LA CARIDAD EN LA VERDAD XIV

La gratuidad fomenta la solidaridad, la justicia y el bien común
Juan Pablo II hablaba de la problemática de la economía y advertía de la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil. La sociedad civil es el ámbito apropiado para una economía de la gratuidad y de la fraternidad. La vida económica debe ser comprendida como una realidad de múltiples dimensiones, en todas ellas, debe haber respeto a la reciprocidad fraterna.
En la época de la globalización, la actividad económica no puede prescindir de la gratuidad, que fomenta y extiende la solidaridad y la responsabilidad por la justicia y el bien común. Es una forma concreta y profunda de democracia económica. Solidaridad es que todos se sientan responsables de todos y no se puede dejar solo en manos del Estado. Se requiere un mercado en el cual puedan operar libremente, con igualdad de oportunidades, empresas que persiguen fines institucionales diversos. Deben participar la empresa privada y los diferentes tipos de empresas públicas, también organizaciones productivas que persiguen fines mutualistas y sociales. De la interacción de las diferentes empresas se espera una combinación de comportamientos y una atención más sensible a una civilización de la economía. Aquí Caridad en la verdad significa la necesidad de dar forma y organización a las iniciativas económicas que quieren ir más allá de la lógica del intercambio.
Cuando la lógica del mercado y la lógica del Estado mantienen el monopolio de sus respectivos ámbitos de influencia, se debilita la participación y el sentido de pertenencia de los ciudadanos. La victoria sobre el subdesarrollo requiere una apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por la gratuidad y la comunión. El binomio mercado-Estado corroe la sociabilidad, mientras que las formas de economía solidarias crean sociabilidad. El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.
Las actuales dinámicas internacionales requieren cambios profundos en el modo de entender la empresa. El riesgo más importante es que la empresa responsa casi exclusivamente a las expectativas de los inversores en detrimento de su dimensión social. Cada vez son menos las empresas que dependen de un único empresario y de un único territorio.
La deslocalización de la actividad empresarial ha modificado en el empresario varias cosas: la responsabilidad respecto a los trabajadores, los proveedores, los consumidores, el medio ambiente, a la sociedad más amplia, enfocándose más a favor de los accionistas. Se va difundiendo cada vez más la convicción según la cual la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de los propietarios sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa.
Se ha notado el crecimiento de una clase cosmopolita manager, que en la mayoría de los casos responde solo a las pretensiones de los accionistas. Pero existen muchos managers que se percatan cada vez más de los profundos lazos de su empresa con el territorio en que desarrolla su actividad.
Pablo VI invitaba a valorar el daño que la transferencia de capitales al extranjero, por puro provecho personal, ocasiona a la propia nación. Juan Pablo II advertía que invertir tiene siempre un significado moral, además de económico. Esta doctrina mantiene hoy su validez aunque se piense que invertir solo es un hecho técnico y no humano ni ético. Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato. La deslocalización puede hacer el bien, ya que lleva consigo inversiones y formación, en la población del país que la recibe. No es lícito deslocalizar solo para aprovechar condiciones favorables o para explotar sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución a un sólido sistema productivo y social.

Durango, Dgo. 18 de octubre del 2009.

+ Héctor González Martínez
Arz. de Durango

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