HOMILÍA
MONSEÑOR FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
HOMILÍA
MONSEÑOR FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
II Domingo de Adviento
Cielo nuevo y una tierra nueva. Es lo que esperamos.
2 Pe 3, 8- 14
Seguimos avanzando para llegar a las grandes fiestas de Navidad, hoy con el encendido de la segunda vela en nuestra Corona de adviento, la luz de la fe nos ilumina mostrándonos la mística de la Esperanza cristiana. En la segunda lectura que hemos escuchado: si todo va ser destruido, piensen con cuanta santidad entrega deben vivir ustedes esperando el regreso del Señor.
Y así es queridos hermanos, nosotros esperamos cielos nuevos y tierra nueva, pues llegará el día en que estaremos con el Señor. Él Vendrá. No nos desanimemos. La noche a veces fría en la cual vivimos, pasará, y entonces aparecerá el Señor. Esta es nuestra Esperanza, y apoyados en esta Esperanza, debemos vivir cada jornada con alegría aguardando el encuentro con Dios. Esto hermanos no es un cuento bonito, es una Verdad en la cual creemos, en la cual debemos de apoyar nuestros temores y dificultades, pues sabemos que el Señor llegará, y viviremos con Él eternamente, y si realmente creemos esto y lo esperamos ¿por qué vivir con pretensiones terrenales? ¿Por qué agobiarse por alcanzar un poco de dinero, fama, éxito, todas cosas efímeras? ¿Por qué perder el tiempo quejándose de la noche mientras nos espera la luz del día?
En medio de las tristezas causadas por las dificultades que enfrentamos, hoy la profecía de Isaías nos ordena: Consuelen, consuelen a mi pueblo, digan: ‘Aquí está tu Dios’. Pero ¿Cómo podemos realizar esto? ¿De dónde se saca fuerza y paz para transmitirla a los demás? De la Oración. Orar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos permite ver la Verdad de la fe, la oración nos sintoniza con el Señor, para anhelar los cielos nuevos y la tierra nueva. La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar.
Hoy hay mucha necesidad de cristianos que consuelen al hermano, que griten proclamando la profecía de Isaías, ‘Aquí está tu Dios’, hoy urgen que surjan discípulos-misioneros que de día y noche consuelen al pueblo y anuncien a Jesús, luz del mundo en medios de las tinieblas de la historia.
¿Cómo podemos cumplir este mandato? Con el ejercicio de la caridad. Para llevar luz a ante la tiniebla del dolor y a desesperanza de debe orar y la oración nos inflama en el amor, la caridad es el corazón palpitante del cristiano. Así como no se puede vivir sin el latido del corazón, tampoco se puede ser cristiano sin caridad. Algunos piensan que sentir compasión, ayudar, servir sea algo para perdedores; en realidad es la apuesta segura, porque ya está proyectada hacia el futuro, hacia el día del Señor, cuando todo pasará, en los cielos nuevos y la tierra nueva sólo quedará el amor. Es con obras de misericordia que nos acercamos al Señor. Jesús viene, para preparar el camino se necesitan obras de caridad. ¿Cuáles son la tuyas?