Homilía Domingo XXII ordinario; 2-IX-2012

Conservar o cambiar   

             Algunos fariseos y escribas, viendo que los discípulos de Jesús comían sin lavarse las manos, le preguntan: “¿porqué, tus discípulos no guardan la tradición de los antiguos y comen con manos impuras?”; Jesús explica: “nada que entre en el hombre, puede contaminarlo… son las cosas que salen de dentro las que contaminan al hombre: las males intenciones: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez; todas estas cosas malas salen de dentro y contaminan al hombre”.

            Es este, un desencuentro entre Jesús y los judíos, sobre las tradiciones calificadas por Jesús como inventadas por quienes están lejos de Dios, aunque crean que están cerca. En efecto, una tradición puede ser válida sólo si ayuda  a observar los mandamientos; este es el criterio que ofrece Jesús: las tradiciones inventadas por los hombres, sólo son válidas si sirven para mantener el corazón unido a Dios. Aunque, el objetivo de S. Marcos es resaltar la reacción de los discípulos ante Jesús que se revela; tal intención queda expresada en la frase “su mente estaba embotada” (Mc 6,52); y no entendían que Jesús es el Mesías, bajado como nuevo Moisés para inaugurar un orden nuevo.

             Desde el principio de la vida pública, Jesús afirma su autonomía en relación a la tradición judía de su tiempo. Esto fue uno de los puntos de fricción y de contraste entre Jesús y el judaísmo farisaico. Si, por una parte, Jesús afirma que la Ley y los Profetas no son abolidos, sino llevados a plenitud (Mt 5,17); por otra, entabla una lucha cerrada contra ciertas tradiciones de los antiguos, que son el resultado de preocupaciones puramente humanas y amenazan de anular la Ley.

             Pero, originalmente el fariseísmo era sinónimo de piedad y de perfección, luego en base a la polémica de Jesús contra el fariseísmo rígido se llegó a dar al fariseísmo, originalmente sinónimo de piedad y de perfección, el significado de hipocresía, de observancia exterior y vacía de convicciones. Aunque  esto también llevaba a hacer un extrañamiento a personas que eran sinceras en los orígenes y en sus intenciones. De hecho, Cristo tenía amigos entre los fariseos; S. Pablo es uno de ellos. Severos guardianes de la observancia, en una época de fortísima influencia pagana, ellos fueron los salvadores del alma del pueblo. Para conservar esta alma, los fariseos atenuaron notablemente las expectativas y las esperanzas mesiánicas del pueblo, consideradas políticamente peligrosas; acentuando en cambio, las prácticas cultuales, con preferencia sobre los deberes de la fraternidad humana y de la justicia social.

             La adhesión a la Ley, que hizo grande el judaísmo y que en ocasiones salvó a Israel, incluía graves peligros: como colocar al mismo nivel todos los preceptos religiosos y morales, civiles y culturales abandonándolos a las sutilezas de los casuistas. El culto a la Ley llegaba a imponer un yugo imposible de soportar. De signo de alianza y de libertad, la Ley llegó a ser una cadena de esclavitudes. Otro peligro, aún más grave y radical era el fundar la justicia del hombre ante Dios, no sobre la gracia y sobre la iniciativa divina, sino en la obediencia a los mandamientos y en la práctica de las obras buenas, como si el hombre fuera capaz de salvarse él sólo.

             El fariseísmo y el formulismo no son actitudes sólo del pasado; son una tentación continuamente recurrente, aún entre las personas y las instituciones que empiezan con  intenciones puras y rectas. Se pueden exagerar y absolutizar la legalidad, el precepto, la exterioridad; aún hoy, se puede vivir un Cristianismo legalista, exterior, periférico, más preocupado de obedecer pasivamente normas recibidas, más que de dar una respuesta personal y responsable a la llamada de Dios y a los reclamos de los hermanos. Una mal entendida fidelidad a la tradición, que se manifiesta en oposición a toda forma de renovación, es índice de esterilidad y de infecundidad espiritual. Al contrario, la fidelidad al Espíritu Santo es fidelidad dinámica no pasiva, conquistadora no apologética, misionera no cerrada en sí misma.

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