La Iniciación Cristiana (1)

3571818866_bd80b91a75_oLa palabra Iniciación viene del latín (in-ire) y ya era conocida en las religiones paganas, como el culto a Mitra muy cerca del Coliseo de Roma; se usaba en el sentido de que una persona era admitida en un determinado grupo religioso o social, a través de tres momentos: dejar una postura, marginación en la nueva y entrada definitiva e investidura.

 Bajo la influencia del lenguaje mistérico, en el siglo IV tomó la categoría de Iniciación Cristiana, como itinerario o proceso por el que uno se hace cristiano, a través de un aprendizaje gradual de la vida de fe, significada eclesialmente en los tres sacramentos de Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El término de Iniciación Cristiana, históricamente expresa la íntima relación de los tres Sacramentos, que continuaba así en el siglo XV-XVI, en algunos lugares, y actualmente todavía así los administran en la Iglesia Oriental.

Iniciación Cristiana, teológicamente significa la asimilación gradual a Cristo, que realiza en el hombre, su  misterio de hijo de Dios, testigo del Espíritu y víctima por la humanidad. La Iniciación no puede reducirse a un mero hecho educativo o a un itinerario didáctico, o a un simple ritual de pertenencia jurídica o religiosa a una comunidad, sino que expresa el misterio que introduce al hombre, en la vida nueva, bien transformándolo en su ser, (comienzos, misterios sagrados, gracia), bien comprometiéndolo personalmente a una opción de fe, para vivir como hijo de Dios, bien integrándolo (por el Bautismo) a una Comunidad que lo acoge como miembro, que lo inspira en el obrar (por la Confirmación), que lo alimenta con el Pan de la palabra y de la vida eterna (por la Eucaristía).

Los tres momentos sacramentales por los que el hombre es regenerado, consagrado por el Espíritu, alimentado en la Mesa Celestial, no agotan el itinerario o proceso gradual de crecimiento en la fe, dentro de una Comunidad. Por ello, deben ser considerados siempre en el contexto global de una maduración libre, a veces fatigosa y siempre comprometida de la fe del cristiano adulto, dado que el modelo de la Iniciación Cristiana de los niños, no es el tipo ideal o normativo.

 La analogía con los ritos de Iniciación de otras religiones, no significa que la realidad y la teología de la salvación implícita en los Sacramentos de la Iniciación Cristiana se derive de las religiones paganas, como se afirmó en el S. XIX. Efectivamente, las purificaciones, los baños, los banquetes sagrados, son obras comunes a todas las religiones, aunque no se puede excluir que el Cristianismo haya utilizado, para una mayor comprensión de los convertidos del paganismo, expresiones o instituciones presentes en las religiones no cristianas contemporáneas.

  La originalidad de la Iniciación Cristiana, con respecto a los misterios paganos, aparece en estudios recientes, que captando parecido con los ritos de Mitra y de Eleusis, señalan también diferencias esenciales.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito

La edad para el matrimonio (3)

3571818866_bd80b91a75_oHay que notar que, no obstante la difusión de la homosexualidad en las culturas paganas, como la de Roma antes de ser evangelizada por la Iglesia Católica, los romanos no legislan a favor de la homosexualidad. Para la razón práctica y justa de los romanos, la homosexualidad se toleraba como un mal menor debido a la degeneración de las costumbres, pero no como unión que favoreciera la fuerza y continuidad del Imperio. En la filosofía jurídica de los romanos, las uniones homosexuales, por la razón elemental que no generan prole, son dañinas para la familia y para las republicas. Para los romanos, eran pues uniones “contra naturam”.

                         El Apóstol S. Pablo, judío culto y conocedor del mundo y de las culturas de su época, se refiere a las degeneraciones “contra naturam”, que agobiaban a griegos y romanos: “sus mujeres han cambiado la relación natural del sexo, por usos antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han encendido en deseos de unos por otros” (Rom 1, 26-27); y lo atribuye a la ceguera de la razón, al debilitamiento de la voluntad, al abandono del verdadero Dios y a la caída en la idolatría (Cfr. 1Cor 6, 9-11).

                         Los profesores mexicanos que leen en sus clases los libros de la Secretaría de Educación Pública, en donde se aboga por la vuelta de la cultura pagana de los indígenas precolombinos, gritan por los aires, negando la degeneración irracional de los indígenas. A ellos les recomiendo que visiten algunos lugares del sur del país, habitados por etnias indígenas, donde podrán constatar que hay lugares, donde, a pesar de casi quinientos años de evangelización, aún persisten las aberraciones descritas por Bernal Díaz del Castillo en su crónica sobre la conquista de la Nueva España. Por la Sierra de Zongolica, conozco más de un pueblo, donde la degeneración de las costumbres está muy arraigada. Allí existen hasta degeneraciones genéticas por estos vicios.

                         También en Durango, con la proliferación y favorecimiento de la homosexualidad, ya se reclama esta práctica repugnante, como un derecho natural y positivo. Lo que es “contra naturam”, no es natural ni tiene derechos ni obligación correlativa de parte de ninguna sociedad. Y si es “contra naturam”, carece de validez ética, aunque se inscriba positivamente en un código.

                         Cuando se abandona a Cristo y las normas morales que nacen de su Evangelio, aparece como consta en Durango, toda suerte de vicios y degeneraciones. Recuerdo que un diputado homosexual, que recientemente defendía ante el Congreso del Estado de Durango el arrejuntamiento civil de los homosexuales, gritaba al perder la votación: “Esto no es Biblia”. Sin querer argumentaba a favor del paganismo y sus aberraciones. Y como Satanás se esconde tras los ídolos y sus corrupciones, el mismo Satán mugía por la boca de ese diputado: “Soy yo”.

                         La jurisprudencia racional, incluía la de la Iglesia, siempre ha reconocido en los menores de edad, el derecho natural al matrimonio. Griegos, romanos, germanos y judeocristianos, siempre han reconocido este derecho y lo han consignado en sus leyes. Es verdad, que por la aparición de la sociedad industrial y por la consecuente sumisión de los campesinos y citadinos pobres, a la maquinaria del capitalismo liberal en el S.XVIII, los jóvenes abandonaron la vida matrimonial para someter sus fuerzas a las máquinas y a las minas. Es obvio que las nuevas estructuras económicas aumentaron la edad del matrimonio, pero no fundadas en una evolución natural, como se pretende, sino en la presión del capitalismo liberal.

                         El derecho natural al matrimonio se volvió imposible, tanto por la carga de trabajo como por la insuficiencia de los salarios para sostener decentemente a la familia. El capitalismo, esclavizando a los jóvenes, hombres y mujeres, obstaculizó el derecho natural al matrimonio y a la procreación, pero no lo desapareció. Es notable, que en la Europa nórdica, donde la industrialización se afianzó con más fuerza, la edad para el matrimonio, para hombres y mujeres, se ubicó entre los 21 y 30 años. En estas latitudes, la madurez sicofísica de los jóvenes es más tardía que en las latitudes templadas y cálidas, pero consta por la experiencia de casi tres siglos que la naturaleza se rebeló primero contra esta esclavitud en las regiones nórdicas. Fue ahí donde se iniciaron las relaciones prematrimoniales desde la adolescencia. Y no como decisión cristiana, sino como una desviación hacia una lujuria destructora de la juventud fértil y creativa. Los excesos sexuales apagaron el interés para formar una familia, nacida del matrimonio. Gracias, P. Jesús Gaona por esta valiosa aportación.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Edad para el matrimonio (2)

                    3571818866_bd80b91a75_o     Ante todo, la mujer era radicalmente protegida por la alianza matrimonial. De hecho, la palabra matrimonio y el instituto nacen de esta práctica jurídica: “moenium matri”: protección para la madre. La sabiduría práctica de los romanos evitó con sus leyes, los embarazos de jovencitas adolescentes, y al mismo tiempo, las dificultades que tendría con su dote de filia-familiae. De hecho, consta por los textos de las leyes romanas que también las mujeres romanas libres, podían heredar y conservar su patrimonio. Desafortunadamente, ni los esclavos ni sus hijos disfrutaban de este universo de protección jurídica y económica.

                         Ahora bien, las ciencias naturales y las ciencias sagradas, proceden de la inteligencia de Cristo; que incorpora al ser humano, para que las desarrolle por la razón que se le participa con dinamismo epistemológico. Y estando la Iglesia  Católica dotada de la misma inteligencia sobrenatural de Cristo, por medio de sus teólogos cristianizó también la ciencia jurídica de los romanos. La luz creadora de la inteligencia de Cristo, por medio de la Iglesia, rescató de los límites del razonamiento natural, el ser de la intelectualidad jurídica de los romanos y lo elevó incorporándolo como ayuda del Evangélio.

                         Desde el mismo nacimiento de la verdadera y única Iglesia de Cristo, las leyes canónicas actúan y regulan el quehacer de los cristianos, asumiendo la estructura lógica y lingüística del derecho romano. Por esta razón, la compilación jurídica de Graciano, monje camaldulense del siglo XII, profesor de la Universidad de Bolonia, que se extiende desde el siglo I hasta el siglo XII, decreta que la edad válida para que la mujer pueda contraer matrimonio es de 12 años y 14 la del varón. Pero como acontece en el derecho romano, esta prescripción, supone que la naturaleza alcanza la respectiva madurez en esta edad, porque si se presenta antes de esa edad, el hombre y la mujer pueden contraer matrimonio.

                         Lo mismo acontece con los libros de las Decretales, donde se actualizan las leyes de la Iglesia en los siglos XIII y XIV. Junto con el Decreto de Graciano, estas Decretales forman el Cuerpo del Derecho Canónico, cuyas leyes mantuvieron su vigor en diferentes instituciones, inclusive en el matrimonio, hasta el Código de Derecho Canónico de 1917. Lástima que los nuevos clérigos de las Universidades Pontificias, refractarios a la lengua latina, cuya precisión y elegancia, exige un alto coeficiente intelectual para aprenderlo, escribirlo y hablarlo, rehúyen el estudio de estos códigos.

                         A causa de este defecto, el Cuerpo del Derecho Civil Romano, base de la estructura jurídica de los códigos eclesiásticos, con mayor razón permanece desconocido. Lo mismo ha de decirse de los códigos, que desde el S. IV hasta el S. VII, fundándose en el derecho romano, confeccionaban los pueblos bárbaros que se convertían al Cristianismo en la Europa romana. Desde luego, las costumbres de los bárbaros, también aceptaban el matrimonio cuando los adolescentes llegaban a la libertad. Por lo demás, la Unión Europea, no descarta aún el uso del latín, como el idioma que puede unificarla de nuevo en un idioma principal, una misma ley y una misma religión cristiana.

                         Por tanto, la lectura de los códigos de romanos y de los códigos eclesiásticos, fundamentalmente muestran respeto por el derecho natural del matrimonio del hombre y la mujer. Este derecho se despierta cuando aparece la pubertad, que puede ocurrir antes de la edad prescrita por la ley. Para posibilitar esta unión matrimonial, se creó una estructura económica y jurídica que hizo posible la unión conyugal de los jóvenes y la consecuente procreación de la prole.

                         En el primer versículo del Digestum del derecho romano, se tiene como derechos reconocidos por los mismos sacerdotes paganos, la unión matrimonial del varón y de la fémina y el consecuente nacimiento de la prole. Matrimonio y prole se requerían para la existencia y el bienestar de la república romana. En la inteligencia romana, hay bastante congruencia con la doctrina de la Iglesia, contenida en las Sagradas Escrituras (Génesis 1, 27-28), por lo que la Iglesia asume la doctrina de aquellas leyes romanas que más se adecúan a la doctrina revelada.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Edad para el matrimonio (1)

3571818866_bd80b91a75_oEn días pasados, el Pbro. Dr. Jesús Gaona M. Párroco de Analco en esta ciudad, publicó en Facebook, un largo artículo sobre la edad para contraer matrimonio. Agradeciéndole, felicitándole y con su consentimiento, yo retomo esta valiosa aportación para publicar su contenido en mi columna “Episcopeo”, distribuido en tres entregas.

 “Treboniano, jurisprudente del s. VI d.C. compila las leyes del Imperio romano, compilación que se extendía desde la fundación de Roma, 750 a. C. Con este trabajo se reunieronbv  los libros del Codex Juris Civilis, que luego promulga el mismo Justiniano. Sorprende que, para este trabajo,  Treboniano sintetizó tres millones de rollos de pergamino que reunió de las diferentes provincias de ambos imperios.

  Los libros que componen el Códex: Constituciones, Digestum, Codex, Novellae, decretan como edad legal para el matrimonio 12 años de edad para la mujer y 14 para el hombre, pero puede celebrarse válidamente antes, es decir, desde que en los adolescentes aparece el bello púbico. Estas costumbres y leyes tenían vigor tanto para el Occidente como para el Oriente.

  La Iglesia, heredera de la legislación hebrea y grecoromana, aplicaba esta legislación en el caso de los menores de edad. Aún hoy la aplica, porque en el Código de Derecho Canónico de 1983, en el canon 1083.3, dice: “No puede contraer matrimonio válido el varón antes de los dieciséis años cumplidos, ni la mujer, antes de los catorce también cumplidos”. Pero este mismo canon en el apartado 2, establece una excepción para la licitud: “Puede la Conferencia Episcopal establecer una edad superior para la celebración lícita del matrimonio” La Conferencia Episcopal Mexicana, ha señalado la edad de 18 años, para el hombre y la mujer.

  Es sabido que, habiendo sido el matrimonio establecido por el Creador, para la multiplicación congrua de la especie humana, matrimonio que luego fue instituido por Cristo como Sacramento, la Iglesia regula este instituto sin alterarlo. Establecido pues, por el mismo Dios Trino, no por Gengis Kan, Martín Lutero, Benito Juárez, Carlos Marx, Lenin o Manuel López Obrador; ni por algún legislador de izquierda u homosexual de la Ciudad de México o del Honorable Congreso de Durango.

  La lectura de los jurisprudentes romanos citados por el Codex Juris Civilis, muestra una cultura prevalentemente agropecuaria, que duró en Europa desde la fundación de Roma, prácticamente hasta el siglo XVIII, sobre todo, en países de estructura capitalista que se industrializaban. Ante todo, en el contexto romano, los matrimonios entre menores de edad, se realizaban entre adolescentes, tanto por costumbre como por las alianzas entre familias de patricios.

En el siglo III-IV d. C. se lee que el hijo del gobernante de la Ciudad de Roma, pretendía a la niña Inés de 13 años, perteneciente a la familia de los Clodios; el pretendiente se enamoró de ella, cuando salía de la escuela. Demasiada pretensión de alianza matrimonial, para un ciudadano romano de segunda categoría, como era este joven. Además la adolescente Inés era cristiana, y como ella le explicó repetidamente al pretendiente, también era virgen consagrada a Cristo, a quién había elegido como esposo.

Es importante considerar esto, porque los masones, sustentadores y promotores de la Constitución Mexicana de 1917, alaban el artículo tercero de la Constitución, esencialmente contrario al Evangelio, diciendo que la Iglesia siempre se opuso a la educación de niños y jóvenes; ignorando que la Iglesia, favorecida por la justicia del derecho romano, desde sus inicios fundó corporaciones jurídicas, entre otras cosas para la educación de niños, adolescentes y jóvenes. No necesitó de médicos, sexólogos o sicólogos amorales que les impartieran educación sexual.

En aquellos tiempos, en Roma, la precocidad para contraer matrimonio se explica  por la cercanía al mar y porque el matrimonio protegía más  a los conyuges, a pesar de los peligros de la lujuria ambiental y pagana. La biografía de Inés, muestra que fue martirizada por los verdugos del gobierno idólatra de Roma, y la asesinaron con tormentos, por no renunciar de Cristo y de su consagración a Él. Pero así, ahora ella es santa y está en el cielo, gozando de la gloria celestial.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

2000 años de Historia de la Salvación

3333550107_dd87082e26_q  En 1997 se le preguntó al entonces Card. Ratzinger: ¿el Cristianismo ha traído de verdad la Salvacion? ¿Ha traído la Redención? ¿El mundo está de verdad redimido? O ¿todo ha sido en vano? No será: ¿que el Cristianismo ha perdido fuerza?

                         El Cardenal respondió: “Creo que hay que empezar diciendo que la Salvación que procede de Dios, no es algo cuantitativo, ni puede añadirse a otros sumandos. Los conocimientos técnicos que tiene la humanidad tal vez puedan detenerse ocasionalmente; pero siempre van en la línea de un continuo avance. El ámbito cuantitativo es medible, puede concretarse en mayor o menor medida”.

                         “Pero, cuando el hombre da un paso adelante en el bien, no se puede cuantificar, porque cada vez es un nuevo hombre y, por tanto con cada nuevo hombre empieza en cierto sentido otra nueva historia”.

                         “Es importante resaltar esa distinción. La bondad del hombre no es cuantificable. De ahí que no se pueda deducir que el Cristianismo, que en el año cero inició siendo como un grano de mostaza, deba acabar siendo un erguido y robusto árbol, y que todo el mundo pueda contemplar cómo ha ido mejorando de siglo en siglo. Que es un árbol que puede derribarse y cortarse; porque la Redención ha sido confiada a la libertad del hombre, y Dios nunca privará al hombre de su libertad”.

                         “Es propio de la estructura, por decirlo así de la Redención, que siempre esté ligada al riesgo de la libertad. Nunca la Redención ha sido impuesta al hombre desde el exterior, ni tampoco está asegurada por estructuras rígidas, sino que la Redención está contenida en el frágil recipiente de la libertad  humana. Cuando el ser humano haya llegado a un nivel superior, se debe también tener en cuenta que todo podría desplomarse y venirse de nuevo abajo”.

               “Es esta propiamente, diría yo, la lucha sostenida por Jesús en las tentaciones: ¿qué es la Redención? ¿Algo que existe en el mundo como una estructura consolidada que se puede controlar de modo cuantificable, en el sentido de que de ahora en adelante, si todos han recibido su pan, ya no habrá más hambre? ¿O bien, la Redención es algo diferente? Porque está ligada a la libertad, porque no es algo ya dado a los hombres en las estructuras, sino que se ofrece siempre a su libertad, y que dentro de ciertos límites, puede ser destruido por esa libertad”.

                  “Hemos de considerar además, que el Cristianismo ha sido siempre una fuerza de amor. Si analizáramos todo lo acaecido en la historia, gracias al Cristianismo, comprobaríamos que, realmente es bastante considerable. Goethe dijo: “respetemos todo lo que hay detrás de nosotros”. Ciertamente, gracias al Cristianismo, se extendió el respeto a los hombres en cualquier situación”.

                  “S. Atanasio, gran Obispo de Alejandría en el siglo IV, describía cómo en su tiempo, las diferentes razas se enfrentaban entre ellas con violencia, hasta que los cristianos les inspiraron sentimientos de paz. Estas cosas no son sólo fruto de la estructura de un sistema político. Pueden suceder todavía hoy, como podemos ver: donde el hombre se aparta de la fe, los horrores del paganismo se presentan de nuevo con reforzada potencia. Yo creo, y eso puede comprobarse, que Dios ha irrumpido en la historia de una forma mucho más suave de lo que nos hubiera gustado. Pero, así es su respuesta a la libertad. Y si nosotros aprobamos que Dios respete la libertad, debemos aprender a respetar y amar la suavidad de su obrar”.

                  “La expansión cuantitativa del Cristianismo, según el número de fieles, no siempre  lleva consigo una mejoría del mundo, porque de hecho, no todos los que se dicen cristianos, lo son realmente. El Cristianismo, por sí mismo, no es un nuevo y organizado sistema político-social, para acabar con el mal. El Cristianismo repercute solo indirectamente en la configuración del mundo a través de los hombres, a través de su libertad”.

                  “Porque el mal adquiere poder precisamente a través de la libertad del hombre, configurando sus propias estructuras. Ya que, evidentemente hay formas del mal que presionan al hombre, y pueden bloquear su libertad, llegando incluso a levantar un muro que impida la penetración de Dios en el mundo. Pero Dios no venció al mal en Cristo, en el sentido de que éste ya no pueda poner a prueba la libertad del hombre; sino que Dios se ha ofrecido a tomarnos de la mano y guiarnos, pero sin obligarnos”.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

Amar aún a los enemigos

                     3333550107_dd87082e26_q    El mandamiento del amor al prójimo, no era desconocido antes de Jesucristo. Ya en el Antiguo Testamento, jamás se pensó que se pudiera amar a Dios, sin interesarse del prójimo. En el libro de los Proverbios, hay una afirmación, que pareciera que Jesús repetía casi con las mismas palabras: “si tu enemigo tiene hambre, dale pan para comer; si tiene sed, dale agua para beber; así lo harás enrojecer de vergüenza  y el Señor te recompensará” (Prov 25, 21-22).

Pero, el mandamiento de Jesús es nuevo y revolucionario, por su formulación, sus contenidos y su fuerte exigencia, su universalismo, la extensión en su sentido horizontal; no conoce tipos de restricciones o excepciones, fronteras, razas o religiones; sino que abarca al hombre en la unidad y en la igualdad de su naturaleza.

Es nuevo, por la medida, la intensidad y la extensión vertical. La medida es dada, por el modelo que viene presentado: “les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros; como yo los he amado, así ámense también ustedes, los unos a los otros” (Jn 13, 34). Así pues, la medida de nuestro amor hacia el prójimo, es el mismo amor que Cristo tiene por nosotros; más aún el mismo amor que el Padre tiene por Cristo, porque, como el Padre me ha amado a mí, también así yo los he amado a ustedes” ( Jn 15, 9). Dios es amor (1Jn 4, 16); y en esto se manifiesta su amor, en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo para expiar nuestros pecados (1Jn 4,10).

                         El motivo que nos propone es nuevo, amar por el amor de Dios, por sus mismas finalidades divinas, exclusivamente desinteresadas; con amor purísimo sin sombra de compensación: “Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen; así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque, si aman a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen también eso los que recaudan impuestos para Roma? Y si saludan solo a sus hermanos ¿qué hacen de más? ¿No hacen lo mismo los paganos? Ustedes sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto”. (Mt 5, 44-48).

                         El motivo que Cristo nos propone para nuestro modo de amar es amar como Dios que no busca beneficiarse del bien de aquel a quien ama; sino que amándolo crea el bien en él. Esto ha de ser la motivación de nuestro amor a los demás. Si  la visión judaica del amor, podía hacer  creer que el amor fraterno se pone al mismo nivel de los otros mandamientos; la visión cristiana le da un lugar central, único. En el Nuevo Testamento, el amor al prójimo aparece indisociablemente ligado al amor a Dios, de Dios o por Dios.

                         Un compromiso: crear ocasiones de encuentro. Porque enemigos no solo son quienes nos odian y nos hacen el mal. O aquellos con quienes tenemos o aquellos con quienes tenemos contrastes insanables; pero también quienes se atreven a pensar distinto de nosotros, militando en un partido contrario; o aquellos que nos manifiestan su indiferencia, abandonándonos al aislamiento. Corresponde a la caridad de todos, crear ocasiones de encuentro y de apertura; venciendo los cercos de aislamiento, reinventando la hospitalidad y desafiando la indiferencia.

                         Si queremos iniciar la llegada del Reino de los cielos, es necesario cambiar las prácticas de convivencia y valorizar los encuentros personales. La amistad no solo es dada con empeño, también debe ser correspondida con un empeño parecido para que florezca el reconocimiento interpersonal: no sólo es necesario amar al prójimo, junto a Dios; también es necesario dejarse amar, mutuamente, si no se quiere renunciar a la respuesta que Dios nos ofrece en el prójimo.

                         Sin duda que, personal y comunitariamente,  aún debemos perdonar y recibir perdón. Como Cuerpo Eclesial que ha atravesado siglos y siglos, hemos dejado muchos restos que ya son históricos. Pero no nos hemos desprendido de toda la basura de nuestros pecados personales y comunitarios. Siempre necesitamos recordar que Dios es amor y nos amó primero, y nos envió a su Hijo para expiar nuestros pecados (1Jn 4,10).

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

La Palabra de Dios es abundancia del bien

3333550107_dd87082e26_qPara iluminar este título, les comparto textualmente un comentario de S. Efrén Diácono, que tiene como título: La Palabra de Dios, fuente inagotable de vida. ¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases?

                         Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la Palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su Palabra; para que todo el que la estudie, pueda ver en ella, lo que más le plazca. Escondió en su Palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros, pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a que se enfocara su reflexión.

La Palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. “Comieron, dice el Apóstol el mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida espiritual”.

Aquel pues, que llegue a alcanzar alguna parte de este tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre o estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra.

Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe, y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias, por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte; lo que ha quedado es tu herencia.

Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento, si perseveras, lo podrás recibir en otra ocasión.

No te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una sola   vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

 

Ustedes son la luz del mundo, son la sal de la tierra

3333550107_dd87082e26_q   En 1996, el Cardenal Joseph Ratzinger, todavía Prefecto de la Congregación para doctrina de la Fé, concedió una larga entrevista al periodista alemán Peter Seewald, publicada como “La sal de la tierra”. Y hoy, la liturgia dominical trae el tema de la sal, tema que yo retomo para esta columna semanal. Lo retomo, porque las circunstancias políticas coyunturales, me lo sugieren: Trump, Venezuela, Colombia, Macri, etc.

                         El problema principal es si el cristianismo haya traído la salvación y la redención o no haya tenido ningún resultado. En el correr de los siglos, el cristianismo ¿no habrá perdido su fuerza? En primer lugar hay que decir que la salvación que viene de Dios no es cuantificable o medible. En los conocimientos técnicos puede darse para la humanidad un crecimiento ocasionalmente interrumpido, pero es continuo. Hasta la misma cantidad es medible; se puede verificar si ha crecido más o menos.

                         En cambio, no puede darse un progreso similarmente cuantificable, en cuanto a la bondad del hombre, porque cada ser humano es nuevo y con cada hombre nuevo, en cierto sentido, la historia inicia desde el principio.

                         Es importante tener en cuenta  esta diferencia. La bondad del hombre no es cuantificable. No se puede pues, deducir que el cristianismo, iniciando como grano de mostaza en el año cero, al fin debería aparecer como un árbol grande y cada uno debería percibir cuanto se hayan mejorado las cosas, siglo tras siglo. Puede repetidamente, interrumpirse y reemprender, porque la redención está confiada a la libertad del hombre y Dios no quiere anular esta libertad.

                         Es propio de la estructura que esté siempre ligada a la libertad, aunque con riesgo de la redención. No que sea impuesta desde fuera ni definitivamente asegurada por estructuras rígidas; sino que está inserta en el frágil contenedor de la libertad humana. Si se sostiene que la naturaleza humana haya alcanzado un nivel superior, se debe también tener en cuenta que podría resquebrajarse y venir a menos.

                         Digamos que propiamente la redención o la salvación es así: no es algo que nos sea dado en las estructuras; sino algo que se orienta siempre a la libertad y que dentro de ciertos límites, incluso puede ser destruido por esta libertad.

                         Debemos también reconocer que el cristianismo ha generado con continuidad, grandes energías de amor. Si se considera lo que el cristianismo ha generado en la historia, se está ciertamente de frente a algo considerable. Gracias al cristianismo, nació la asistencia organizada a los enfermos, el cuidado de los débiles y toda una organización de obras caritativas. Gracias al cristianismo, ha madurado el respeto por el ser humano, en cualquier condición que se encuentre. Es ya de por sí interesante, que el emperador Constantino, habiendo reconocido al cristianismo, se sintiera obligado a establecer en la legislación romana, el domingo como fiesta para todos y que se preocupara por garantizar algunos derechos a los esclavos.

                         Por otra parte, pensemos en Atanasio, el gran Obispo de Alejandría en el siglo IV. Él narra que en sus tiempos, los grupos étnicos se enfrentaban unos a otros con violencia, hasta que, con los cristianos, se difundieron ciertos sentimientos de paz. Son situaciones que no dependen solo de la estructura de un sistema político, sino que aún pueden suceder y podemos comprobar.

                         Cuando el hombre se aleja de la fe, regresan con mayor virulencia los horrores del paganismo. Así, podemos constatar que Dios se ha fiado de la historia, de un modo mucho más frágil de cuanto nosotros lo hubiéramos querido; pero también veamos que esta es su respuesta acerca de la libertad. Si deseamos y afirmamos que Dios respete la libertad, entonces también nosotros debemos aprender a amar y respetar la fragilidad del actuar humano.

                         En efecto, la difusión cuantitativa del cristianismo, que se mide por el número de quienes lo profesan, no lleva consigo automáticamente el mejoramiento del mundo, porque no todos los que se profesan cristianos lo son verdaderamente. El cristianismo repercute en la estructura del mundo solo indirectamente, a través de los hombres y su libertad. De por sí no se trata de la  institución de un nuevo sistema político y social  que excluya el mal. Dios respeta nuestra libertad, pero cuenta con nosotros.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

El muro

3333550107_dd87082e26_qNos introducimos leyendo unos renglones del Apocalipsis: “Tocó la trompeta el séptimo ángel, y en el cielo se oyeron fuertes voces que decían: A nuestro Señor y a su Cristo pertenece el dominio del mundo y reinará por los siglos de los siglos. Cayeron entonces rostro a tierra los veinticuatro ancianos que están ante Dios y lo adoraron, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y el que eras, porque has recibido el gran poder y has comenzado a reinar. Se enfurecieron las naciones, pero ha llegado tu ira y el tiempo de juzgar a los muertos y de premiar a tus siervos los profetas, a los creyentes y a los que honran tu nombre, pequeños y grandes, y el tiempo de destruir a los que destruyen la tierra” (11,15-18).

Este pasaje parece una respuesta celebrativa en el cielo de lo que acontece en la tierra. Y es que en la perspectiva del Apocalipsis, se han roto las fronteras entre el cielo y la tierra; el cielo está ya abierto y existe comunicación con la tierra. El himno insiste en la grandeza de Dios y en el dinamismo de su Reino. La solemne visión recuerda la llegada de los nuevos tiempos e indica que los planes de Dios están protegidos por el poder providencial de Dios.

                  Pero, Donald Trump, Presidente entrante de Estados Unidos, está empeñado en construir un muro que marque la separación de aquel país y de México. Esta iniciativa que, según avanzan los días,  levanta más comentarios y contradicciones, parece que se va a iniciar. Nosotros como cristianos, no sabemos bien a bien, qué  se pretende. A simple vista, a nosotros nos parece increíble que en los tiempos que estamos viviendo, no se avance en lo que nos une, sino que se eche reversa hacia lo que nos divide.

                  Para nosotros, en primer lugar y sobre todo, nos parece contradictorio, que Donald Trump, habiendo iniciado su gestión con un rito religioso, inmediatamente arremeta contra los que contrastan con su prospero modo de vivir. El sentido de la historia es lineal, del alfa a la omega; y no circular y menos en eterno retorno. Por ello, sabemos que los pueblos de la tierra, han avanzado en los siglos después de Cristo hacia la unidad del género humano.

                   Y, después de las dos grandes guerras mundiales, se ha llegado a concertaciones que nos hacen más humanos, más solidarios y más civilizados. Ahí están, por ejemplo, la ONU, la OTAN, el Tratado de Libre Comercio y el MERCOSUR. Desde el punto de vista religioso están la Iglesia Católica, la Ortodoxia y tantas experiencias, como la de S. Francisco de Asís y la de Sta. Teresa de Calcuta y sus hermanas religiosas.

                  Pero ahora, vemos que se contrasta todo; la marcha de las naciones en entendimiento, se detiene o hasta se regresa. Casi a fines de la presente semana nos enteramos que el Presidente de México suspendió su viaje a Washington. Estamos ante un mundo desencontrado, desorientado; en un camino hacia atrás; no podemos menos que olfatear a prehistoria.

                  A los bautizados, solo nos queda levantar la vista y orar con las últimas palabras del Apocalipsis: “Sí, estoy a punto de llegar, Amén”. ¡Ven, Señor Jesús!

                         “Que la gracia de Jesús el Señor, esté con todos”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Qué es el Reino de Dios

3333550107_dd87082e26_qEstimado lector: sin duda que Ud. ha escuchado o leído antes, algo acerca del Reino de Dios. Este primer mes del año 2017, nos ha hecho escuchar algo sobre la actividad de S. Juan Bautista, y sus palabras: “Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos”. Después de su Bautismo, también Jesús empezó a predicar: “Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos”. El escritor del Evangelio, S. Mateo, como judío no pronuncia el Reino de Dios; en su lugar, pone Reino de los cielos.

                   Con la llegada de este Reino, se hace presente en el mundo la soberanía de Dios que inaugura una situación completamente nueva. Las palabras y los hechos prodigiosos de Jesús, son el signo evidente de que Dios ha comenzado a reinar.

                   Antes de comenzar el anuncio del Reino, Jesús reúne un grupo de seguidores para que sean testigos de sus acciones salvíficas y continúen su misión. S. Mateo ve en su respuesta a la llamada de Jesús un ejemplo de la conversión radical que exige la llegada del Reino. El atractivo de esta llamada es tan fuerte que los hace romper los lazos sociales y familiares para hacerse discípulos suyos. Van a ser testigos de las palabras y de los signos que después ellos mismos tendrán que proclamar y realizar por encargo del Maestro.

También antes de lanzarse a la misión, Jesús se presentó a Juan Bautista para que lo bautizara, en que es públicamente presentado como Hijo en una manifestación excepcional de lo alto: sobre Jesús descendió el Espíritu Santo y una voz dijo: “este es mi Hijo amado en quién me complazco”. El bautismo es el episodio central de la primera parte del Evangelio. Ahí aparecen tres aspectos que Mateo subraya en esta presentación de Jesús: el paso por el Jordán, nuevo mar rojo en que Jesús contempla la gloria de Dios; el diálogo con el Bautista, en que Juan se reconoce como precursor; y la voz del cielo, que confirma lo dicho a José acerca del origen divino de Jesús.

                         Los cuarenta años que Israel tardó en el desierto para llegar hasta la tierra prometida, son simbolizados por los cuarenta días de ayuno y penitencia que duró Cristo en el desierto. Las tres tentaciones sufridas y superadas por Cristo, en realidad son una sola; pues lo que el tentador intentaba era que Jesús renegara de su condición de hijo obediente de Dios: es la tentación de siempre, de un mesianismo fácil y triunfalista. Jesús supera las pruebas en las que había caído Israel y manifiesta que Él es el ungido, para convocar al nuevo pueblo mesiánico con el anuncio de la buena noticia.

                         Después de la prisión y muerte de Juan Bautista, Jesús se traslada desde Nazaret hasta Cafarnaúm, ciudad situada en Galilea, junto al camino del mar. Esto anuncia el destino universal del mensaje de Jesús. Comienza una nueva etapa: el anuncio del Evangelio con palabras y obras. La inauguración del Reinado de Dios en este mundo, es el tema central de la predicación de Jesús. Los comienzos de este Reino son humildes, misteriosos, discutidos; pero es imposible detener su crecimiento y las reacciones que este anuncio provoca. Es pura gracia ofrecida a los sencillos, porque son ellos quienes están más dispuestos a aceptarlo.

                         Las actitudes básicas en el Reino superan a las de la Ley, deben ponerse en práctica sin pretensiones de vanagloria; exigen una confianza en Dios y una resuelta decisión, discernimiento y serio  compromiso con la voluntad del Padre. Mateo va señalando las pistas que conducen a la verdadera felicidad. La primera de ellas resume de algún modo a las demás: llama dichosos a los que viven la pobreza, entendida como la actitud religiosa de desprendimiento y dependencia de Dios; y al mismo tiempo, invita a adoptar esta misma actitud a todos los que quieran tener parte en el Reino.

                         En la visión de Mateo, las bienaventuranzas aparecen como pautas para el comportamiento cristiano. Sin embargo, en labios de Jesús estas palabras eran más bien gritos que expresaban su alegría por la llegada del Reino. Por eso, Jesús proclama dichosos a hombres considerados de ordinario malditos y desgraciados: los humildes, los pobres del Señor, para quienes la llegada del Reino es verdaderamente una buena noticia. Los que viven según las bienaventuranzas, se convierten en sal de la tierra y luz del mundo, es decir en fermento de una nueva humanidad. La Buena Nueva de Jesús, no debe quedar oculta, sino que debe hacerse presente por el testimonio de la vida.

Héctor González Martínez, Obispo Emérito.