HOMILÍA
MONSEÑOR FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
HOMILÍA
MONSEÑOR FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
Estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres. El Señor está cerca (Cfr. Flp 4, 4.5)
La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. Por eso el color rosa de este día.
El protagonista de la primera lectura afirma: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios»; san Pablo pide a los tesalonicenses: «Estén siempre alegres». Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo.
En medio de esta situación que estamos viviendo, la tentación de estar triste, aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos, como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría. Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría». Estoy convencido que los gozos más bellos y espontáneos son de aquellas personas que tienen poco a qué aferrarse. La genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. Estas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo.
La alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!
Es verdad que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. La alegría se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
El día de ayer recordábamos el Acontecimiento Guadalupano, en él se nos ha manifestado la Virgen María, que consuela al pueblo mexicano con esta Palabras: «¿no estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi protección y amparo?»
Hay muchas razones para estar tristes, y solo una para tener alegría serena en el corazón, esa razón es el Amor de Dios, que se hace niño, se hace pequeño para estar con nosotros.
Hermanos: Estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres. El Señor está cerca.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Arzobispo de Durango