Domingo XXXI ordinario; 3-XI-2013 Hoy, en la parábola de Zaqueo descubriremos la revolución interior del hombre

Un habitante de Jericó, llamado Zaqueo, pequeño de estatura, se subió a un árbol para ver a Jesús que pasaba. Al pasar, “Jesús levantó la mirada, lo vio y le dijo: Zaqueo baja luego, porque hoy debo hospedarme en tu casa. Zaqueo bajó de prisa y lo hospedó lleno de gozo; viéndolo todos, murmuraban, ha ido a alojarse con un pecador; pero, Zaqueo, levantándose dijo al Señor: daré la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado a alguno, le restituiré otras cuatro veces. Jesús respondió: Hoy ha entrado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham; pues el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

S. Lucas sigue repasando a los pecadores públicos. También Zaqueo era un publicano, rico; por tanto era bastante difícil, no imposible, entrar en el Reino de Dios. Pero, Zaqueo busca y acepta encontrarse con Jesús y hospedarlo en su casa; se arrepiente de haber defraudado al prójimo, se libera de los bienes excesivos y piensa en los pobres. Por tanto, él puede ser discípulo de Jesús, alcanzar la salvación, y, mediante su fe, tener parte con Abraham.

Jesús pone en práctica la Sabiduría, comunica el amor gratuito de Dios a Zaqueo, y este se convierte, abre el corazón y las manos: el encuentro y el contacto con Jesús, lo convierten, le abren el corazón y las manos: se realiza la revolución del corazón del hombre.

El gesto exterior del dar, como todo gesto humano, es de por si, ambiguo: el don de una persona cerrada en sí misma, todo centrado a la afirmación de sí, es egoísmo camuflado. La beneficencia, muchas veces puede ser la tapadera de la explotación, más aún, el medio para continuarla.

En cambio, el gesto de Zaqueo que restituye el cuádruplo a los que había defraudado, y da la mitad de sus bienes a los pobres, nace de una conversión interior, cambia de ruta, sucedido en el encuentro con Jesús: Encontrando el amor, descubriendo al ser amado, uno es capaz de encontrar a los demás. Los miras con ojos distintos, no más como sujetos de quienes se goza, sino como personas a amar. Y esto, porque finalmente logra mirarse a sí mismo y su vida con los ojos de aquellos a quienes había hecho injusticia.

Entonces, también el dinero cambia de dirección: al gesto de arrebatar sustituye el gesto de dar libre y gratuitamente. Así el dinero, de objeto de presa se convierte en signo de comunión. Cristo, hecho huésped de Zaqueo, ilumina este cambio y lo interpreta como gracia y liberación: “Hoy la salvación ha entrado en este casa”. Cristo es verdaderamente el evangelizador de todos, pobres y ricos. Su preferencia se dirige a los pobres, a los últimos: “mi Padre me ha enviado a anunciar a los pobres la alegre noticia”.

La salvación anunciada por Cristo es total e integral. Se extiende a todos los hombres y a todo el mundo; incluye la liberación del pecado y de la muerte y la posesión progresiva de todo lo que es bien y auténticamente humano. La libertad traída por Cristo, es, no sólo de esclavitudes interiores y de condicionamientos exteriores; es sobre todo libertad para ser más, para amar, para amar, para edificar la paz, en la comunión con Dios y con nuestros hermanos los hombres.

La evangelización de los ricos explotadores, incluye la denuncia valiente de su situación y el apelo a una conversión efectiva: Pues, también los ricos, pueden volverse ciudadanos del Reino, a condición actúen como Zaqueo. Esta es la revolución del corazón del hombre.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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