Homilía Domingo XV; 15-VII-2012


Enviados a evangelizar

“Jesús llamó a los doce y empezó a enviarlos de dos en dos, dándoles poderes sobre los espíritus inmundos. Les ordenó, que aparte del bastón, no llevaran nada para el camino… que entrando en una casa, permanecieran en ella hasta que partieran de aquel lugar… Partiendo, predicaban que la gente se convirtiera, arrojaban muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.

             Rechazado por sus paisanos, Jesús continúa su ministerio asociando a su obra a los discípulos, poniendo en acto el fin para el cual los había convocado. Si Israel rechazó a Cristo, ya no hay limitaciones a su apostolado misionero universal. Las consignas para los discípulos son pocas: presentarse en pobreza, no dar impresión de descontento o avidez, no imponer su propia enseñanza, sino anunciar como hombres libres que predican a hombres libres, Los doce, cumplen la misión confiada, con el estilo de Jesús,

             En Israel, el profetismo en sentido estricto, no fie una institución como la autoridad regal o el sacerdocio; Israel podía darse un rey, pero no podía darse un profeta; esto es un don de Dios, objeto de una promesa, pero libremente concedido. Se es profeta, por una llamada especial de iniciativa divina, no por designación o consagración de los hombres.

             Amós, el profeta de la primera lectura no fue un asalariado, ni fe un asalariado del rey o un capellán de la corte. El viento sopla donde quiere y ninguna presión humana bloqueará su acción. Él fue elegido por Dios y por tanto, estaba libre de ataduras humanas; su único límite era la verdad y la fidelidad a Dios que lo eligió.

             En el Evangelio de hoy, el profeta tiene una vocación especial, mejor aún una misión, que lo sitúa en situación especial, sin parecido con otras profesiones humanas. Se trata de un hombre aparentemente desarraigado de su mundo y de sí mismo, y completamente disponible para anunciar una palabra que no es suya sino de Dios. Lo mismo se puede decir de los apóstoles de Cristo. La descripción de su equipamiento, evidencia las exigencias básicas de la actividad misionera; recordemos: les ordenó que aparte del bastón, no llevaran nada para el viaje. El pregonero que anuncia no ha de tener nada que le pese, debe estar ligero y vacío, sobre todo ser libre de intereses, de ideologías, de compromisos con los poderosos de este mundo. Porque todas estas cosas lo condicionan, le obstaculizan su trabajo, le debilitan el celo, le impiden ser creíble: no le permiten ser libre.

             La propuesta del profeta es de Dios, no del hombre. Al profeta se le pide: despojarse de sí mismo, no apoyarse en sus propias capacidades o espíritu de iniciativa para convertirse en mensaje, su mensaje es propuesta de un plan del que sólo Dios tiene la iniciativa. El hombre es llamado a colaborar en la construcción de una historia cuyo término es el encuentro con Dios.

             Aunque, el intermediario puede corromper el mensaje. La palabra de Dios y su reino no se deben confundir con los medios humanos, con nuestros proyectos, con nuestras estrategias. Cuando los cristianos en el curso de la historia se confían demasiado de sus medios, capacidades, palabras, dinero, alianzas, poderosas organizaciones, acuerdos diplomáticos, sustituyendo lo humano a lo divino, su mensaje resulta vacío y débil. Ciertas alianzas de los misioneros llegados a la Nueva España y a la Nueva Vizcaya, con los poderes políticos y económicos se han revelado como solo cálculos humanos, y pesaron y pesan aún negativamente sobre la imagen del Cristianismo y de la Iglesia, prácticamente identificados con la civilización colonialista. Ciertamente el mensaje se difunde con mensajeros y el mensajero vive su tiempo. El cristiano y la Iglesia viven encarnados en este mundo; saben que el mensaje, para permanecer fiel a Dios, también debe ser fiel al hombre, del cual asume el lenguaje, la profundidad y la adecuación  que lo haga inteligible a los hombres de cada tiempo. Amen.

 

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