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E P I S C O P E O Gracias por todas las mujeres y por cada una, tal como salieron del corazón de Dios

mons enrique episcopeo-01E P I S C O P E O

Gracias por todas las mujeres y por cada una, tal como salieron del corazón de Dios

Al celebrar en estos días el Día Internacional de Erradicación de la Violencia contra la Mujer, debemos concientizarnos sobre este hecho en nuestro país y en el ambiente en que vivimos. Los obispos de México hemos señalado que la violencia contra las mujeres representa un desafío social y cultural. Esta conducta es aprendida y tolerada socialmente; se relaciona con la compren­sión que los hombres y mujeres tienen de su masculinidad y femineidad. Si bien la condición económica, el alcoholismo y la adicción a las drogas no son la causa directa de este tipo de violencia, sí la exacerban; pero la raíz última de la violencia es el ejercicio desigual de poder en la vida familiar y social.

Uno de los factores que ha contribuido a la violencia, que hemos identificado y en el que debemos intervenir, es la violencia intrafamiliar. Ésta origina todo la violencia contra la mujer. Las relaciones familiares también explican la predisposición a una perso­nalidad violenta. Las familias que influyen para ello son las que tienen una comunicación deficiente; en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas.

Llama la atención que frente a la violencia que sufren las mujeres hay quie­nes las señalan a ellas mismas como responsables de las agresiones que sufren; quienes piensan así, no toman en cuenta el hecho de que una per­sona que es agredida constantemente, experimenta intensos sentimientos de vergüenza y miedo que la inhabilitan para huir o pedir ayuda, y que en muchas ocasiones son las condiciones sociales, económicas o culturales las que disuaden a una mujer maltratada de romper el vínculo con el agresor. Es lamentable que además de la violencia intrafamiliar muchas mujeres mexicanas sufran violencia en distintos contextos sociales, entre ellos, es importante destacar algunos ambientes de trabajo, en los que no existen condiciones laborales adecuadas a la situación femenina (Conferencia del Episcopado Mexicano. Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna, 69-70).

La realidad de la violencia contra la mujer es alarmante: El Instituto Nacional de Mujeres ha denunciado que, de las 120.000 violaciones que se registran al año en México, unas 116.000 quedan impunes. Además, de las 14.000 denuncias que llegan a juicio, cerca de 4.000 obtienen condenas inferiores a los 14 años de prisión. En México, desde 1985 a 2010 se han registrado al menos unas 36.606 violaciones, de las cuales un 5,6% se cometieron contra niñas menores de 5 años,

Cada día 6.5 mujeres son asesinadas, lanzadas a cementerios o basureros públicos. En el país el problema de la violencia es grave; siete de cada 10 mujeres han sido víctimas de la agresión alguna vez, las más comunes son control de dinero, encierro, maltrato verbal, acoso en el transporte y golpes. En el municipio de Durango, al menos seis de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia en las colonias y poblados de los alrededores, siendo la violencia psicológica y luego la física, las más recurrentes.

Las cifras y las estadísticas nos muestran un problema de fondo. Uno de los factores más importantes es la familia. Para nuestra Iglesia Católica, el ámbito de la Familia, es una de las prioridades en nuestros planes de pastoral. Entre otras cosas nos hemos comprometido a potenciar el papel de la familia en la construcción de la paz. La familia, como comunidad educadora, fundamental e insustituible, es vehículo pri­vilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir su propia identidad. La identidad de los hombres y mujeres, promotores de la paz y la justicia en la sociedad, se forja en la familia.

En lo que se refiere a la mujer debemos promover en el seno de la comunidad eclesial el trato digno y respetuoso que los discípulos de Jesús debemos tener hacia todas las mujeres, acompañándolas en el servicio generoso que ofrecen para la vida de nuestro pueblo. Nuestra pastoral debe promoverlas, contribuir a su dignificación y a su formación, para que sean promotoras del surgimiento de una nueva nación, de una sociedad libre de la violencia, que sea capaz de encontrar nuevas formas de existencia y convivencia pacífica.

La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles». Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 31).

Durango, Dgo., 24 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

Asamblea de los obispos: el sentido de la Nueva Evangelización en México

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arzo i mons enrique-01Asamblea de los obispos: el sentido de la Nueva Evangelización en México

Nos reunimos una vez más los obispos de México en Asamblea para encontrarnos como colegio episcopal, para estrechar los lazos de amistad que nos unen, para orar, para comprometernos fuertemente en la Misión de la Iglesia, cada uno en su propia Diócesis. El tema que profundizamos fue el de la Nueva Evangelización.

Nuestro encuentro se llevó a cabo en el contexto de un país que, al igual que el resto del mundo, experimenta grandes y rápidas transformaciones demográficas, científicas, tecnológicas, económicas, políticas, sociales, culturales e incluso religiosas, y que enfrenta situaciones que generan inquietud y confrontación, como ha sucedido en el caso de las Reformas estructurales.

Numerosos hermanos y hermanas padecen condiciones dramáticas a causa de la injusticia, la desigualdad, la marginación, la pobreza, la migración, la confusión y el aumento de la violencia y la inseguridad provocado por el crimen organizado, la corrupción y la impunidad, como lo han denunciado valientemente algunos obispos.

Además, todavía son muchos los que están sufriendo las consecuencias de los fenómenos naturales que azotaron a varias regiones de la República Mexicana, quienes, sin embargo, han contado como siempre con la solidaridad de la Iglesia, manifestada en la generosa solicitud del Santo Padre, de los señores Obispos, del clero, de la vida consagrada, de los seminaristas y de los fieles laicos, tanto de México como del extranjero.

En medio de las dolorosas pruebas que enfrentamos, nos consuelan, iluminan y orientan las palabras del Papa Francisco, que en su primera encíclica, “Lumen Fidei”, afirma: “la luz de la fe aporta la visión completa de todo el recorrido y nos permite situamos en el gran proyecto de Dios; sin esa visión tendríamos solamente fragmentos aislados de un todo desconocido” (n. 29).

“Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia –explica el Santo Padre–, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos… en los múltiples instantes de su historia… La idolatría no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto. Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que le gritan: «Fíate de mi»” (n. 13).

Con esta convicción, queremos servir con renovado entusiasmo a los hombres y mujeres de hoy cumpliendo la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia: transmitir a todos la luz de la fe (cfr. Mt 28,19-20). Esa fe que “nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida” (Lumen Fidei, n. 4).

Las conferencias de Mons. Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, y el diálogo con él, nos animó a retomar nuestro ministerio de pastores dentro del pueblo de, Dios desde la Nueva Evangelización. Subrayo dos aspectos importantes.

Recuperar el primado de la Palabra de Dios. Ella es una palabra viva que introduce en un proceso de transmisión del cual ningún creyente está excluido. «La palabra de Dios no está encadenada» (2 Tm 2,9). Mientras Pablo desde la cárcel, encadenado por el evangelio, sufre y sabe que va a morir, continúa a anunciar el evangelio y a preocuparse de su transmisión viva y fiel. El discípulo puede sufrir y morir, pero la Palabra de Dios permanece con la fuerza y la eficacia que la hacen libre y operante, sin conocer ningún tipo de límite o confín puesto por los hombres. No puede ser detenida por nada ni por nadie, no puede permanecer inoperante o ineficaz por la desidia de los discípulos delante a las dificultades, las persecuciones o a causa de la indiferencia de cuantos gustarían contrarrestar su riqueza. La nueva evangelización debe hacerse cargo de sostener la fe de los cristianos. Es necesario volver a colocar en el centro la persona de Jesucristo. La fe no se funda en una idea, sino en una persona. Esto es decisivo e implica la adhesión a un estilo de vida que encuentra en Él su fundamento y la meta a alcanzar.

Otro compromiso de la nueva evangelización es la pastoral de la misión. Sin la misión no hay Iglesia; ella es misión pura pues está investida del mandato de Cristo de ir por los caminos del mundo a llevar la buena nueva de la resurrección. La conciencia de la misión, por otra parte, nace de la certeza de una llamada y de una vocación a vivir la existencia en profunda comunión con el Señor.

Dos aspectos importantes para fortalecer la Misión Diocesana en Durango, en donde estamos implementando de manera formal la Iniciación Cristiana.

Durango, Dgo., 17 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O Los jóvenes mexicanos entre los más pesimistas ante el futuro

E P I S C O P E O

Los jóvenes mexicanos entre los más pesimistas ante el futuro

Aunque se ha dicho que en México ha disminuido la violencia y la inseguridad, en términos generales, no es del todo cierto, disminuye en unos Estados y aumenta en otros (como es el caso de Michoacán y Tamaulipas, y otros).

Los mexicanos y especialmente los jóvenes, están entre los cinco países más pesimistas de Iberoamérica. La violencia y la inseguridad son el principal problema que enfrentan los jóvenes, que además tienen el dilema de ser víctimas y victimarios. Otro reto en México es atacar la drogadicción y el alcoholismo. Los obispos señalamos lo siguiente:“El porcentaje de jóvenes que, incluso teniendo estudios, no tiene acceso a empleos estables y remunerados es muy alto. Esto hace que muchos de ellos, ante la falta de alternativas, sean oferta laboral para la demanda de quienes se dedican al narcomenudeo o a la delincuencia organizada. La pre­cariedad del trabajo y el subempleo también están entre los factores que explican la violencia urbana” (Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, Conferencia del Episcopado Mexicano)

Una encuesta realizada por la Organización Iberoamericana de Juventud, revela datos que se deben tener en cuenta. La encuesta que se aplicó en 20 países y a alrededor de 20 mil jóvenes de entre 15 y 29 años, evidencia que los jóvenes mexicanos, son los que menos confianza tienen en instituciones como policía, gobierno, justicia, medios de comunicación, universidad, organizaciones sociales y democracia.

En México hay 37.9 millones de jóvenes, y es el segundo país con mayor población juvenil, precedido de Brasil, donde hay 50 millones. Más del 70 por ciento de los encuestados cree que su situación personal será mejor en cinco años, pero cuando se les preguntó sobre el porvenir de sus países, el optimismo se redujo a menos de 60 por ciento. En el índice de Expectativas Juveniles, que mide grado de perspectiva positiva o negativa sobre el futuro, los mexicanos están entre los cinco más pesimistas.

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), ha realizado un comparativo de inseguridad y violencia “Cómo es la vida” (“How’s life”) y México se encuentra a la cabeza del comparativo de inseguridad y violencia (eleconomista.com.mx/finanzas-publicas/2013/11/05). En este comparativo entre países de la OCDE y emergentes, se revela que México tiene la mayor proporción de homicidios intencionales y de víctimas.

Según los comparativos en México, con datos del INEGI, al 2010 se presentaron 25 homicidios por cada 100,000 habitantes. En 1995, esta cifra era de 18 asesinatos por cada 100,000 habitantes. Detrás de México, en el segundo lugar del comparativo, se ubica Brasil, con 19 homicidios por cada 100,000 habitantes.

Según informes del gobierno federal el número de homicidios dolosos entre diciembre del año pasado y julio de 2013 fue 13% menor en comparación con el mismo período de año 2012. De estos, los vinculados a delitos federales se redujeron en 20%. La tasa de homicidios de México, sigue siendo una de las más altas de América Latina, entre economías similares. Hasta el cierre de 2012, la tasa de homicidios dolosos y culposos en México fue de 32 por cada 100,000 habitantes (mexico.cnn.com/nacional/2013/09/03).

Ya no se habla de guerra contra el narcotráfico, sino de una estrategia, pero la situación de violencia sigue siendo preocupante en nuestro país. Las Fuerzas Armadas siguen teniendo un papel principal. Pero lo más importante serán las estrategias y las acciones con las que se quiere contrarrestar la violencia e inseguridad, como lo es el dar mayor prioridad a los programas comunitarios de prevención del delito.

Se está dando una tendencia a la baja, pero falta mucho para un país que duplicó en tres años su tasa de homicidios intencionales. La tasa de incidencia más baja en homicidios (dolosos y culposos) reportada en el país durante la última década, fue la del año 2007 cuando hubo 23.8 homicidios por cada 100,000 habitantes, según el gobierno federal.

La inseguridad y la violencia en todos los niveles es responsabilidad de todos: del gobierno, de la sociedad civil, de los empresarios, de la Iglesia, de la familia, de las escuelas, etc.

Los obispos de México nos hemos comprometido a: Acompañar pastoralmente a los adolescentes y jóvenes para que vayan des­plegando sus mejores valores y su espíritu religioso y ayudándoles a descubrir el engaño del recurso a la violencia para solucionar las dificultades de la vida. De igual manera es preciso despertar en ellos la inquietud por encontrar los caminos para una felicidad auténtica y para alcanzar la plenitud de sentido de la existencia. Es un imperativo ayudarles a adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que los convertirán en constructores solidarios de la paz en el presente y futuro de la sociedad.

Durango, Dgo., 10 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O El amor es la respuesta al don de Dios con el cual Él viene a nuestro encuentro

E P I S C O P E O

El amor es la respuesta al don de Dios con el cual Él viene a nuestro encuentro

Algunas personas preguntan sobre cuál es la mejor religión. Hoy existen muchas religiones y distintas propuestas religiosas y espirituales. Unos han de contestar que su propia religión es la mejor, otros afirman que “todas son simples negocios, o formas de sostener un poco de poder sobre otros con mentes débiles”. Hay quienes afirman que es aquella que te satisface, la que llena tu vida y tu espiritualidad, la que cumple tus expectativas. Alguien le preguntó al Dalai Lama “Su Santidad, ¿Cual es la mejor religión?” y contestó: “La mejor religión es la que te aproxima más a Dios, al infinito. Es aquella que te hace mejor”. Pero “¿Qué es lo que me hace mejor?” Él respondió: “Aquello que te hace más compasivo, más sensible, más desapegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético… La religión que consiga hacer eso de ti, es la mejor religión.”

Cualquiera que sea la respuesta, se puede afirmar que la religión está profundamente unida al amor. Para nosotros que profesamos la religión cristiana católica, el amor, “antes de ser un mandato, es un don, una realidad que Dios nos hace conocer, experimentar, de manera que como una semilla, que pueda germinar incluso dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida”.

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. También Juan nos ofrece, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (Benedicto XVI Deus caritas est, 1)

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna” (3, 16).

La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que compendian el núcleo de su existencia: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19,18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.

Es en Jesucristo, quien el propio Dios va tras la “oveja perdida”, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (19, 37), ayuda a comprender lo que significa: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora, qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

Durango, Dgo., 3 de Noviembre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O La familia es la primera responsable de la transmisión de la fe cristiana

E P I S C O P E O

La familia es la primera responsable de la transmisión de la fe cristiana

“El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia”. La Iglesia invita a todos y en especial a los padres de familia a reflexionar sobre la responsabilidad que tienen en el cultivo de la fe de la propia familia, puesto que el hogar es un lugar privilegiado para el crecimiento en una fe sólida e integral. Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente. Esto quiere decir que los padres tienen el protagonismo insustituible en la educación de la fe de sus hijos. Con el objetivo que sus hijos crezcan y asuman su propia vida de fe y así contribuyan con su familia a crecer y madurar y dar frutos abundantes para la sociedad.

Lumen Fidei (53): “En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe”.

Un elemento necesario en la transmisión de la fe en la familia es Orar y celebrar la fe en familia. La fe en la familia crece en la oración, que es como el aire que el cristiano respira. Llena de la gracia de la fe, la familia se sostiene y se realiza como camino de santidad, principalmente, por la oración. «Familia que reza unida, permanece unida».

Crecer en la vida de oración es tarea de todos: los padres, que van madurando interiormente; los hijos, que van entrando poco a poco en el mundo de los adultos. La participación del niño en la oración comienza ya desde el vientre materno, puesto que la madre es capaz de transmitir a su hijo los más tiernos sentimientos de piedad. Es muy recomendable que los niños se familiaricen con la vida de oración desde muy pequeños, en esa etapa los niños son especialmente sensibles para las cosas de Dios. Deben aprender a rezar no sólo con la Señal de la Cruz u otras oraciones (Padre Nuestro, Ave María, etc.), sino sobre todo con la oración libre y espontánea de acción de gracias, petición, alabanza e intercesión.

¿Qué pueden hacer los papás? Pueden levantar a sus hijos con una jaculatoria, orar por un breve momento antes de salir a la escuela o al trabajo, hacer oraciones espontáneas a lo largo del día, agradecer a Dios por las cosas buenas y sencillas que ocurren (el nacimiento de un hermano o primo, el alivio de una enfermedad, la aprobación en un examen, el empleo logrado, etc.). Un momento privilegiado para orar en familia es cuando están juntos en la mesa y se agradece a Dios por el alimento recibido. También por la noche, antes de acostarse, es un excelente momento para bendecir a los hijos, pedir perdón por las posibles faltas, suplicar a Dios su ayuda para los más necesitados y renovar los buenos propósitos. Así, la familia va descubriendo que toda la jornada adquiere su sentido último y es iluminada por la presencia de Dios.

También en la celebración de los Sacramentos la familia puede experimentar un especial crecimiento de la fe. De modo especial, en la participación de la familia en la Misa dominical: la familia descubre la belleza del Día del Señor, la importancia de la escucha de la Palabra, y participa activamente en los ritos sagrados, con la comunidad y el sacerdote. No es sólo una tradición que hay que conservar, sino un momento privilegiado para educar a sus hijos en la apertura a los sagrados misterios de la fe.

Conviene mencionar la importancia del Sacramento de la Reconciliación (confesión). Los niños descubren la riqueza de ese sacramento de modo especial cuando ven a sus propios padres arrodillados en el confesionario, pidiendo perdón a Dios por sus faltas. Así, van descubriendo la importancia de la humildad, del perdón y de la gracia de Dios que purifica y fortalece al cristiano penitente. También es importante cultivar las devociones en las familias. Es muy importante que en el hogar existan signos claros de la presencia de Dios, como las imágenes de los santos, un oratorio, el agua bendita, el crucifijo o una Biblia abierta en un lugar privilegiado. Ese ambiente orante invita a la fe, suscitando la confianza en Dios en todos los miembros de la familia.

La oración de la familia puede realizarse de acuerdo al tiempo litúrgico, En el Adviento cuando juntos se preparan para la Navidad, juntos y en oración pueden ir encendiendo poco a poco la Corona del Adviento, y armar el Nacimiento en los días previos de la gran fiesta. También crece la fe en la Cuaresma, cuando la familia vive los medios propuestos por la Iglesia para la celebración adecuada del Triduo Pascual, momento central de la celebración cristiana de la fe, que debe ser vivida intensamente por toda la familia. De esa forma es como ella se va haciendo “Iglesia doméstica”.

Durango, Dgo., 20 de Octubre del 2013 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

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E P I S C O P E O La doctrina social es anuncio de Cristo en las realidades temporales

La doctrina social es anuncio de Cristo en las realidades temporales

La doctrina social de la Iglesia frecuentemente se pone a prueba con las urgencias de nuestra época. Ésta surge del encuentro entre el Evangelio y los problemas siempre nuevos que la humanidad debe enfrentar. La doctrina social de la Iglesia no es una teoría, ni una ideología o una sabiduría humana, sino que expone las consecuencias del encuentro con Cristo Salvador para la vida comunitaria, para la política, la sociedad, la economía, la cultura, el trabajo (Seguiremos la conferencia de Mons. Giampaolo Crepaldi, La actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia y las urgencias de nuestra época).

La doctrina social de la Iglesia tiene su origen en el encuentro de la Iglesia con el mundo en vistas de la evangelización, es decir, para el anuncio de Cristo; es anuncio de Cristo en las realidades temporales. Es por esta razón que las urgencias que la humanidad enfrenta en cada época le interesan directamente. Ya el Papa León XIII, en 1891, en la Rerum Novarum, había hablado de los obreros en la nueva sociedad industrial; Pablo VI, en la Populorum Progressio, habló del desarrollo; Benedicto XVI, en la Caritas in veritate, ha hablado del poder excesivo de la técnica.

Es necesario recordar que la doctrina social de la Iglesia no va detrás de las cuestiones de actualidad solamente para estar actualizada, como podría hacer un periódico o un noticiero. La actualidad surge del Evangelio, que es siempre nuevo. No hace una crónica de novedades, sino que lee los acontecimientos humanos a la luz del Evangelio. De esta manera fortalece las mentes y los corazones, ofreciendo esperanza al hombre desorientado. Cada época tiene sus propias urgencias, ya que la vida terrena no conoce la ausencia de preocupaciones. Todavía, la luz del Evangelio ilumina y da fuerza a quien trabaja por la justicia y por la paz.

Uno de los grandes retos para la doctrina social de la Iglesia es la urgencia económica de carácter mundial, esto no es nuevo. En la Quadragesimo anno, Pio XI enfrentó la crisis financiera de 1929. La crisis que hoy se vive parece que es más grave que aquella. La separación de la finanza de la economía real se ha hecho muy marcada porque las finanzas se han convertido en una ideología, en un estilo de vida, en una visión del mundo, perdiendo de vista sus legítimos fines. La explosión de las finanzas y su separación de la economía y de la vida real se justifican en una filosofía: la del endeudamiento, del consumo antes que de la producción, de la riqueza que hay que gastar, de la anticipación inmediata de beneficios que deberían madurar solamente a futuro. Podríamos llamarla la “filosofía de la carta de crédito”. Yo consumo, me endeudo, voy a pagar a fin de mes o el mes próximo, o el próximo año. Antes se decía: trabajo, gano, ahorro, gasto. Hoy ya no es así, hay una manía de tener ya hoy el mañana. Unos lo llaman “consumismo”, es decir, la exaltación del consumo por encima de otras fases del ciclo productivo.

Como se puede ver, no se trata solamente de finanzas o de economía, sino de una visión de la vida. A esta forma de ver la vida la doctrina social de la Iglesia contrapone la responsabilidad hacia las generaciones futuras, la solidaridad hacia las personas que no pueden mantener el ritmo de este consumismo, la subsidiariedad de las finanzas, que es sólo uno de los instrumentos de la economía real, y la subsidiariedad de la economía real en referencia a la dignidad de la persona humana, la justicia, la tutela de la familia.

La crisis económica y financiera es, una falta de confianza y de esperanza en el futuro. Se pretende consumir ya hoy lo que se piensa en producir mañana. Así se hipoteca el futuro de nuestros hijos y de nuestras familias, cargándoles nuestras deudas, prefiriendo una especulación que genera valor, pero no un valor real.

La Iglesia, con su doctrina social, tiene una visión de esperanza cristiana de todo cuanto existe. El hombre moderno muchas veces vive angustiado, buscando con esfuerzo la felicidad, aún si para alcanzarla a veces se vuelve contra sí mismo. Vive como si Dios no existiera, pero viviendo sin Dios es también indiferente al sentido de su vida. Si entonces la vida es carente de sentido, ¿por qué habría que sacrificarse para acogerla en el seno materno? ¿Para qué formar una familia y educar a los hijos? ¿Para qué construir una empresa y hacerla funcionar bien para que beneficie a todos? ¿Qué sentido tiene luchar por la justicia y por la paz? Si la vida es carente de sentido, entonces nada tiene sentido, o todo puede tener un sentido contrario.

La Iglesia ofrece la esperanza a los hombres, porque prueba que el mal ha sido ya vencido por el Salvador, que el Reino de Dios ya ha comenzado, que la providencia divina guía nuestra historia, que todo está destinado a cumplirse. Sin embargo, decir que el mal ha sido ya vencido no significa que el mal no exista más en nuestra historia, o que no se tenga que luchar contra él; más bien quiere decir que con la gracia de Dios se puede combatir y vencer, significa que podemos ser libres, que la verdad nos hace libres. Esta es la gran fuente de espiritualidad para nuestra sociedad, y por esto decimos que la doctrina social de la Iglesia es también un modo de animar la sociedad humana. Ella demuestra cómo las relaciones humanas pueden volverse áridas y cómo el futuro puede perder su significado si se prescinde de Dios.

 

Durango, Dgo., 6 de Octubre del 2013                                 + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                                  Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O La fe y el amor en el sufrimiento y la enfermedad

E P I S C O P E O

La fe y el amor en el sufrimiento y la enfermedad

            En el contexto del sufrimiento y la enfermedad no se puede evitar una reflexión sobre la relación tan estrecha que existe entre la fe y el amor. Creer y amar representan exigencias que resumen todas las características del auténtico seguimiento de Cristo. No se podría tener fe si ésta no brota del amor y no evoluciona en su interior; tampoco sería posible tener amor si éste no tuviera origen en una fe que sabe reconocer el rostro del Maestro.

            Es en este horizonte en donde el enfermo tiene necesidad darle un sentido al sufrimiento. La fe sabrá demostrar que en el sufrimiento y en la muerte de Jesús se revela en lenguaje humano la forma más grande de amor. No porque el Señor sufra  en la cruz, se deduce que todos debemos soportar el dolor. Esto no enseña la fe.  No es el camino del soportar, más bien el de darle un sentido al dolor. Lo que expresa el sufrimiento de Dios es el amor de él por el ser humano. Es la capacidad de saber que también en el sufrimiento y en la muerte el hombre puede ser libre y activo en su respuesta. Así, el ser humano en medio del dolor y del sufrimiento donde puede ofrecerse plenamente a sí mismo como expresión profunda de amor y en donde se descubre la libertad verdadera.

            ¿Cómo debemos presentarnos ante el dolor y la muerte? ¿Se deben aceptar pasivamente porque son más fuertes que nosotros?  O, ¿somos capaces de expresar una decisión libre, fruto de la gracia, que nos conducirá a darles un sentido cristiano?             Esto último es lo que anhela el amor: ser capaces de no rendirse jamás por la fortaleza que procede de la fe en aquel que ha vencido. La cruz que la fe representa no es el signo del sufrimiento soportado, sino el de la victoria sobre el sufrimiento y sobre la cruz.

            El cristiano no se detiene pasivo ante la cruz. Quien ama llega a constatar que el crucificado permanece en el sepulcro solamente tres días. La fe y el amor dirigen su mirada hacia la resurrección de Cristo.

Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se hace manifiesta y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento. El Apóstol mismo se encuentra en peligro de muerte, una muerte que se convertirá en vida para los cristianos (2 Co 4,7-12).

En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro queno nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Co 4,5). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como “la última llamada de la fe”, el último “Sal de tu tierra”, el último “Ven”, pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo (Lumen Fidei 56-57).

 La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso;  la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres, y muchos más, han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan (Mensaje para la Jornada Mundial del enfermo 2013).

La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz.

            La fe es un don que Dios ha concedido a cada uno (Rom 12,3): “En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual”. Es el amor el que lleva a la comprensión de la fe como acto único y siempre original. Al ser fruto del amor, el creer es el suceso esencial de la vida.

            Solo en la fe el sufrimiento halla un espacio de luz, porque puede testimoniar que es posible amar también a través del dolor. Fuera de este horizonte, el sufrimiento no pasa de ser un absurdo y una ignominia. Solamente la fe puede ser garante de la verdad y fuente de sentido, ante lo que afirma Pablo: “Cuando me siento débil, es cuando soy más fuerte” (2Cor 12,10).

            La fe no puede reducirse a una simple adhesión verbal, sino que exige el compromiso y la seriedad de todos, especialmente de los agentes de la Pastoral de la Salud. Esto requiere el esfuerzo y la fatiga de un camino. Se abre para cada uno, la perspectiva de un itinerario de fe que se debe prolongar durante toda la realidad, un camino vivido con el coraje y con la pasión de quien tiene la certeza de preguntar ya desde ahora aquello que constituirá la felicidad para siempre: el amor del Dios Trino.

Durango, Dgo., 29 de Septiembre del 2013                         + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                                  Email: episcopeo@hotmail.com

«Los matrimonios “gay” en el Congreso del Estado de Durango» EPISCOPEO DEL 22 DE SEPTIEMBRE DE 2013

«Los matrimonios “gay” en el Congreso del Estado de Durango»

Hoy se reivindica el derecho de que se casen dos hombres o dos mujeres. Si todos los ciudadanos tienen derecho a contraer matrimonio, ¿por qué no los homosexuales? Si las familias suelen organizarse en torno a dos personas que comparten su vida, ¿por qué esas dos personas han de ser siempre un hombre y una mujer? Si todo matrimonio puede procrear hijos o adoptarlos, ¿por qué privar a las parejas homosexuales de esa posibilidad?

Los medios de comunicación han publicado que el Papa Francisco, en una entrevista reciente a la “Civiltá Cattolica”, ha dicho que no hay que obsesionarse en hablar sobre “cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”; ahí también dijo “Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto y desde la Misión Evangelizadora de la Iglesia: Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, y es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús…”

La Iglesia, en su misión, ha insistido siempre, en base a la razón humana, a la Sagrada Escritura y la tradición, que el matrimonio es la unión conyugal de un hombre y de una mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y educación de los hijos.  El matrimonio no es una institución meramente “convencional”; no es el resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen “una sola carne” y puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. El matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo, sólo para los católicos, frente al matrimonio natural, que sería para todos. El matrimonio sigue siendo el mismo, pero para los bautizados es, además, sacramento.

Lo que está en juego, y es por lo que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento.

¿Por qué la Iglesia se opone al “matrimonio” gay? La única razón es porque le preocupa el ser humano, ya que “su única finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre”. En definitiva, no se lava las manos ante la suerte de lo humano. Aunque esta defensa sea incomprendida y acarree críticas.  El contexto en nuestra Arquidiócesis y en el Estado de Durango, es la posibilidad que existe de que, algunos partidos políticos propongan en el Congreso del Estado la “legalización del matrimonio entre personas de un mismo sexo” (frase que no tiene sentido).

¿Tiene derecho el Estado a regular cada vez con mayor poder invasivo la realidad del matrimonio, hasta el punto de arrogarse el poder de definir cuál sea la esencia del matrimonio? En realidad, el matrimonio precede al Estado: es algo original y no sometido a las decisiones de una dictadura o de un partido político. El Estado, por lo tanto, no debería imponer leyes arbitrarias sobre esta institución natural. Su competencia reguladora debe limitarse a aclarar y dirimir aspectos sociales de las uniones matrimoniales, para evitar abusos, para promover la convivencia y, sobre todo, para proteger y fomentar las riquezas propias del matrimonio y de la familia.

¿Puede el movimiento homosexual imponer su manera de entender el matrimonio a la sociedad entera? Éste tiene su origen en las reivindicaciones de algunos grupos de homosexuales que han conseguido un amplio poder en el mundo de la cultura, de la comunicación, de la política. Estos grupos ven la propia actividad sexual como plenamente legítima en la vida social, y con derechos a un reconocimiento idéntico al que se da a las demás uniones matrimoniales aceptadas por el estado.

La fuerza de la ideología “gay” es tal que ha llegado a condicionar los estudios de la psicología. Resulta sumamente peligroso el que algún psicólogo insinúe que la homosexualidad “se pueda curar”, o manifieste la idea de que podría ser tratada como si fuese una “enfermedad”. Igual podemos decir de la ética: declarar los actos homosexuales como algo inmoral conlleva el riesgo de ser acusado de “homofobia” y puede ser motivo de persecuciones y ataques de diverso tipo, como sucede con algunos obispos.

La política también ha quedado seriamente afectada: se presiona, estigmatiza, aísla o persigue de distintas maneras a aquellos políticos que se oponen a las reivindicaciones de los grupos “gay”. La Iglesia católica y otras religiones son cada vez más criticadas en el mundo de la cultura y en aquellos medios de comunicación que avalan y promueven el “orgullo gay”.

Dar estatuto de “matrimonio” a las uniones homosexuales, y permitirles adoptar niños, crea un enorme desorden social al ofrecer a la gente la idea de que el comportamiento homosexual es no sólo normal, sino incluso algo protegido y tutelado como un “bien social”. En los actos homosexuales no se da la presencia de aquellos elementos de complementariedad biológica y antropológica que son propios del verdadero matrimonio. Esta complementariedad permite la apertura a la vida y la creación de aquellas condiciones ideales para educar a los propios hijos desde la riqueza que nace de convivir con unos padres de distinto sexo.

Oponerse con firmeza a leyes como esta, incluso con la objeción de conciencia será un testimonio de respeto hacia el verdadero matrimonio y a su papel en la configuración de sociedades sanas y de personas maduras. Ello no quita, desde luego, que los católicos, y especialmente los sacerdotes, mantengamos una actitud pastoral de acogida y respeto hacia las personas que tienen tendencias homosexuales, como nos recuerda la Iglesia (Consideraciones n. 4 y 5) en la «Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales».

Durango, Dgo., 22 de Septiembre del 2013                                        + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                                                                  Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O Día del adulto mayor

E P I S C O P E O

Día del adulto mayor

El 28 de agosto se celebra el día del adulto mayor y el envejecimiento en México será el fenómeno demográfico que caracterizará al país en los siguientes años, debido a este acelerado crecimiento de la población adulta mayor, se estima que la población en edades avanzadas en vaya en constante aumento.

Entre los temas más preocupantes del envejecimiento poblacional están los relacionados con los recursos económicos: ingreso por trabajo, retiro de la actividad económica y seguridad económica en la vejez. Otro tema, es la relación entre dicho proceso y la salud de la población. Aunado a las oportunidades de acceso a los servicios de salud y las enfermedades propias de la vejez

El pensamiento del Papa Juan Pablo II sobre los mayores:  la Familia será centro de atención pastoral y de defensa de la vida. Juan Pablo II no sólo se ha dirigido a los ancianos, habla sobre su realidad y el envejecimiento de la humanidad a las instancias internacionales y de la actitud cristiana ante la misma.

Los temas principales son: La Familia, clave de humanización y fundamento de la sociedad. (Familiaris Consortio y Carta a las Familias). Inviolabilidad de la vida humana y ancianidad. El Pontificado de Juan Pablo II ha estado unido permanentemente a la defensa de la familia y de la vida humana (Evangelium Vitae) “el primer brote es tan sagrado como el último suspiro”.

S.S. Juan Pablo II contempla, desde la concepción antropológica y bíblica de la vejez, a la persona y los valores. Conoce su realidad, la atención que requieren y la misión de los mayores en la familia, en la sociedad y en la Iglesia… Su redención Cristológica.

El Pontificio Consejo para los Laicos, en el Documento la Dignidad del Anciano y su misión en la Iglesia y en el Mundo, profundiza en la problemática de los mayores como “problemas de todos”, da un sentido y valor a la vejez y sienta las bases para la Pastoral de los Adultos Mayores. En el Capítulo IV hace mención de los deberes de la Iglesia de “anunciar a los ancianos la buena noticia de Jesús, como se lo reveló a Simeón y a Ana”(8). y ofrecer a los ancianos la posibilidad de encontrarse con Cristo, ayudándoles a redescubrir el significado de su propio Bautismo, por medio del cual, a través de Cristo encuentren el sentido de su propio presente y futuro llenos de esperanza; que los ancianos adquieran una viva conciencia de evangelizadores; promover la espiritualidad de ese continuo renacer como Jesús indica a Nicodemo (Jn 3, 5).

En el Capítulo V del documento La Dignidad del Anciano y su Misión de la Iglesia y en el mundo, da las Orientaciones para una Pastoral de los Ancianos, en donde destaca que la comunidad eclesial está llamada a responder a las expectativas de participación de los ancianos, valorizando el “don” que ellos representan como testigos de la tradición de fe (cf. Sal 44,2; Ex 12, 26-27), maestros de vida (cf. Eclo 6, 34; 8, 11-12) y agentes de caridad. Y debe, por tanto, sentirse llamada a reconsiderar la Pastoral de la tercera edad como espacio abierto a la acción y colaboración de los mismos ancianos.

Entre los ámbitos que más se prestan al testimonio de los ancianos en la Iglesia, no se deben olvidar: 1. El amplio campo de la caridad. 2. El Apostolado: Es un campo extraordinario de vida comunitaria, donde se descubre mejor los carismas de cada uno y se puede buscar con mayor eficiencia un lugar de apostolado y servicio. 3. En la Liturgia: El adulto mayor puede participar de los ministerios laicales necesarios en la Asamblea Eucarística.

Durango, Dgo., 25de Agosto del 2013                     + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                         Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                      Email: episcopeo@hotmail.com

E P I S C O P E O La fe es la fuerza que conforta en el sufrimiento

E P I S C O P E O

La fe es la fuerza que conforta en el sufrimiento

Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, San Pablo ve elas el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se manifiesta y se hace palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento. El Apóstol mismo se encuentra en peligro de muerte, una muerte que se convertirá en vida para los cristianos (2Co 4,7-12). En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Co 4,5).

La Carta a los Hebreos hace una referencia a aquellos que han sufrido por la fe (Hb 11,35-38), entre los cuales ocupa un puesto destacado Moisés, que ha asumido la afrenta de Cristo (v. 26). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último “Sal de tu tierra”, el último “Ven”, pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.

La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, “inició y completa nuestra fe” (Hb 12,2).

El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (2Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad (1Ts 1,3; 1 Co 13,13) nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad “cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (Hb 11,10), porque “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5).

En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que “fragmentan” el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza.

El Papa Francisco en el Hospital de San Francisco de Asís, en Rio de Janeiro, hablando del sufrimiento humano los invitaba a no dejarse robar la esperanza: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso, porque en cada hermano y hermana enfermos abrazamos la carne de Cristo que sufre.

En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. No se dejen robar la esperanza. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no vemos. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (Lc 10, 29-35). En este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor.

Durango, Dgo., 18 de Agosto del 2013                    + Mons. Enrique Sánchez Martínez

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