Homilía Domingo XI Ordinario; 16-VI-2013
El amor gratuito de Dios vence el pecado
Reinando el rey Saúl, el profeta Samuel ungió a David como rey; cuando ya reinaba David, después de su gran pecado el profeta Natán le dijo : “así dice el Señor Dios de Israel: te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, puse en tus brazos las mujeres de tu señor, te di la casa de David y de Israel… ¿por qué pues, despreciaste la palabra del Señor, haciendo lo que es mal a sus ojos?: con espada mataste a Urías y tomaste por esposa a su mujer … La espada no se alejará de tu casa, porque tú me despreciaste… David respondió al profeta: pequé contra el Señor; Natán respondió: el Señor persona tu pecado”.
David, ungido rey por el profeta Samuel con aceite de olivo en su cabeza, fue un gran rey, pero también un gran pecador; después de su grave pecado, pasa a un intenso arrepentimiento y alcanza el perdón, reconociendo en pocas palabras: “pequé contra el Señor”; como el amor gratuito de Dios vence el pecado, David se puso disponible a la palabra de Dios, dejándose corregir y educar por ella.
En el Evangelio de S. Lucas, un fariseo invitó a Jesús a comer a su casa, pero al entrar Jesús, el fariseo no le ofreció agua para lavarse los pies, ni le dio el beso de paz. En cambio, una mujer pecadora pública, “se puso detrás de Jesús y comenzó a llorar, con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugaba con su cabellera, los besó y los ungió con perfume… El fariseo pensaba mal y murmuraba: si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”. Este episodio es una página típica de S. Lucas: confronta el obrar de la pecadora y el obrar del fariseo en relación a Jesús:
la mujer tiene un encuentro de amor, de perdón y de salvación; el fariseo es tipo de los que se creen justos, creyentes en Dios y ricos delante de Él. Pero la salvación es de quien se siente pobre y se humilla.
Uno se los temas fundamentales del Evangelio de S. Lucas, es la manifestación que Jesús hace de Sí mismo, como el que salva a los pecadores. Desde este ángulo, Jesús se proclama ya como Dios, porque la murmuración de los judíos proclama que sólo Dios puede perdonar los pecados.
El pecado es la muerte del hombre. En cambio, el hombre en cuanto más se acerca a los demás, está más cerca de sí mismo; se alcanza de verdad a sí mismo, sólo desprendiéndose de sí, sólo a través de los demás llega a ser él mismo. Aunque esto se realiza sólo en un nivel estrictamente profundo. De hecho, si el otro, es considerado sólo como un individuo cualquiera, también puede ser causa irreparable de perdición para uno. Más aún, definitivamente, el ser humano está ordenado al Otro por antonomasia, esto es a Dios; y, en consecuencia, se está uno más cercano a sí mismo, en cuanto se está más cercano a Dios.
Por el contrario la cerrazón a Dios, desintegra al hombre. El pecado, en cuanto rechazo de Dios, es rechazo a la fuente de la vida, es decir, es una especie de muerte. La muerte física es el signo y la visibilización de la muerte de la persona. El pecado es incomunicabilidad, soledad, aislamiento; y, al interno del pecado hay una dinámica de muerte. La esclavitud, el hambre, la miseria, la infancia abandonada, el descuido de la naturaleza, la voluntad de destrucción que va desde la pelea con cuchillo hasta la explosión atómica y a los armamentos, son signos visibles de muerte y de pecado.
El hombre tiene necesidad de vivir en la verdad; y verdad es que es pecador; debe abandonar la falsa conciencia de ser justo; debe ser consciente de ser enfermo, de ser pecador, para llamar al médico. No hay peor enfermo que quien creyéndose sano; debe sentirse pecador. El hombre puede quitarse la vida biológica y sobrenatural; y quitársela a otros; pero no puede ni volver a darse la vida a sí mismo, ni volver a darla a otros; es una imposibilidad absoluta y radical: sólo Dios puede perdonar los pecados. En la Iglesia los ministros del perdón, lo somos en el nombre de Dios, por la unción sacramental.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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