E P I S C O P E O Gracias por todas las mujeres y por cada una, tal como salieron del corazón de Dios
Gracias por todas las mujeres y por cada una, tal como salieron del corazón de Dios
Al celebrar en estos días el Día Internacional de Erradicación de la Violencia contra la Mujer, debemos concientizarnos sobre este hecho en nuestro país y en el ambiente en que vivimos. Los obispos de México hemos señalado que la violencia contra las mujeres representa un desafío social y cultural. Esta conducta es aprendida y tolerada socialmente; se relaciona con la comprensión que los hombres y mujeres tienen de su masculinidad y femineidad. Si bien la condición económica, el alcoholismo y la adicción a las drogas no son la causa directa de este tipo de violencia, sí la exacerban; pero la raíz última de la violencia es el ejercicio desigual de poder en la vida familiar y social.
Uno de los factores que ha contribuido a la violencia, que hemos identificado y en el que debemos intervenir, es la violencia intrafamiliar. Ésta origina todo la violencia contra la mujer. Las relaciones familiares también explican la predisposición a una personalidad violenta. Las familias que influyen para ello son las que tienen una comunicación deficiente; en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas.
Llama la atención que frente a la violencia que sufren las mujeres hay quienes las señalan a ellas mismas como responsables de las agresiones que sufren; quienes piensan así, no toman en cuenta el hecho de que una persona que es agredida constantemente, experimenta intensos sentimientos de vergüenza y miedo que la inhabilitan para huir o pedir ayuda, y que en muchas ocasiones son las condiciones sociales, económicas o culturales las que disuaden a una mujer maltratada de romper el vínculo con el agresor. Es lamentable que además de la violencia intrafamiliar muchas mujeres mexicanas sufran violencia en distintos contextos sociales, entre ellos, es importante destacar algunos ambientes de trabajo, en los que no existen condiciones laborales adecuadas a la situación femenina (Conferencia del Episcopado Mexicano. Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna, 69-70).
La realidad de la violencia contra la mujer es alarmante: El Instituto Nacional de Mujeres ha denunciado que, de las 120.000 violaciones que se registran al año en México, unas 116.000 quedan impunes. Además, de las 14.000 denuncias que llegan a juicio, cerca de 4.000 obtienen condenas inferiores a los 14 años de prisión. En México, desde 1985 a 2010 se han registrado al menos unas 36.606 violaciones, de las cuales un 5,6% se cometieron contra niñas menores de 5 años,
Cada día 6.5 mujeres son asesinadas, lanzadas a cementerios o basureros públicos. En el país el problema de la violencia es grave; siete de cada 10 mujeres han sido víctimas de la agresión alguna vez, las más comunes son control de dinero, encierro, maltrato verbal, acoso en el transporte y golpes. En el municipio de Durango, al menos seis de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia en las colonias y poblados de los alrededores, siendo la violencia psicológica y luego la física, las más recurrentes.
Las cifras y las estadísticas nos muestran un problema de fondo. Uno de los factores más importantes es la familia. Para nuestra Iglesia Católica, el ámbito de la Familia, es una de las prioridades en nuestros planes de pastoral. Entre otras cosas nos hemos comprometido a potenciar el papel de la familia en la construcción de la paz. La familia, como comunidad educadora, fundamental e insustituible, es vehículo privilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir su propia identidad. La identidad de los hombres y mujeres, promotores de la paz y la justicia en la sociedad, se forja en la familia.
En lo que se refiere a la mujer debemos promover en el seno de la comunidad eclesial el trato digno y respetuoso que los discípulos de Jesús debemos tener hacia todas las mujeres, acompañándolas en el servicio generoso que ofrecen para la vida de nuestro pueblo. Nuestra pastoral debe promoverlas, contribuir a su dignificación y a su formación, para que sean promotoras del surgimiento de una nueva nación, de una sociedad libre de la violencia, que sea capaz de encontrar nuevas formas de existencia y convivencia pacífica.
La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles». Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 31).
Durango, Dgo., 24 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com