana y Continental, también ahora, aparece y desarrolla ese pequeño resto fiel que sirve como cimiento y fermento de una religiosidad más viva y dinámica.
Por ello, la mayor parte del Continente americano está iniciando la Misión continental. Nosotros vamos ya en la cuarta etapa de la Misión y quisiéramos verla viva, dinámica y floreciente.
Habiendo comenzado el presente año con el Encuentro Mundial de las Familias, quisimos en Durango, dedicar no sólo una semana, sino todo el año 2009 como Etapa de la Familia. Más aún, quisimos acompañar la Etapa con una Visita Pastoral, recorriendo Parroquia por Parroquia con los objetivos de despertar a la población al sentido de la conversión cristiana y de la participación misionera, motivar al Año de la Familia y al despertar de todas las vocaciones.
Simultáneamente a la Misión, cumpliéndose el Jubileo por los 2000 años del nacimiento de S. Pablo, está por terminar el año dedicado a S. Pablo.
Ahora, acercándose el 150 aniversario de la muerte de S. Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, estamos por iniciar un Año Jubilar Sacerdotal. Este año será ocasión privilegiada para que todos en la Arquidiócesis meditemos en la participación sacerdotal que a cada quien compete, según el Sacramento del Bautismo y de la Confirmación o del sacramento del Orden. Oremos en este año para que el Buen Dios conceda a la Iglesia abundantes vocaciones de todo don, carisma, o ministerio. Especialmente, oremos al Buen Dios, para que nos regale abundantes vocaciones presbiterales y misioneras para renovar estos carismas en la Iglesia. El año sacerdotal, nos dará ocasión de varios y variados acontecimientos, para estimulo de nuestra identidad cristiana y sacerdotal. Aprovechemos el año sacerdotal, para fortalecer nuestra fidelidad en la vida y en el ministerio sacerdotal.

4.- Carencias sobresalientes.
Ambiente político.
Primeramente, se está caldeando el ambiente político electoral en tonos agresivos de descalificaciones más que en tonos propositivos. Incluso hay sugerencias de promover el abstencionismo participando con un voto en blanco, lo cual equivale a nulificar el voto.
Ven en apoyo nuestro, a la participación de la Iglesia en la política propositiva de alentar a los ciudadanos a cumplir su derecho-deber cívico votando con responsabilidad, pues entre más escasa sea la votación menor será la esperanza de adelanto democrático.

La pobreza del campo. Rogativas.
Como cada año, queremos recordarte especialmente a los trabajadores del campo que son la mayoría de los habitantes de nuestra Iglesia durangueña y zacatecana; queremos encomendarte particularmente a los pobres.
Y queremos decirte que a veces llueve poco y sufrimos; y a veces llueve mucho y también sufrimos, como el año pasado; nos mortifica la sequía y nos mortifica la inundación.
Hace calor y oímos decir que se agudizará la crisis económica internacional. Mira la pobreza de nuestros campos y atiende nuestras rogativas por las lluvias benéficas para obtener los frutos de la tierra. Hoy mismo, en la sede episcopal de la Arquidiócesis, los fieles peregrinarán por las calles hasta tu Santuario, en rogativa por las lluvias; atiende a nuestros ruegos.

Carencia notable es la apostasía silenciosa.
Una gran parte de nuestros hermanos católicos, tibiamente conservan la fe y algo de costumbres o tradiciones, pero vienen flaqueando y declinando en una apostasía silenciosa de la fe católica y se vuelcan a corrientes prácticas y de vida que un poco o un mucho dejan que desear del nombre cristiano. Gustan de prácticas cristianas elementales como recibir el Bautismo, confirmar sus hijos, acercarlos a la Primera Comunión y algún otro elemento de religiosidad popular; pero su vivencia cristiana no es testimonial, más bien es ambivalente o incoherente. Digamos que silenciosamente se van apartando de la práctica religiosa católica. De modo que así como practican algunos elementos; así abandonan otros, como práctica de la Confesión o del Matrimonio; dejan la moral y la misma asistencia a la Misa dominical. Es típico por ejemplo, la celebración de la Eucaristía con escasez de jóvenes.

Relativismo, reduccionismo, secularismo, inseguridad y violencia.
Como consecuencias del ateísmo galopante en el mundo, se divulgan por todas partes del planeta, también en nuestra Arquidiócesis, visiones relativistas y reductivas por las que cada quien quiere medir la verdad con la medida de su propia captación mental; colaborando cada quien al creciente secularismo que nos envuelve.
Secuelas del secularismo y de la lucha por el control del narcotráfico son los fenómenos cada vez más violentos de inseguridad, violencia y extorsión en formas cada vez más crudas, síntomas de una humanidad insensible, cruel e inhumana, como podemos palpar en los refinados métodos para arrancar la vida a inocentes e indefensas criaturas desde el seno de sus madres. Refinados métodos para ajusticiar, a quienes les compiten el cultivo, la comercialización o la distribución de los enervantes. Refinada saña para liquidar a quien compite en el afán de enfermar con las adicciones el sistema nervioso de tantos adolescentes, jóvenes y adultos. Enfermizo afán de ser más que otros, arrebatándoles los puestos de mando en los pueblos; en esta misma semana sucedió en la ciudad de Durango, una estruendosa balacera, prolongada por horas, resultando personas muertas, heridas y detenidas y diversos decomisos.
Santa María de Guadalupe: míranos con compasión, no nos desampares Madre nuestra: nos quedas tú y la virtud de la esperanza.

5.- Sentido de la esperanza.
La Esperanza es la Virtud Teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la Gracia del Espíritu Santo:
“Mantengamos firme la confesión de la Esperanza pues fiel es el Autor de la promesa” (Heb. 10,23) (C.I.C. Nº 1817).
Por eso, los bautizados no cesamos de anunciar al mundo la Esperanza, partiendo de la predicación del Evangelio de Jesucristo; nos sentimos en el deber de infundir confianza y proclamar ante todos las razones de la Esperanza Cristiana (1Pe. 3,15), sobre todo donde más fuerte es la presencia de una cultura antievangélica que rechaza toda apertura a lo trascendente.
Donde falta la Esperanza, la Fe misma es cuestionada. Incluso el Amor se debilita cuando la Esperanza se apaga. Esta, en efecto, es un valioso sustento para la Fe y un incentivo eficaz para la Caridad, especialmente en tiempos de creciente incredulidad e indiferencia. La Esperanza toma su fuerza de la certeza de la voluntad Salvadora Universal de Dios que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la Verdad” (1Tim. 2,4), y de la presencia constante del Señor Jesús, El Emmanuel siempre presente con nosotros (Mt. 28,20).
Ante el fracaso de las esperanzas humanas la Iglesia, reafirma su convicción de que sólo la Luz del Resucitado y el Impulso del Espíritu Santo ayudan al hombre a poner su confianza en Dios, “Esperanza que no defrauda” (Rom. 5,5), y mantenerla siempre viva y alimentarla constantemente (Rom. 15,4) (Pastores Gregis 3 y 4).
La Virgen María que vivió junto a su Divino Hijo cada fase de su misión en la tierra nos ayude a acoger con Fe el don de la Pascua y nos convierta en testigos felices, fieles y gozosos del Señor Resucitado, (L’Ossevatore Romano en español Nº 16 pag, 14).

6.- Peregrinando con María.
Toda la vida del cristiano es peregrinación. Sin embargo en algunos momentos esta dimensión se vive de una manera especialmente intensa. Peregrinar es caminar con un rumbo fijo, es avanzar hacia una meta, hacia un lugar que representa un encuentro espiritual.
En la vida de la Iglesia las peregrinaciones han sido una práctica constante e inmensamente fructífera que las simboliza a Ella misma, pues es pueblo peregrino que camina sostenida por la Eucaristía hacia la Patria celestial.
Esta peregrinación comporta siempre una cuota inevitable de riesgo, que se comprende por la conciencia de nuestra debilidad y nuestro pecado. Es parte del diario morir en Cristo que la Fe nos permite asumirlo con Esperanza.
Y es en este tiempo en que debemos mirar de una manera especial a nuestra Madre: María, que refleja los Rayos del Sol de Justicia, nos muestra el camino de nuestro peregrinar. El Papa Juan Pablo II enseñaba que María nos educa en el ejemplo de aquella ”peregrinación de la Fe”, en la cual es Maestra incomparable. Su vida se consume en el seguimiento radical de ese Camino que es su propio Hijo y recorriendo sus pasos vamos caminando hacia la santidad. Ella es la “Madre del peregrino”, que nos acompaña siempre, y especialmente en los momentos de cansancio o de dificultad. María es la Peregrina por excelencia, la Peregrina de la Fe.
La vida de maría está marcada por las peregrinaciones. San Lucas nos dice que año tras año María peregrinó a Jerusalén la ciudad Santa donde, tendría lugar los Misterios centrales de nuestra Fe (Lc. 2, 41-42). María año tras año, llevó a su Hijo educándolo en el sentido de la peregrinación y dejándose educar por El, como vemos en el episodio del Niño perdido y encontrado en el Templo (Lc. 2, 50-52).
Todas estas peregrinaciones la preparan para la peregrinación hasta los pies de la Cruz de su Hijo. Allí, desde lo alto de la Cruz, desde el culmen de esa peregrinación de dolor y alegría, Jesús nos entrega a su Madre como compañía en el camino de la vida cristiana (Jn.19, 25-27). Y Ella cumple con fiel amor este encargo acompañando el caminar de todos los tiempos.
A tu bondad Materna así como a tu pureza y belleza virginal se dirigen todos los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo, en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en sus soledades y convivencias. María es Madre del Pueblo de Dios y desde su Asunción a los Cielo guía y acompaña en su peregrinar hacia la Patria definitiva.
Pongamos los ojos en María la Peregrina del Amor que nos enseña a seguir a Cristo en el cumplimiento del Plan de Dios.
Terminando esta predicación en tu amable presencia, te entonamos un canto que nos llena el alma, que nos inspira confianza y nos devuelve la esperanza cristiana: ¡VEN CON NOSOTROS AL CAMINAR SANTA MARIA VEN! (2)
Basílica de Guadalupe 12 de junio del 2009.

Héctor González Martínez
Arz. de Durango

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