La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad
Se vive una crisis de legalidad. Ante esto es conveniente una reflexión acerca de la autoridad y de un buen gobierno democrático. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (nums. 393-398), dice al respecto: “Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que impulse a todos hacia un bien común. Es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Ésta, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. La autoridad política es necesaria, en razón de las tareas que se le asignan y un componente positivo e insustituible de la convivencia civil”.
La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad. La autoridad política es el instrumento de coordinación y de dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos intermedios se deben orientar hacia un orden que esté al servicio del crecimiento humano integral. El ejercicio de la autoridad política, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común según el orden jurídico legítimamente establecido. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer.
El sujeto de la autoridad política es el pueblo, como titular de la soberanía. El pueblo transfiere el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige libremente como sus representantes, pero conserva la facultad de ejercitarla en el control de las acciones de los gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no cumplan satisfactoriamente sus funciones. El solo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política.
La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral. La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales. Estos son innatos, derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado pueden crear, modificar o destruir. Estos valores no se fundan en mayorías de opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral objetiva, ley natural inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2,15), y punto de referencia normativo de la misma ley civil.
La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón: la ley humana es tal en cuanto es conforme a la recta razón y por tanto deriva de la ley eterna. Cuando una ley está en contraste con la razón, se le denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia. La autoridad que gobierna según la razón orienta al ciudadano hacia la obediencia al orden moral y, por tanto, a Dios mismo que es su fuente última. Quien rechaza obedecer a la autoridad que actúa según el orden moral “se rebela contra el orden divino” (Rm 13,2). De la misma manera la autoridad pública, que tiene su fundamento en la naturaleza humana y pertenece al orden preestablecido por Dios, si no actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima.
Algunos elementos para de un “buen gobierno democrático”. El buen gobierno reside en el Estado de derecho. Este elemento constituye el núcleo interno de la democracia y distingue una sociedad progresista y moderna de una sociedad atrasada y medieval. Se trata del funcionamiento imparcial del Estado de derecho, que da dignidad a los débiles y justicia a quienes carecen de poder. Garantiza la separación de poderes y salvaguarda a los ciudadanos de las arbitrariedades del poder absoluto. Protege las libertades individuales y las libertades civiles. Sin la protección del Estado de derecho, una democracia puede caer rápidamente de la regla de la mayoría a la regla de la masa. Actualmente las sociedades que carecen de un Estado de derecho viven bajo el Estado de la jungla, donde el poder tiene la razón y quienes tienen las armas establecen las reglas.
Otro elemento de un sistema de gobierno democrático es tener una atención especial por los menos favorecidos y los débiles. No hay ninguna sociedad civilizada que no haga un esfuerzo por proteger a sus miembros más débiles y desfavorecidos, sobre la base misma de los derechos y valores humanos fundamentales, como son: los derechos civiles y políticos, y el derecho a la vida, la libertad y la seguridad, el derecho a tener propiedades, a no ser discriminado, al sufragio, el derecho a la libertad de expresión y de prensa, la protección contra invasiones arbitrarias de la privacidad, la familia o el hogar, etc.
Un gobierno democrático implica tolerancia, y la amplitud de espíritu que nos permite aceptar y adoptar una diversidad de creencias. Así como la tolerancia y la democracia van de la mano, la tolerancia es esencial para el progreso. También significa confianza en sí mismo, no en el sentido de una consigna política, sino en el de una confianza en los propios corazones y mentes de los ciudadanos. La confianza en uno mismo significa, esencialmente, creer en uno mismo sin arrogancia ni vanidad y encontrar los medios para que podamos crecer interiormente sin buscar atajos como la caridad de los otros y el apoyo del Estado.
Un buen sistema de gobierno democrático significa apertura, mantener una mente abierta a nuevas ideas e influencias y a los vientos del cambio. Ninguna sociedad ha alcanzado la grandeza atrincherándose tras puertas cerradas.
Durango, Dgo., 3 Octubre del 2010.
+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
email:episcopeo@hotmail.com
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