Domingo XXIV ordinario; 15-IX-2013 La experiencia del perdón renueva interiormente

Domingo XXIV ordinario; 15-IX-2013

La experiencia del perdón renueva interiormente

Escuchemos la primera lectura, del libro del Éxodo: estando Moisés en la cima del monte Sinaí, dialogando con Yahvé-Dios, el Señor dijo a Moisés: “véte y baja, porque el pueblo que has hecho salir de Egipto, se ha pervertido… El Señor dijo además a Moisés: he observado este pueblo y he visto que es un pueblo de dura cerviz: deja que mi ira se encienda contra ellos. De ti, en cambio, haré una gran nación”.

En este diálogo, Moisés aparece delante de Dios como el gran intercesor por el pueblo pecador: oponiéndose a Dios que estaba dispuesto a recomenzar en él la historia de la salvación, Moisés responde apelando a la continuidad del obrar salvífico de Dios y solidarizándose plenamente con el pueblo. Es este el pueblo liberado de Egipto y portador de la salvación. La intercesión de Moisés prefigura la de Cristo que se solidarizó con la humanidad, intercediendo por nosotros ante el Padre Celestial.

En el Evangelio de hoy, S. Lucas nos presenta a Jesús, conversando con publicanos y pecadores; pero los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Entonces, Jesús les dijo tres parábolas: la de la oveja perdida y la de la mujer que perdió una moneda de plata y la busca hasta encontrarla, describen la solicitud de Dios que va en busca de lo perdido. La tercera,   la del hijo pródigo, es mejor titularla la parábola del Padre misericordioso, porque resalta la paciencia de Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; otro tema posible de esta parábola es considerar en la actitud del hijo pródigo el proceso de conversión y de rehabilitación de la propis dignidad. Las tres parábolas tienen una misma conclusión: la invitación al gozo en el cielo por un pecador que vuelve al camino del bien.

El amor de Dios hacia los hombres es tan gratuito, que no podemos pretender algún derecho; y es tan absoluto, que jamás podremos decir que nos llegue a faltar. El amor humano, al contrario, es tan limitado y cerrado en egoísmo, que raramente se extiende más allá de nuestra justicia, o fuera de la severidad moralizante, que nosotros fácilmente imaginamos un Dios vengador y una religión basada en el temor. ¿Quién de nosotros, sabe que la gracia que pedimos a Dios significa ternura de Dios y piedad para el pecador? ¿Sólo un estudio atento de la palabra de Dios puede ayudarnos a tomar conciencia de la misericordia infalible de Dios?

Los hebreos usaban la palabra “hesed” = bondad,  para indicar el amor misericordioso de Dios hacia el pueblo. Esta palabra indica la benevolencia, la solidaridad, el amor mutuo que debe existir entre los miembros de una misma familia o de una sociedad, dispuestos a ayudarse entre sí con amor y generosidad. Dios manifiesta esta benevolencia sobre todo escogiendo a Israel como su pueblo. Prescindiendo de sus méritos establece con él un pacto de fidelidad y de amor.

La correspondencia de Israel al amor de Dios, que no abunda, pero que sí existe, es identificada con la misma palabra “hesed” = bondad, que en este caso significa reconocimiento, amor filial, fidelidad, Con todo, a pesar de que Israel no observa la alianza, Dios permanece fiel y perdona ejercitando siempre su bondad misericordiosa. Por esta bondad misericordiosa, el pueblo aunque pecador e infiel, podrá siempre esperar la ayuda divina.

La bondad resulta ser la misma ternura y la piedad, que Dios tiene por el pecador, mientras le ofrece la salvación sacándolo del mismo pecado y regalándole  continuamente nuevos beneficios siempre más eficaces para triunfar sobre el mal y responder finalmente a las exigencias de la alianza. Concluyamos que el amor de Dios no está condicionado por nuestra correspondencia.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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