LA CARIDAD EN LA VERDAD XIX

El desarrollo, las religiones y las culturas, la relacionalidad y unidad de la familia humana
La pobreza más profunda que experimenta el hombre es la “soledad”; la pobreza material también nace del aislamiento, del no amar y ser amados. También son provocados por el rechazo del amor de Dios. El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un fundamento. La humanidad toda está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas. La intensa interacción humana debe transformarse en verdadera comunión. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión.
Es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser familia. La interacción de los pueblos se debe desarrollar bajo el signo de la solidaridad. Esto obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación.
La criatura humana se realiza en las relaciones interpersonales. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con otros y con Dios. Esto vale también para los pueblos. Estas relaciones requieren una visión metafísica de la relación entre las personas. En este sentido la razón encuentra inspiración y orientación en la revelación cristiana, que dice que la comunidad de los hombres no absorbe en sí a la persona anulando su autonomía, sino que la valoriza, ya que la relación entre persona y comunidad es la de un todo hacia otro todo. De esta manera la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que las hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad.
El tema del desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, construida en la solidaridad, sobre la base de los valores de la justicia y la paz. La relación entre las Personas de la Trinidad en la Sustancia divina, iluminan la relacionalidad del mundo. La Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas son relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es plena y el vínculo de una con otra total porque constituyen una absoluta unidad y unicidad. Dios nos quiere asociar a esa realidad de comunión: “para que sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17, 22). La Iglesia es signo e instrumento de esa unidad. A la luz del misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se manifiesta en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad (por ejemplo como sucede en el matrimonio cristiano).
La revelación cristiana sobre la unidad del género humano, presupone una interpretación metafísica del humanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial. Otras culturas y religiones enseñan la fraternidad y la paz. Pero no faltan actitudes religiosas y culturales en las que no se asume plenamente el principio del amor y de la verdad, frenando e impidiendo así el verdadero desarrollo humano. El mundo de hoy está influido profundamente por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan, incitándolo solo a la búsqueda del bienestar individual. Hay una proliferación de itinerarios religiosos de pequeños grupos y de individuos, lo mismo que el sincretismo religioso, estos pueden ser factores de dispersión y de falta de compromiso. El proceso de globalización ha afectado negativamente porque favorece el sincretismo, alimentando formas de religión que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren y las apartan de la realidad. Existen parcelas culturales y religiosas, que encasillas la sociedad en castas sociales estáticas, en creencias mágicas que no respetan la dignidad de la persona, en actitudes de sumisión a fuerzas ocultas. Aquí, el amor y la verdad encuentran dificultad para afianzarse, perjudicando el auténtico desarrollo.
El desarrollo necesita de las religiones y de las culturas de los pueblos, pero es necesario un adecuado discernimiento. La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales. Este discernimiento es necesario para la construcción de la comunidad social en el respeto del bien común, sobre todo para quien ejerce el poder político; y deberá basarse en los criterios de la caridad y de la verdad y el de “todo el hombre y todos los hombres”. La revelación cristiana tiene es sí misma este criterio ya que es una religión del “Dios que tiene un rostro humano”.

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