Es tiempo de erradicar el pecado de nuestra persona, de la sociedad y vivir el amor

Estamos en el novenario de la Navidad y nos preparamos a celebrar estas fiestas de muchas maneras. La Iglesia nos ha invitado fuertemente en el Adviento a una preparación para recibir al Príncipe de la Paz en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestra sociedad. Y como cada año, este tiempo nos motiva a pensar en los demás y a compartir con los que no tienen y con los que no pueden pasar una Navidad con su familia.
Con mucho tiempo de anticipación, diversos grupos e instituciones públicas y privadas se organizan para pedir a la comunidad y en los negocios y distribuir juguetes entre los niños pobres, o despensas a las familias que no tienen recursos; agudizamos la mirada y nos fijamos en las familias que no tienen una vivienda digna y que sufren las inclemencias del frio del invierno y no tienen con que cubrirse; en nuestras mismas parroquias también lo hacemos. Cada año se piden juguetes, alimentos, cobijas, ropa de invierno en buen estado, láminas para los techos de las casas de cartón, nos preocupamos por las personas enfermas que viven solas, etc. De alguna manera colaboramos con una buena obra: ayudar a los pobres, los necesitados, porque es Navidad.
Que bueno que aún tengamos esa capacidad de asombro por las personas que sufren, sin duda es fruto de los valores familiares y cristianos que aún están arraigados en la sociedad. Pero yo quiero llamar la atención para que nos preocupemos por erradicar de raíz los grandes males que arrastramos desde hace tiempo y que parece que ya no van a desaparecer, quizá nos hemos acostumbrado a vivir con ellos: pobreza, educación deficiente, inseguridad, violencia, corrupción, impunidad, desempleo, etc. La sequía que ha golpeado el norte del país y en Durango ha agravado la crisis.
Hace unos días escuchamos la noticia que 6 de cada 10 duranguenses son pobres, cada vez hay más pobres y parece que nadie lo puede detener. Las noticias sobre los problemas de la educación también son constantes: bajos salarios y prestaciones, problemas sindicales sin resolver, gran rezago educativo, baja calidad en la enseñanza, preparación deficiente de algunos maestros, la realidad es que muchos de los adolescentes que entran a la preparatoria no saben leer ni escribir.
La inseguridad y la violencia crecen, no hay poder político, militar, policiaco, que detenga al crimen organizado. La corrupción e impunidad tampoco han disminuido. Los Estados no han podido o no han querido reorganizar sus cuerpos policiacos, parece que hay intereses que lo frenan. Siguen disminuyendo las remesas de Estados Unidos hacia México, y aquí no hay empleo, así como se crean unos puestos de trabajo, desaparecen otros, hay mucho trabajo informal.
Jesús nos invita a ir a la raíz del mal del mundo, que es el pecado, y ese es el que hay que extirpar de las personas y de los ambientes, ya que es lo que frena la aparición de los valores del Reino. Es tiempo de impulsar el amor “El amor «caritas» es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente”. San Pablo a los Romanos nos invita: “Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo” (Rm12,9-10)
El pecado social, o sea, el comportamiento o aquellas situaciones que son producto del quehacer colectivo, o de grupos o conjuntos de personas más o menos amplios, aunque estos grupos o conjuntos de personas no estén unidas entre sí por un elemento común, o hasta quizás ni se conozcan, es un mal que aqueja nuestra sociedad y que afecta a todos los componentes de nuestro entorno. Y muchas veces afecta a naciones completas o hasta grupo de naciones, «estos pecados sociales son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales».
El pecado social se crea cuando se favorece la iniquidad, la injusticia, la maldad. Cuando se puede hacer algo por evitarlo o eliminarlo en sus manifestaciones de injusticia, corrupción, negligencia, irresponsabilidad, pero no se hace por pereza, miedo, por complicidad activa o pasiva, coparticipación, comodidad, conveniencia, por pensar que nada se puede hacer ante la magnitud del pecado o el pecador, cuando se le huye a las consecuencias y el sacrificio de hacer lo correcto, etc.
Pero si se lleva a cabo un verdadero y honesto discernimiento sobre nuestra responsabilidad del pecado social, claramente llegamos a la conclusión que la responsabilidad es de las personas. El pecado es un desorden, es un acto interior que busca un bien inmediato y por lo tanto afecta nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. Algunos ingredientes exteriores más comunes del pecado individual son la riqueza y el poder. Con éstos vienen los honores falsos, los valores trastocados, la codicia desmesurada, el apetito por tener más y más, y finalmente la soberbia, la arrogancia y el endiosamiento.

Durango, Dgo., 18 de Diciembre del 2011.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

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