¡Vigilar! ¡Orar! y ¡Trabajar! por la paz en México

mons enrique episcopeo-01La “venida” del Señor (en griego “Parusía”), generalmente es interpretada como el “retorno” del Señor. Esto se comprende bien en el pasaje de hoy, donde se habla del retorno de un dueño de casa que se ha ido de viaje después de haberle confiado a sus servidores diversos encargos.

Pero hay una realidad más profunda detrás de este lenguaje simbólico. Se trata del hecho de vivir con confianza y perseverancia, apoyándose en la fidelidad de Dios, quien tiene el rostro de Jesús, el Hijo de Dios y Señor de la historia. Para decirlo más claramente: los cristianos no esperamos el “regreso” del Señor resucitado, sino que vivimos en la espera de su venida.

En la página sagrada del domingo nos ubicamos en la última gran lección de Jesús a sus discípulos. Es el “discurso escatológico” en el monte de los Olivos (13,5-37).

Este pasaje es la conclusión y la palabra que queda resonando en los oídos de los discípulos es: “¡Velad!”. Estamos, entonces, ante una enseñanza fundamental del discipulado. En su caminar, los discípulos deben estar atentos ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución) y los peligros internos (perder de vista al Señor).

Pero no todo es negativo, en medio de la oscuridad se asoma una esperanza. En la última parte del discurso (13,28-37), Jesús cuenta la parábola del patrón ausente (13,33-37).

El tema de esta parábola es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen ante situaciones de ausencia, pero ausencia provisional, en la expectativa del regreso: cuando los empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (13,33-37).

Así se retoma la inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (13,4).

No se pueden hacer previsiones matemáticas sobre el día en que llegará el fin ni tampoco nadie conoce el tiempo de su segunda venida: “De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (13,32).

No se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoráis cuándo será el momento… porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa” (13,33b.35b). A la luz de esta realidad se sacan las consecuencias para el discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?

Al inicio del Adviento los obispos mexicanos los invitamos a ¡Vigilar! y ¡Orar!

Nuestro país está en crisis. Eso nos duele y nos afecta a todos. La inequidad, la injusticia, la corrupción, la impunidad, las complicidades y la indiferencia nos han sumido en la violencia, el temor y la desesperación. Ante esto, muchísimos mexicanos nos hemos manifestado de distintas maneras para demandar justicia y paz. Conscientes de este deseo de participar y sabiendo que todos somos parte de la solución para construir una nación en la que se valore la vida, dignidad y derechos de cada persona, los obispos proponemos:

1.- Que del 30 de noviembre, Primer Domingo de Adviento, al 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, nos unamos en un “docenario” (doce días) de oración por la paz, convencidos de que para Dios “nada es imposible” (cfr. Lc 1,37).

2. Que el 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, unidos al Papa Francisco, pidamos la intercesión de la Madre de Dios por la conversión de todos los mexicanos, particularmente la de quienes provocan sufrimiento y muerte, y para que todos pongamos lo mejor de nosotros mismos para hacer posible la paz.

3. Que ese mismo día, 12 de diciembre, conscientes de que la Guadalupana camina con nosotros diciéndonos como a san Juan Diego: “No se turbe tu corazón… ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”, nos consagremos a Ella, a nivel personal, familiar o comunitario, ofreciéndole orar a su Hijo Jesús por la paz de manera permanente.

4. Que, con la ayuda divina, nos comprometamos a ser constructores de paz. Esa paz que se funda en la verdad, la justicia, el amor y la libertad, como enseñaba san Juan XXIII. ¡Sumémonos a los esfuerzos para atender a las víctimas de la violencia! ¡Participemos en los procesos de justicia, reconciliación y búsqueda de paz! ¡Privilegiemos el diálogo constructivo! ¡Trabajemos juntos en favor de un auténtico Estado de Derecho! ¡Formémonos en valores! ¡Ayudemos a los más vulnerables! ¡Reconstruyamos el tejido social!

 

Durango, Dgo., 30 de Noviembre del 2014

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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