Homilía Domingo ordinario XXXII

La religión del dar

            Dos viudas pobres, una del Antiguo Testamento y otra del Nuevo Testamento,  son el centro de la Palabra en nuestra Eucaristía de hoy. La hospitalidad de la primera es compensada por el milagro del profeta Elías en la primera lectura; y la humilde generosidad de la segunda, merece un elogio de Jesús, elogio que no tiene paralelo. El generoso desprendimiento de las dos mujeres es más notable comparándolo con la actitud de los ricos, que actúan en modo contrario.

  

            Entrando Elías profeta,  a la ciudad de Sarepta, una viuda recogía leña; la llamó y le dijo: “dame un poco de agua, para beber …; dame también un pedazo de pan; ella respondió: por la vida del Señor tu Dios, no tengo nada cocido, sólo un poco de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija,… estaba recogiendo leña…prepararé un pan para mi y para mi hijo, lo comeremos y luego moriremos”. Elías le dijo, no temas; anda y prepáralo como has dicho, pero primero prepara un panecillo para mí y tráemelo; después lo harás para ti y para tu hijo, porque así dice el Señor Dios de Israel: “la tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”.

El episodio se desenvuelve de acuerdo a la palabra que Dios dirigió a Elías: “Yo Dios, he dado orden a una viuda de allá de atender a tu alimentación”. Movido por la fe en esta palabra, Elías no teme de pedir a aquella viuda lo que le queda para su sustento. La viuda cree en la promesa contenida en la Palabra de Dios y es gratificada con la abundancia de pan como signo del tiempo mesiánico. Lucas citará este episodio para indicar que nadie puede alegar pretextos legales o nacionalísticos ante la salvación, que se realiza cuando encuentra fe.

“Jesús, sentándose frente al tesoro, observaba cómo la gente echaba monedas en el tesoro. Los ricos echaban muchas; una pobre viuda echó unas moneditas; llamando a sus discípulos les dice: ”en verdad les digo, que esta viuda echó en el tesoro, más que los otros; porque todos dan de lo superfluo; ella, en cambio en su pobreza echó todo lo que tenía para vivir”. En la segunda parte del trozo evangélico, aparece Jesús                 sólo con sus discípulos, observando a la gente que pasaba delante de las alcancías de las limosnas; a los discípulos les hace notar el óbolo de la viuda, aquel sacrificio desconocido en que una mujer pobre deja sus seguridades para abandonarse a la misericordia divina, convirtiéndose en modelo de la verdadera fe.

            En el contraste entre los escribas y la viuda, o entre las dos mujeres que están hoy al centro del mensaje bíblico, S. Marcos nos enseña a dar lo que se es, más que lo que se tiene. El contraste entre ricos y pobres, sirve para anunciar la llegada del Reino y la inversión de las situaciones humanas abusivas. Más que defender o criticar una ú otra situación social subraya la inversión que provocará en las estructuras humanas la llegada de los últimos tiempos.

            La viuda ha dado de lo necesario para subsistir, en contraposición de los ricos que dan cualquier cosa de su poder y de sus privilegios con ostentosa y pomposa búsqueda de su propia gloria. El gesto callado y furtivo con que la viuda deja en silencio sus dos monedas es un gesto de fe, de amor y de oración. El gesto es insignificante, pero el don es total; tanto mayor cuanto menos se ostenta. Jesús que ha admirado el gesto y lo ha alabado, no mide los actos humanos con nuestra medida que se fija en las apariencias. Jesús no mira en cifras lo que damos; lo mide en amor, lo evalúa según la medida de los valores humanos de la persona; Él, llega hasta el corazón. Donarse así, como la viuda, es dar como hace Dios, el cual no nos dona de su abundancia; no nos dona de lo que tiene, sino que nos da de lo que es: su misma vida divina. Jesús, pobre y servidor de los hombres no es un detalle aislado en la vida de Dios; es la manifestación de la condición misma de Dios.

Héctor González Martínez

        Arz. de Durango

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