Domingo XXIII ordinario, 8-IX-2013 Elección de fe: Opción radical

Domingo XXIII ordinario, 8-IX-2013

Elección de fe: Opción radical

Continuando con las sentencias sabias del AT, hoy, la primera lectura. tomada del libro de la Sabiduría, dice: ”¿qué hombre puede conocer el querer de Dios? ¿Quién puede imaginar lo que quiere el Señor?  Los razonamientos de los mortales son tímidos e inciertas nuestras reflexiones, porque un cuerpo corruptible pesa enormemente sobre el alma… Si nos cuesta conocer las cosas terrestres y descubrir lo que está al alcance de la mano, ¿quién podrá comprender lo que está en los cielos?”.

La lectura habla de los resultados que busca el que escoge la sabiduría como compañera de la vida; siendo que dicha sabiduría es inaccesible al hombre si Dios no la revela. Por ello, se formula una oración al Dios de los Padres, en la cual la sabiduría aparece como reveladora del querer y del pensar divinos. En el contexto del AT, esto se cumple en el don de la Ley; en el NT se vislumbrará en la sabiduría de Dios, revelada a los hombres en todo el plan salvífico de Dios que se realiza en Cristo Crucificado.

Pasando al Evangelio de S. Lucas, hoy sentencia Jesús: “si alguno viene a mí, y no deja a su padre a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Cada quien mida sus propias fuerzas y decida. Porque el Cristianismo es una elección por Cristo; frente a esta opción por Cristo, todo lo demás es relativo.

El acto de fe en Jesús se realiza y se vuelve concreto atrapando la realidad del hombre en todas sus dimensiones, desde la corpórea hasta la social e histórica. La adhesión a su persona, que se vive en la nueva Comunidad, tiene exigencias radicales e incluye rupturas y la renuncia a valores y realidades tales, que la renuncia a ellos o es un acto de desesperación o de resignación respecto al sentido de la existencia, o es el descubrimiento del orden terreno ante la realidad de Dios que bien de lo alto como gracia.

            La renuncia al mundo como acto de fe, es un gesto posible solamente desde la gracia por el hecho que Dios se dona a Sí mismo como gracia en Jesús, y que esta gracia no puede ser desgarrada por nada. Si en el Evangelio de hoy, Jesús repite sus apelos a la renuncia, si invita a cargar la propia cruz y a seguirlo, no es para sacar al hombre del mundo; más bien, es para empujarlo a asumir hasta el fondo con fidelidad la condición humana

Mientras el hombre pecador intenta realizar la felicidad buscando evitar todo lo que hace sufrir e intenta apartarse del sacrificio, fijándose solamente sobre lo que ofrece la vida presente; el cristiano en cambio, es invitado por la fe a mirar de frente esta vida con el máximo realismo. A través del sufrimiento y aún de la muerte, el cristiano da su aportación insustituible al éxito de la aventura humana. Si le sucede conocer la tristeza, mientras el mundo goza, en realidad su tristeza es fecundidad de vida; el cristiano sabe que la muerte es el camino a la vida. Pero un tal proyecto se logra sólo siguiendo a Jesús bajo el impulso del Espíritu.

El que ha elegido a Cristo está libre de sí mismo. Penetrado de amor de Dios, el hombre es devuelto a los afanes de aquí abajo, que él cumple no de modo superficial y haciendo acopio de sus propios recursos humanos. Las dos breves parábolas de Lucas son una severa advertencia contra cualquier respuesta superficial. La fe no es algo superficial; sino radical, y requiere preguntarse si se está dispuesto a todo. Es la elección de un cristiano maduro, que valora en profundidad lo que el mensaje cristiano le propone. No es fe de conveniencia ni deseo de pertenencia sociológica. Así, la fe se hace criterio de juicio y de acción: esto es, capacidad para discernir las cosas y las situaciones con los ojos de Dios; y en consecuencia, capacidad para obrar según su voluntad.

Héctor González Martínez

                                                                                                                     Arz. de Durango

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