Domingo XXXII ordinario; 10-XI-2013 Al morir nos encontramos con el Dios de los vivientes

Domingo XXXII ordinario; 10-XI-2013

Al morir nos encontramos con el Dios de los vivientes

Estando en el mes de los difuntos, hoy la Palabra de Dios nos ofrece una hermosa lección para la fe de pastores y fieles: al morir nos encontramos con el Dios de los vivientes.

Iniciemos con el Evangelio de S. Lucas: algunos saduceos que negaban la resurrección de los muertos preguntaron a Jesús: “Maestro: Moisés ordenó que si alguien tiene un hermano casado, que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia al hermano”. Esta norma tenía objetivos precisos, como no permitir que los bienes del difunto cayeran en manos de los especuladores, ya que la viuda difícilmente podría conservar para sí lo que perteneció a su esposo, dada la situación social de entonces, y la avaricia de los que se abalanzaban sobre la herencia del difunto. En el c. 20 47, del mismo Evangelio, Jesús acusa a los doctores de la Ley de “devorar los bienes de las viudas”.

En el mismo Evangelio de hoy, los saduceos presentan el caso jocoso de una mujer que se casó hasta con siete hermanos que fueron muriendo uno tras otro, hasta que murió la mujer; luego preguntan: “cuando llegue la Resurrección de los muertos, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer?” La respuesta de Jesús está fundada en la fe: “Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque todos viven por Él”. Se trata de una resurrección, que no es la simple vivificación de un cadáver; ser resucitado significa no morir más; esto es, vida indefectible, que germinalmente ya es poseída por el cristiano, que es por tanto hijo de la resurrección. Nuestro Dios es un Dios vivo para hombres vivos.

El hombre es una realidad histórica; vive en el hoy del tiempo; en continuidad con el tiempo pasado, de donde toma la posibilidad de comprender todo lo que para él es riqueza y valor perennes; vive el presente como momento real de su conciencia, de su libertad y de su espiritualidad; pero se orienta hacia el futuro para recuperar el significado del pasado y del presente, vive aspirando

El futuro, lo que todavía no es, es para el hombre la dimensión más radical porque condiciona sus elecciones humanas y determina sus realizaciones. La muerte será el naufragio de la vida? O qué será el hombre después de la muerte? Este es el problema fundamental de la existencia: el futuro confirmará su inconsistencia y vanidad? o recuperará el transitorio naufragio de la vida?

Comentemos algo, para los deterministas que los hay en todas partes y aún en nuestra cristiandad durangueña. Si la vida presente lo es todo, si no hay algo más allá después de la muerte, es claro que materia y espíritu se perderán definitivamente. Si todo termina con la muerte, si todo tiene un fin que lo nivela o lo iguala, no hay proyecto que pueda trascender; el progreso humano en todo orden, personal y comunitario, material y espiritual, cultural o técnico parecería tener un soplo fatal y definitivo

Los cristianos somos los testigos de la resurrección. Hoy muchos se fatigan para creer en el más allá. Esto, por una parte es debido a la crítica marxista que juzga la vida eterna como una evasión de la responsabilidad de transformar este mundo, y por otra, a la civilización del bienestar empeñada a proponer una felicidad hedonista en este mundo. Nosotros los cristianos, diciendo que nuestro Dios es Dios de vivos y no de muertos, hacemos una afirmación que se refiera al más allá, pero también al presente.

Dios de vivos, ya hoy verdaderamente vivientes, empeñados a fondo en la vida para mejorar la situación de la humanidad. Vida, que no puede terminar, porque es la misma vida de Dios, vida que por tanto continúa más allá de la vida física.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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