Domingo III Adviento; Dios viene para gozo de los pobres

Vino un hombre mandado por Dios llamado Juan, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de Él. Juan no era la luz ni Elías ni el profeta; “Jesús es el Cristo y el profeta”.
Los judíos esperaban el nuevo Mesías, como el profeta por excelencia que renovaría los prodigios del Éxodo. Juan bautiza con agua; Jesús, desconocido, pero más grande en dignidad, bautiza en el Espíritu. Esta expresión define la obra primaria del Mesías: regenerar la humanidad en el Espíritu Santo.
El Dios que viene en Adviento quiere ser pobre; contrasta con las imágenes que espontáneamente nos hacemos de Él. Este Dios distinto resulta más creíble para cualquiera que busca una religión auténtica. Toda una línea profética había presentado a los hebreos el Mesías según las categorías de poder, de la victoria, del dominio universal: esto correspondía a la experiencia de la esclavitud de Israel en Egipto y su liberación.
Pero sobre todo con la experiencia del exilio, que favorece la reflexión sobre la Alianza y su interiorización, el Dios de Israel y su interiorización y Aquel que Él consagra para la misión de salvador de pueblo son vistos bajo una luz nueva, más espiritual , también más simbólica; y del mismo modo es vista la misión y sus destinatarios.
Los pobres son los más disponibles al anuncio alegre de la salvación; son aquellos que nos se hacen fuertes de su propia suficiencia personal o de la seguridad material; que están atentos a la escucha de la Palabra de Dios y son capaces de una fidelidad sencilla y sólida a su ley.
Ciertamente, hay el peligro de idealizarla suerte de los miserables de la tierra, mientras nosotros estamos bien y nos hacemos nada por cambiar la suerte de la gente necesitada de todo; sería cómodo limitarnos a hablar de la alegría mesiánica frente a personas necesitadas de todo; sería cómodo limitarse a hablar de la alegría mesiánica ante personas que a duras penas consiguen el pan cotidiano, mientras Cristo mostró entrañas de compasión curando enfermedades y multiplicando el pan.
En realidad, para los hermanos más necesitados, la esperanza mesiánica se concretizará en una presencia fraterna de quien tiende una mano para socorrer; más aún, se concretizará en compartir su suerte, haciendo así creíble y tangible el anuncio de un mundo mejor.
Pero todavía no basta. El secreto de la personalidad del Hombre-Dios revela una atención especial a los pobres y a los humildes que tienen fe y se abandonan a Dios y subraya el cambio que la llegada del “día del Señor” traerá consigo en las estructuras humanas.

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