Te adorarán, Señor todos los pueblos de la tierra

arzo-01Epifanía; 5-I-2014

Te adorarán, Señor todos los pueblos de la tierra  

            S. Pablo en su Carta a los Efesios, dice: “por revelación se me dio a conocer… el misterio revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”. Jesucristo es presentado como el revelador del Padre, más aún como la palabra definitiva de Dios a los hombres. El plan salvífico de Dios, realizado por Cristo en su vida, dado a conocer por el Espíritu a los Apóstoles, Pablo lo describe brevemente a los efesios y aquí lo resumimos en pocas palabras: a la heredad de Cristo son llamados los Hebreos, y también los paganos, que anulada toda barrera, forman con los judíos un solo cuerpo, un solo pueblo, y participan de las promesas hechas a los antiguos padres.

            En el Evangelio de hoy, S. Mateo narra la llegada de Astrólogos orientales a Jerusalén, preguntando: “¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Consultados los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo, Herodes encaminó a los Sabios orientales hacia Belén, con la consigna de regresar a informarle, para ir también a adorarlo. Al partir los Sabios hacia Belén, les precedía la estrella que habían visto en Oriente, hasta detenerse en el lugar donde estaba el recién nacido; entrando en el establo, vieron al Niño con María su madre: se postraron, lo adoraron y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. Advertidos en sueños de no regresar a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

            S. Mateo describe los acontecimientos de la infancia de Jesús, a la luz de las profecías; pero, a diferencia del capítulo primero, centrado en el marco del pueblo judío, en el capítulo segundo, el horizonte se amplía: también los paganos son atraídos a la luz de Jesús-rey y peregrinan hasta Él; pero la nueva Sión no es Jerusalén sino Belén, en cumplimiento del profeta Miqueas: “en cuanto a ti, Belén-Efrata, que no destacas entre los clanes de Judá, sacaré de ti al que ha de ser soberano de Israel” (5,1-14). Tal regreso a los orígenes, indica que el nuevo pueblo sí es continuación del antiguo, pero al mismo tiempo ruptura con él, en base a la fe. De hecho, el texto es un ejemplo de vocación a la fe: los magos-astrólogos, son llamados por medio de una estrella, único medio a su disposición; Herodes y los sacerdotes, por el testimonio de los magos y de la Escritura; pero se notan reacciones muy diferentes.

            Ahora, la presente generación ha visto  derrumbarse los obstáculos y las distancias que separan a hombres y naciones, gracias a un creciente sentido universalista, a una más clara conciencia de la unidad del género humano  y a la aceptación de una dependencia reciproca con miras a una auténtica solidaridad; y gracias al deseo de entrar en contacto con los hermanos y hermanas, más allá de las divisiones creadas por la geografía o las fronteras nacionales o raciales.   Uno de los elementos más significativos del Concilio Vaticano II, es sin duda, el llamado a la unidad fundamental de la familia humana.

            Avanzando en este III milenio, la humanidad se orienta hacia un universalismo cultural, ideológico y tecnológico jamás antes visto. Pero, ¿de qué medios disponemos para alcanzar este sueño?: se experimentan muchos métodos con más o menos credibilidad y posibilidades, pero, no pocas dificultades. ¿Se debe recurrir a la fuerza?: la experiencia de grandes imperios, basados en la violencia, nos pone en guardia. ¿Podemos fiarnos de la conciencia universal del trabajo y de la técnica?: los principios de derecho y de cultura, para fundamentar la unificación son verdaderamente profundos? Y, la persona?

            Y los cristianos, ¿qué decimos y qué aportamos?: el primer hombre que creyó en el universalismo, según las Escrituras, fue Abraham, el padre de las naciones: Dios le prometió que un día, su descendencia reuniría a las naciones: y el patriarca creyó; fue el primer acto de fe hecho por un hombre. Pero,  actualmente, nuestra fe ¿a dónde nos lleva; a qué nos empuja?

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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