Homilía VI Domingo de Pascua; 13-V-2012

Dios no tiene preferencia de personas

             Con pequeñas diferencias, tres veces dice hoy Jesús en el Evangelio: “como el Padre me amó, así los he amado yo; permanezcan en mi amor”. Queda pues afirmado y ratificado que el mandamiento del amor, sólo es posible si se permanece en el amor de Cristo. El trozo evangélico se cierra recordando el deber de producir frutos, concretamente de amor mutuo. Eso es revelación del amor del Padre y al mismo tiempo de la amistad que une a Cristo con los suyos.

                       En los Hechos de los Apóstoles, Pedro, entrando en la casa de Cornelio, encontró muchas personas reunidas, y exclamó: “en verdad, me doy cuenta que Dios no tiene preferencia de personas, sino que, quién lo teme y practica la justicia, aunque pertenezca a cualquier pueblo, es aceptado por Él.

Diciendo estas cosas, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el discurso”. Con este episodio la Iglesia dio oficialmente el primer paso hacia los paganos. Esta unidad en el Espíritu Santo, muestra que Dios no hace distinción de personas, y que cualquier persona, judío o pagano, indígena o europea, le es aceptable, como en el Mensaje Guadalupano.

              La promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús a sus discípulos, se realiza continuamente en la Iglesia y fuera de ella. Pero el Espíritu actúa libremente, como lo muestra la primera lectura en que el don del Espíritu Santo se difunde también en la casa del pagano Cornelio, convenciendo a Pedro de que “Dios no hace preferencias de personas” y así Pedro bautiza los primeros paganos.

            Quien toma la iniciativa de llamar a los hombres a formar parte del pueblo de los bautizados es siempre Dios. Su iniciativa se llama amor y quiere abarcar a todos los hombres. Esta es la consigna que Jesús dejó a sus discípulos. Y en esa línea debe desarrollarse siempre la actividad de la Iglesia.

            Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia en varios documentos afirma el respeto de la libertad religiosa y de culto de cada persona, incluyendo respeto al  ateísmo; rechaza toda discriminación por motivos religiosos. Más aún afirma el significado positivo de las diversas religiones del mundo, como una revelación imperfecta del verdadero Dios;  también como un bien espiritual, moral o socio-cultural de un pueblo,  destinado a lograr su plenitud.  La diferencia  no se refiere al campo de lo sagrado o del culto; va más al nivel del amor fraterno y del empeño por la liberación humana. Con todo, aún no han cesado intolerancias e incomprensiones a nivel práctico y cotidiano, como el atraco al interior de la Catedral de Culiacán, el acuchillamiento de un sacerdote sinaloense bajo pedido de confesión sacramental o el atraco a otro templo en la selva del Perú; sucedidos todos en la misma semana.

            La Iglesia no quiere solo para sí el inalienable derecho a la libertad religiosa; fundándolo sobre la dignidad de la persona humana lo ha sustraído de todo poder público; los creyentes en religiones no cristianas, ateos, agnósticos, indiferentes o escépticos están inmunes de coacción de autoridades públicas, aunque profesen públicamente sus ideas. La Iglesia acepta lealmente renunciar a un estado de cristiandad que excluya el pluralismo.

             Sin aceptar un liberalismo doctrinal que pretenda la igualdad de todas las religiones, sin dejar de evangelizar por todas partes y a todos, sin identificar su tarea misionera con una cruzada, la Iglesia reconoce en el pluralismo una actitud acorde con el Evangelio. El servicio a los demás, puede constituir verdaderamente un lenguaje religioso de fondo, que acentúa lo que es común entre quienes acogen a Cristo en los pequeños y en los pobres, aún sin conocer sus rostros. Es propio de la libertad del Espíritu infundir en los cristianos variedad de dones para suscitar maravillas ayer y siempre.

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