Ustedes son la luz del mundo, son la sal de la tierra

3333550107_dd87082e26_q   En 1996, el Cardenal Joseph Ratzinger, todavía Prefecto de la Congregación para doctrina de la Fé, concedió una larga entrevista al periodista alemán Peter Seewald, publicada como “La sal de la tierra”. Y hoy, la liturgia dominical trae el tema de la sal, tema que yo retomo para esta columna semanal. Lo retomo, porque las circunstancias políticas coyunturales, me lo sugieren: Trump, Venezuela, Colombia, Macri, etc.

                         El problema principal es si el cristianismo haya traído la salvación y la redención o no haya tenido ningún resultado. En el correr de los siglos, el cristianismo ¿no habrá perdido su fuerza? En primer lugar hay que decir que la salvación que viene de Dios no es cuantificable o medible. En los conocimientos técnicos puede darse para la humanidad un crecimiento ocasionalmente interrumpido, pero es continuo. Hasta la misma cantidad es medible; se puede verificar si ha crecido más o menos.

                         En cambio, no puede darse un progreso similarmente cuantificable, en cuanto a la bondad del hombre, porque cada ser humano es nuevo y con cada hombre nuevo, en cierto sentido, la historia inicia desde el principio.

                         Es importante tener en cuenta  esta diferencia. La bondad del hombre no es cuantificable. No se puede pues, deducir que el cristianismo, iniciando como grano de mostaza en el año cero, al fin debería aparecer como un árbol grande y cada uno debería percibir cuanto se hayan mejorado las cosas, siglo tras siglo. Puede repetidamente, interrumpirse y reemprender, porque la redención está confiada a la libertad del hombre y Dios no quiere anular esta libertad.

                         Es propio de la estructura que esté siempre ligada a la libertad, aunque con riesgo de la redención. No que sea impuesta desde fuera ni definitivamente asegurada por estructuras rígidas; sino que está inserta en el frágil contenedor de la libertad humana. Si se sostiene que la naturaleza humana haya alcanzado un nivel superior, se debe también tener en cuenta que podría resquebrajarse y venir a menos.

                         Digamos que propiamente la redención o la salvación es así: no es algo que nos sea dado en las estructuras; sino algo que se orienta siempre a la libertad y que dentro de ciertos límites, incluso puede ser destruido por esta libertad.

                         Debemos también reconocer que el cristianismo ha generado con continuidad, grandes energías de amor. Si se considera lo que el cristianismo ha generado en la historia, se está ciertamente de frente a algo considerable. Gracias al cristianismo, nació la asistencia organizada a los enfermos, el cuidado de los débiles y toda una organización de obras caritativas. Gracias al cristianismo, ha madurado el respeto por el ser humano, en cualquier condición que se encuentre. Es ya de por sí interesante, que el emperador Constantino, habiendo reconocido al cristianismo, se sintiera obligado a establecer en la legislación romana, el domingo como fiesta para todos y que se preocupara por garantizar algunos derechos a los esclavos.

                         Por otra parte, pensemos en Atanasio, el gran Obispo de Alejandría en el siglo IV. Él narra que en sus tiempos, los grupos étnicos se enfrentaban unos a otros con violencia, hasta que, con los cristianos, se difundieron ciertos sentimientos de paz. Son situaciones que no dependen solo de la estructura de un sistema político, sino que aún pueden suceder y podemos comprobar.

                         Cuando el hombre se aleja de la fe, regresan con mayor virulencia los horrores del paganismo. Así, podemos constatar que Dios se ha fiado de la historia, de un modo mucho más frágil de cuanto nosotros lo hubiéramos querido; pero también veamos que esta es su respuesta acerca de la libertad. Si deseamos y afirmamos que Dios respete la libertad, entonces también nosotros debemos aprender a amar y respetar la fragilidad del actuar humano.

                         En efecto, la difusión cuantitativa del cristianismo, que se mide por el número de quienes lo profesan, no lleva consigo automáticamente el mejoramiento del mundo, porque no todos los que se profesan cristianos lo son verdaderamente. El cristianismo repercute en la estructura del mundo solo indirectamente, a través de los hombres y su libertad. De por sí no se trata de la  institución de un nuevo sistema político y social  que excluya el mal. Dios respeta nuestra libertad, pero cuenta con nosotros.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

Los hijos: son un don, un regalo, la alegría de la familia y de la sociedad

mons enrique episcopeo-01Ahora el Papa Francisco nos ayuda a reflexionar sobre los hijos. La alegría de los hijos hace palpitar el corazón de los padres y vuelve a abrir el futuro. Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un problema de biología reproductiva, ni uno de los muchos modos de realizarse. Y mucho menos es una posesión de los padres. Los hijos son un don. Son un regalo. Cada uno es único e irrepetible; y al mismo tiempo, inconfundiblemente ligado a sus raíces.

Ser hijo e hija, según el designio de Dios, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de un amor que se ha realizado a sí mismo encendiendo la vida de otro ser humano, original y nuevo. Y para los padres cada hijo es sí mismo, es diferente, diverso.

Un hijo se ama porque es hijo: no porque sea bello, o porque piensa como yo, o porque encarna mis deseos. Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros, pero destinada a él, a su bien, para el bien de la familia, de la sociedad, de toda la humanidad.

De ahí viene también la profundidad de la experiencia humana del ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que nunca deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen.

Los niños en el vientre materno son amados antes de venir al mundo. Y ésta es gratuidad, esto es amor; son amados antes, como el amor de Dios, que nos ama siempre antes. Son amados antes de haber hecho nada para merecerlo, antes de saber hablar o pensar. Ser hijos es la condición fundamental para conocer el amor de Dios, que es la fuente última de este auténtico milagro. En el alma de cada hijo, por más vulnerable que sea, Dios pone el sello de este amor, que está en la base de su dignidad personal, una dignidad que nada ni nadie podrá destruir.

Hoy en día parece más difícil para los hijos imaginar su futuro. Los padres quizás han dado un paso atrás y los hijos se han vuelto más inciertos en el dar pasos hacia adelante. Podemos aprender de nuestro Padre Celestial, que nos deja libres a cada uno de nosotros, pero nunca nos deja solos. Y si nos equivocamos, Él continúa siguiéndonos con paciencia sin disminuir su amor por nosotros. El Padre Celestial no da pasos hacia atrás en su amor por nosotros, ¡jamás! Va siempre hacia adelante y si no se puede ir adelante, nos espera, pero nunca va hacia atrás; quiere que sus hijos sean valientes y den pasos hacia adelante.

Los hijos, por su parte, no deben tener miedo del compromiso de construir un mundo nuevo: ¡es justo desear que sea mejor del que han recibido! Pero esto debe hacerse sin arrogancia, sin presunción. A los hijos hay que saber reconocerles su valor, y a los padres siempre se los debe honrar.

El cuarto mandamiento pide a los hijos “honra a tu padre y a tu madre”. Este mandamiento contiene algo de sagrado, algo de divino, algo que está en la raíz de cualquier otro tipo de respeto entre los hombres. Y en la formulación bíblica del cuarto mandamiento se añade: «Honra a tu padre y a tu madre para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da».

Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor; ¡cuando no se honran a los padres se pierde el propio honor! Es una sociedad destinada a llenarse de jóvenes áridos y ávidos. Pero también una sociedad avara, que no ama rodearse de hijos, que los considera sobre todo una preocupación, un peso, un riesgo, es una sociedad deprimida. Existen muchas sociedades deprimidas porque no quieren hijos, no tienen hijos, en algunas el nivel de nacimientos no llega al uno por ciento. ¿Por qué? Que cada uno piense y se responda. Si una familia generosa de hijos se ve como si fuera un peso, ¡hay algo que está mal en esa sociedad!

La concepción de los hijos debe ser responsable (como enseña la Encíclica Humanae Vitae del Beato Papa Pablo VI), pero el tener muchos hijos no puede ser visto automáticamente como una elección irresponsable. Es más, no tener hijos es una elección egoísta. La vida rejuvenece y cobra nuevas fuerzas multiplicándose: ¡se enriquece, no se empobrece! Los hijos aprenden a hacerse cargo de su familia, maduran compartiendo sus sacrificios, crecen en la apreciación de sus dones.

Que Jesús, el Hijo eterno, hecho hijo en el tiempo, nos ayude a encontrar el camino de una nueva irradiación de esta experiencia humana tan simple y tan grande que es ser hijos. En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de enriquecimiento de la vida de todos, que proviene de Dios mismo. Debemos redescubrirlo, desafiando los prejuicios; y vivirlo, en la fe, en la perfecta alegría.

Durango, Dgo., 15 de febrero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Jesús se acerca a los enfermos que viven en una situación límite, a quienes experimentan su mal como algo irremediable, los acoge, los toca y los cura

      mons enrique episcopeo-01      El próximo día 11 de febrero celebramos la Jornada Mundial del Enfermo en la que el Papa Francisco se dirige a “vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario”. Nos hace una invitación de acercarnos al enfermo, con “una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios”. Jesús es el modelo a seguir.

            Uno de los datos que, con mayor garantía histórica, podemos afirmar de Jesús es su cercanía y atención preferente a los enfermos: los leprosos, los tarados, los desvalidos, los locos, hombres y mujeres incapaces de abrirse camino en la vida. Cuando entra en una ciudad o en una aldea, su mundo preferido es ese submundo de enfermos a los que se les niega la dignidad y los derechos mínimos sin los cuales la vida no puede ser considerada humana.

En la sociedad judía la enfermedad no es solo un problema biológico. El enfermo es un hombre al que le está abandonando el rúaj, ese aliento vital con que el mismo Dios sostiene a cada persona; es un ser amenazado en su misma raíz, alguien que va cayendo en el olvido de Dios. Él vive su enfermedad como una experiencia de impotencia, de desamparo, de abandono y rechazo de Dios. Toda enfermedad es vergonzosa, pues es considerada signo y consecuencia del pecado, es castigo o maldición de Dios y el enfermo, un hombre “herido por Yahvé”. Abandonados por Dios y por los hombres, los enfermos son el sector más desamparado y despreciado en la sociedad judía.

Jesús encuentra a los enfermos tirados por los caminos, en las afueras de los pueblos. Jerusalén se había convertido en “un gran centro de mendacidad”. Son enfermos que no centan con asistencia médica; incapacitados para ganarse el sustento, arrastran su vida en la miseria y el hambre. La inmensa mayoría son incurables: enfermos mentales, incapaces de ser dueños de sí mismos, a los que no solo ha abandonado el espíritu de Dios, sino que están poseídos y dominados por espíritus malignos. Otros, contagiosos, excluidos de la convivencia y obligados a alejarse de las poblaciones por su peligrosidad social. Hombres y mujeres sin hogar y sin futuro.

A estas personas se acerca Jesús: a los que no tienen sitio en el mundo; a los que día a día se topan con las barreras que los separan y excluyen de la convivencia; a los humillados, los condenados a la inseguridad, el miedo, la soledad y el vacío; a los enfermos que viven en una situación límite; a los que experimentan su mal como algo irremediable. A ellos se acerca Jesús, los acoge, los toca y los cura.

Cómo actúa Jesús ante los enfermos. No le mueve ningún interés económico o lucrativo. Su entrega es totalmente gratuita como ha de serlo la de sus seguidores: “Id proclamando que el reinado de Dios está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,7-8).

No actúa tampoco movido por un deber profesional. Jesús no es médico, ni curandero de oficio. Tampoco se trata de un servicio religioso como el del sacerdote judío, obligado a realizar a los enfermos las purificaciones prescritas o las técnicas curativas que se acostumbraban en algunos santuarios y que se nos narran en los relatos helénicos de milagros.

No mueve tampoco a Jesús un interés proselitista, buscar la integración de un nuevo miembro en el grupo de seguidores. Aunque esto sucede en diversas ocasiones (Lc 8,1-3; Jn 5,2-18; 9,1-41), Jesús es capaz de decir al curado en Gerasa que le pide seguir con él: “Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo” (Mc 5,19).

Jesús actúa movido por su amor entrañable a estos seres desvalidos y por su pasión liberadora por arrancarlos del poder desintegrador del mal. Es la misericordia la que lo impulsa (Mc 1,41). Así, hace palpable así la cercanía misericordiosa de Dios. Sus gestos encarnan, hacen realidad el amor del Padre hacia estos seres pequeños y desvalidos. Él es signo de que Dios no abandona a los enfermos. Es cierto lo que proclama: “Si yo arrojo los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reinado de Dios” (Mt 12,28). Dios está cerca. No están perdidos. Su situación no representa lo definitivo de la existencia. Sus vidas quedan abiertas a la esperanza.

Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada y aniquilada. Y es a partir de su acción liberadora y recreadora en medio de este mundo enfermo desde donde anuncia el reinado de Dios. El servicio liberador a ese hombre enfermo, humillado, excluido y destinado al fracaso es el lugar desde el que se puede anunciar a la sociedad entera la gracia salvadora de Dios, amigo del hombre y amigo de la vida.

Oh María, intercede como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón

Durango, Dgo., 8 de febrero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

La maternidad y la paternidad son la más sublime realización del hombre y de la mujer

mons enrique episcopeo-01El Santo Padre Francisco sigue catequizándonos sobre la familia. En días pasados se centró en la palabra “padre”. Una palabra más querida que cualquier otra por nosotros cristianos, porque es el nombre con el cual Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios: Padre.

 “Padre” es una palabra conocida a todos, una palabra universal. Ella indica una relación fundamental cuya realidad es antigua cuánto la historia del hombre. No obstante, hoy se ha llegado a afirmar que nuestra sociedad sería una “sociedad sin padres”, en la cual, la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desvanecida, removida.

En el pasado se entendía al padre como censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a la emancipación y a la autonomía de los jóvenes. Algunas veces en nuestras casas reinaba el autoritarismo, en ciertos casos incluso el atropello: padres que trataban a los hijos como siervos, no respetando las exigencias personales de su crecimiento; padres que no los ayudaban a emprender su camino con libertad (pero no es fácil educar a un hijo en libertad) padres que no los ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y aquel de la sociedad.           El problema de nuestros días es más bien la ausencia del padre. Los padres están a veces tan concentrados en sí mismos y en su propio trabajo y a veces en su propia realización individual, al punto de olvidar también la familia. Y dejan solos a los niños y a los jóvenes. Debemos estar atentos, la ausencia de la figura paterna en la vida de los pequeños y de los jóvenes produce lagunas y heridas que pueden ser también muy graves.

Las desviaciones de los niños y de los adolescentes en buena parte se pueden atribuir a esta falta, a la carencia de ejemplos y de guías competentes en su vida de todos los días, a la carencia de cercanía, a la carencia de amor de parte de los padres. El sentido de orfandad que viven tantos jóvenes es más profundo de lo que pensamos.

Son huérfanos pero ‘en familia’, porque los padres a menudo están ausentes, incluso físicamente, de casa, pero sobre todo porque, cuando están, no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no cumplen con su tarea educativa, no dan a los niños con su ejemplo acompañado de las palabras, aquellos principios, aquellos valores, esas reglas de vida, de las que necesitan como el pan.

Pero esto también lo vemos en la comunidad civil. La comunidad civil con sus instituciones, tiene una cierta responsabilidad, podemos decir, paterna hacia los jóvenes. Una responsabilidad que a veces descuida o ejerce mal. También ella a menudo los deja huérfanos y no les propone una verdad de perspectiva.

Los jóvenes quedan, así, huérfanos de caminos seguros a recorrer, huérfanos de maestros en los cuales confiarse, huérfanos de ideales que inflamen el corazón, huérfanos de valores y esperanzas que los sostengan cotidianamente. Son llenados, tal vez, de ídolos, pero se les roba el corazón; son empujados a soñar diversiones y placeres, pero no se les da trabajo; son ilusionados con el dios dinero, y se les niegan las verdaderas riquezas.

Es bueno para todos, a los padres y a los hijos, volver a escuchar la promesa que Jesús hizo a sus discípulos: “No los dejo huérfanos” (Jn 14:18). Es Él, de hecho, el camino a recorrer, el Maestro al que escuchar, la Esperanza de que el mundo puede cambiar, que el amor vence al odio, que puede haber un futuro de fraternidad y de paz para todos.

Durango, Dgo., 1 de febrero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Caridad pastoral del sacerdote: total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo

mons enrique episcopeo-01Como cada año el presbiterio de Durango se reúne en plenario la próxima semana. Convocados por su pastor el Arzobispo José Antonio Fernández Hurtado, los 167 sacerdotes y los diáconos de la Arquidiócesis de Durango se reúnen en torno a él para orar, convivir, estudiar, hacer deporte. En esta ocasión por primera vez convocados por su nuevo pastor.

Estos días son un momento privilegiado para vivir la comunión como Iglesia Diocesana. La enseñanza de la Iglesia en Pastores Gregis (47), dice: “El Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico”. Estos próximos días son un tiempo de Gracia para revitalizar nuestra relación fraternal como presbíteros y la relación con nuestro Pastor.

El Objetivo del Plenario es: “Cultivar la identidad sacerdotal mediante la fraternidad, en unión con nuestro obispo, para suscitar un mayor compromiso pastoral y asumir con alegría los retos de la nueva evangelización”.

Para los sacerdotes es una oportunidad para renovar su identidad y ministerio sacerdotal. Pastores dabo vobis (17), nos dice: “El ministerio ordenado, por su propia naturaleza, puede ser desempeñado sólo en la medida en que el presbítero esté unido con Cristo mediante la inserción sacramental en el orden presbiteral, y por tanto en la medida que esté en comunión jerárquica con el propio Obispo…El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsable y necesaria con el ministerio del Obispo”.

Los temas que vamos a reflexionar, meditar y dialogar son: La Identidad sacerdotal y espiritualidad del sacerdote diocesano, haciendo énfasis en la Dimensión humana: la persona del sacerdote, las relaciones del sacerdote, las etapas de la vida del sacerdote. El otro aspecto es la Formación Permanente del sacerdote.

Sobre el segundo tema dice Pastores Gregis (47) El afecto especial del Obispo por sus sacerdotes se manifiesta como acompañamiento paternal y fraterno en las etapas fundamentales de su vida ministerial, comenzando ya en los primeros pasos de su ministerio pastoral. Es fundamental la formación permanente de los presbíteros, que para todos ellos es una “vocación en la vocación”, puesto que, con la variedad y complementariedad de los aspectos que abarca, tiende a ayudarles a ser y actuar como sacerdotes al estilo de Jesús”.

Le damos gracias a Dios por estos días de convivencia sacerdotal. Le damos gracias a Dios por nuestros sacerdotes: los jóvenes, los de mediana edad y los más grandes de gran experiencia en la vida sacerdotal que gastado toda su vida al servicio del Pueblo de Dios. Gracias a Dios porque nuestro presbiterio son buenos sacerdotes, especialmente por quienes nos dan testimonio de vida en las comunidades más lejana de nuestra Arquidiócesis.

Que en estos días los sacerdotes renovemos el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos (2 Tim 1, 6); que sintamos el consuelo de la profunda amistad que nos vincula con Cristo y nos une entre nosotros; que experimentemos el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; que cultivemos el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en nosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el día de Cristo Jesús (Flp 1, 6). Sabemos que con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia.

Durango, Dgo., 25 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación

mons enrique episcopeo-01En la Jornada del Migrante y del Refugiado que hoy celebramos, el Papa Francisco nos ha enviado un mensaje en el que nos invita a reflexionar sobre este fenómeno humano y social de nuestro tiempo.

En México hay unos 6.5 millones de migrantes internos recientes, es decir que se fueron a vivir a otro estado o municipio del país, mientras que en Estados Unidos hay aproximadamente 6.8 millones de migrantes mexicanos no autorizados. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señaló que cifras censales de 2010 indican que en México unos 3.3 millones de personas (3.3%) que tienen 5 años o más viven en una entidad distinta a la que residían en 2005. A esto hay que añadir las cifras de deportaciones masivas, de los niños migrantes, etc.

El Papa Francisco nos invita primero a releerlo a la luz de Jesús “el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona” (Evangelii gaudium, 209). Su solicitud especial por los más vulnerables y excluidos nos invita a todos a cuidar a las personas más frágiles y a reconocer su rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de pobreza y esclavitud. El Señor dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25,35-36).

Pero también desde la Misión de la Iglesia necesitamos acercarnos a los migrantes y refugiados, ella es peregrina en la tierra y madre de todos y su misión es amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados. La Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los pueblos, sin discriminaciones y sin límites, y para anunciar a todos que “Dios es amor” (1Jn 4,8.16). Después de su muerte y resurrección, Jesús confió a sus discípulos la misión de ser sus testigos y de proclamar el Evangelio de la alegría y de la misericordia.

Acoger y recibir. La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable. Si vive realmente su maternidad, la comunidad cristiana alimenta, orienta e indica el camino, acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras de misericordia.

En esta época de tan vastas migraciones, un gran número de personas deja sus lugares de origen y emprende el arriesgado viaje de la esperanza, con el equipaje lleno de deseos y de temores, a la búsqueda de condiciones de vida más humanas. Estos movimientos migratorios suscitan desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales, antes incluso de conocer las circunstancias de persecución o de miseria de las personas afectadas. Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado.

Compromiso de solidaridad, de comunión y de evangelización. Hoy la Iglesia debe asumir nuevos compromisos. Los movimientos migratorios requieren profundizar y reforzar los valores necesarios para garantizar una convivencia armónica entre las personas y las culturas. Para ello no basta la simple tolerancia, que hace posible el respeto de la diversidad y da paso a diversas formas de solidaridad entre las personas de procedencias y culturas diferentes. Aquí se sitúa la vocación de la Iglesia a superar las fronteras y a favorecer “el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno” (Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).

Globalización de la caridad y de la cooperación. Esta debe ser la respuesta para que se humanicen las condiciones de los emigrantes. Es necesario también, intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas para garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a pueblos enteros a dejar su patria a causa de guerras y carestías, que a menudo se concatenan unas a otras.

Existen organismos e instituciones, en el ámbito internacional, nacional y local, que ponen su trabajo y sus energías al servicio de cuantos emigran en busca de una vida mejor. No ha sido suficiente, es necesaria una acción más eficaz e incisiva, que se sirva de una red universal de colaboración, fundada en la protección de la dignidad y centralidad de la persona humana. De este modo, será más efectiva la lucha contra el tráfico vergonzoso y delictivo de seres humanos, contra la vulneración de los derechos fundamentales, contra cualquier forma de violencia, vejación y esclavitud. Trabajar juntos requiere reciprocidad y sinergia, disponibilidad y confianza, sabiendo que “ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración” (Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).

Añadir objetoDurango, Dgo., 18 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo, es alabanza a Dios.

mons enrique episcopeo-01El Papa Francisco nos ha enviado el mensaje con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, a realizarse el próximo 11 de febrero. El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies” (29,15). El Papa nos invita a profundizar el texto desde la perspectiva de la sapientia cordis, la sabiduría del corazón.

Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. Hagamos nuestra la invocación del Salmo: ¡A contar nuestros días enséñanos, para que entre la sabiduría en nuestro corazón! (Sal 90,12). Pero como resumir esta sabiduría del corazón cuando acompañamos al enfermo.

Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies”, se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).

Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son “ojos del ciego” y “del cojo los pies”. Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.

Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual “no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).

Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. Detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

El Papa nos recuerda que, la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” es uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y es el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios (Evangelii gaudium,179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan “la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve”.

Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: “Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande” (Jb 2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho.

La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Homilía con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014).

También cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sapientia cordis. Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: “Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” (42,5). De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.

   Durango, Dgo., 11 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

No seamos partícipes del flagelo del sometimiento del hombre por el hombre; Sí seamos artífices de la globalización de la solidaridad y de la fraternidad

mons enrique episcopeo-01Desde el mes de Agosto del 2009, me hice cargo, por petición del Sr. Dn. Héctor González en ese entonces Arzobispo de Durango, de la publicación semanal “Episcopeo” que él escribía desde hacía varios años. En el inicio de este 2015, dejo de escribir bajo esta columna, pero voy a seguir escribiendo y enviando un mensaje semanal.

            Este dia 1° de enero del 2015 celebramos la Jornada Mundial por la Paz “No esclavos sino hermanos”. En el último episcopeo del 2014 presenté la realidad de la paz como un don para los hombres, pero también la realidad del fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. La esclavitud contemporánea se manifiesta en: la trata de personas, el tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud. Son trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores: en el trabajo doméstico, en la agricultura, en la industria manufacturera, en la minería.

Son las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, son los esclavos y esclavas sexuales; son los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. Son los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales.

Aunque la realidad sea cruda, existe un compromiso común para derrotar la esclavitud. Muchas congregaciones religiosas realizan un gran trabajo silencioso en favor de las víctimas. Trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen.

            Para este inmenso trabajo de poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere un triple compromiso a nivel institucional de prevención, protección de las víctimas y persecución judicial contra los responsables. Además, como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad.

Sobre todo el papel del Estado, que debe vigilar para que en su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, se respete la dignidad de la persona. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad.

Pero también es necesaria la presencia de las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes.

Es también importante la colaboración de las empresas, y de las organizaciones de la sociedad civil. Las primeras, tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas. Las segundas, tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud.

            La Iglesia en su tarea de “anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad”, se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos, el camino de la conversión que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad.

Estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos especialmente a quienes son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama “mis hermanos más pequeños” (Mt 25,40.45).

Dios nos preguntará a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.

Durango, Dgo., 4 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Sagrada Familia: esperanza para el mundo y para nuestras familias

mons enrique episcopeo-01La Iglesia constantemente nos ha invitado a los cristianos a reflexionar sobre la institución de la familia y a tomar conciencia de su carácter sagrado. Los problemas que la época moderna plantea, en especial en lo que se refiere a la vida: como el control de la natalidad, el drama de los matrimonios fracasados y de las parejas cristianas divorciadas y casadas de nuevo, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad anticonceptiva, los variados problemas económicos de la familia y de la misma educación de los hijos a veces sometida al Estado, ponen en crisis esta célula esencial de la sociedad humana. Ente esta situación es necesario reafirmar que el fundamento de la vida humana es la relación conyugal entre los esposos, relación que, entre cristianos es sacramental.

            Ante esta realidad debemos recuperar una eficaz catequesis sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida de la familia, que valorice una espiritualidad de la paternidad y de la maternidad. La familia cristiana para poder ser llamada “Iglesia domestica” debe constituir el ámbito en el que los padres transmiten la fe siendo para los hijos su primer testimonio de la fe con la palabra y con el ejemplo, y ser a la vez el ambiente vital donde los hijos, educados en los valores evangélicos, puedan descubrir su vocación al servicio de la sociedad y de la Iglesia y encontrar el cauce para realizar su identidad cristiana (Meditatio. Lectio divina para cada día del año. Verbo divino)

            El domingo después de la Navidad celebramos la liturgia dedicada a la “Sagrada Familia”. La comunidad de fe también es una familia constituida en la historia de la salvación por Aquel que por la vía de la humanidad misma ha vencido al pecado.

            El nos ha provisto de esa familia de creyentes en su promesa a través de todos los siglos y que se ha hecho parte de la familia humana para que el destino de toda familia no fuera ya la violencia y la muerte, sino el ser lugar de crecimiento y maduración de la vid auténticamente humana.

El Catecismo de la Iglesia Católica (2201-2206) afirma que, “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse Iglesia doméstica”. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (Ef 5, 21-6, 4).

La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos (Gaudium et spes 52).

Durango, Dgo., 28 de Diciembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Para que el hombre se desarrolle plenamente, es esencial que se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía.

mons enrique episcopeo-01El nacimiento de Jesús trae una era de “Paz a los hombres”. Es el regalo de Dios para la humanidad. Se trata de una paz que se fundamenta en la “complacencia”, en el amor de Dios. Jesús viene como el verdadero príncipe de la paz y quien lo recibe en su humildad de niño,  en el pesebre,  recibe por medio de él el amor total y definitivo de Dios que transforma completamente su vida y la hace don para los hermanos, fermento de justicia en la sociedad.

            Contrapuesto a este don de Dios para los hombres, que es la paz, desde tiempos inmemoriales, las sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. En algunos períodos en la historia humana se generalizó la institución de la esclavitud, aceptada y regulada por el derecho. Éste establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo (Mensaje para la Jornada Mundial por la paz 2015).

Hoy la esclavitud está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable. Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas (niños, hombres y mujeres de todas las edades) privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.

¿Quiénes son?  Son trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores: en el trabajo doméstico, en la agricultura, en la industria manufacturera, en la minería. Esto se verifica en casi todos los países, avanzados o no en leyes laborales a favor del trabajador. Son los emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente.

También son las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, son los esclavos y esclavas sexuales; son los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. Son todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.

¿Cuáles son las causas profundas de la esclavitud? En la raíz se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratado como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.

Existen otras causas que explican las formas contemporáneas de la esclavitud, y son: la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Redes de la trata y de la esclavitud de personas, que utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo. Otra causa es la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. Es la complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares.

Otras causas de la esclavitud son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente, mientras que otras se ven obligadas a emigrar, dejando todo lo que poseen: tierra, hogar, propiedades, e incluso la familia. Éstas últimas se ven empujadas a buscar una alternativa a esas terribles condiciones aun a costa de su propia dignidad y supervivencia, con el riesgo de entrar de ese modo en ese círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria, la corrupción y sus consecuencias perniciosas.

            Para los cristianos la Navidad es el punto de llegada de toda la esperanza acumulada en el tiempo de Adviento. Nos preparamos para el encuentro con el Mesías Salvador. Los pastores que han recibido el anuncio de parte del Ángel, simbolizan la humanidad que finalmente puede contemplar la promesa de salvación. Es una esperanza preparada desde hace mucho. Dios, actuando movido solo por su propia misericordia, pone al alcance de todos la vida nueva y verdadera, la libertad auténtica y el fundamento único de la paz: el Hijo, hecho Hombre.

        Durango, Dgo., 21 de Diciembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango