Los Derechos y Deberes del hombre y de los pueblos

Unido al tema de los derechos se encuentra el de los deberes del hombre, que el Magisterio de la Iglesia lo ha señalado constantemente. Hay que recordar la recíproca complementariedad entre derechos y deberes, indisolublemente unidos, sobre todo en la persona humana que es su sujeto titular. Este vínculo presenta también una dimensión social: En la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponde en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Constantemente la Iglesia ha subrayado la contradicción que existe en una afirmación de los derechos que no conlleve una responsabilidad: Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen (Cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).
El campo de los derechos del hombre se ha extendido a los derechos de los pueblos y de las Naciones, pues lo que es verdad para el hombre lo es también para los pueblos. El Magisterio recuerda que el derecho internacional se basa sobre el principio del igual respeto, por parte de los Estados, del derecho a la autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del bien común superior de la humanidad. La paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos, particularmente el derecho a la independencia.
Los derechos de las Naciones no son sino los “derechos humanos” aplicados a este nivel de la vida comunitaria. La Nación tiene un derecho fundamental a la existencia; a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve su “soberanía” espiritual; a modelar su vida según las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda violación de los derechos humanos fundamentales y, en particular, la opresión de las minorías; a construir el propio futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada.
La solemne proclamación de los derechos del hombre se ve contradicha por una dolorosa realidad de violaciones, guerras y violencias de todo tipo: en primer lugar los genocidios y las deportaciones en masa; la difusión por doquier de nuevas formas de esclavitud, como el tráfico de seres humanos, los niños soldados, la explotación de los trabajadores, el tráfico de drogas, la prostitución; también en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre son respetados totalmente estos derechos.
Existe desgraciadamente una distancia entre la “letra” y el “espíritu” de los derechos del hombre a los que se ha tributado frecuentemente un respeto puramente formal. La Doctrina Social, considerando el privilegio que el Evangelio concede a los pobres, no cesa de confirmar que los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás y que una afirmación excesiva de igualdad puede dar lugar a un individualismo donde cada uno reivindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común.
La Iglesia, consciente de que su misión, esencialmente religiosa, incluye la defensa y la promoción de los derechos fundamentales del hombre, estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes los derechos de las personas.
El compromiso pastoral de la Iglesia se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones de estos derechos. El anuncio es siempre más importante que la denuncia, y esta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia. La Iglesia confía sobre todo en la ayuda del Señor y de su Espíritu que es la garantía más segura para el respeto de la justicia y de los derechos humanos y para contribuir a la paz, para promover la justicia y la paz, para hacer penetrar la luz y el fermento evangélico en todos los campos de la vida social; a ello se ha dedicado constantemente la Iglesia siguiendo el mandato de su Señor.
Hoy iniciamos la Semana Santa con la celebración de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, así también hoy nosotros lo proclamamos ¡Bendito el que viene en nombre del Señor¡. Que las celebraciones centrales de nuestra fe cristiana nos animen a vivir el Evangelio en nuestras familias y en nuestros ambientes, con sobriedad, con alegría y en unidad y paz cristianas.

Durango, Dgo. 28 de Marzo del 2010. + Enrique Sánchez Martínez
Ob. Aux. de Durango
email:episcopeo@hotmail.com

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