«Los matrimonios “gay” en el Congreso del Estado de Durango» EPISCOPEO DEL 22 DE SEPTIEMBRE DE 2013

«Los matrimonios “gay” en el Congreso del Estado de Durango»

Hoy se reivindica el derecho de que se casen dos hombres o dos mujeres. Si todos los ciudadanos tienen derecho a contraer matrimonio, ¿por qué no los homosexuales? Si las familias suelen organizarse en torno a dos personas que comparten su vida, ¿por qué esas dos personas han de ser siempre un hombre y una mujer? Si todo matrimonio puede procrear hijos o adoptarlos, ¿por qué privar a las parejas homosexuales de esa posibilidad?

Los medios de comunicación han publicado que el Papa Francisco, en una entrevista reciente a la “Civiltá Cattolica”, ha dicho que no hay que obsesionarse en hablar sobre “cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”; ahí también dijo “Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto y desde la Misión Evangelizadora de la Iglesia: Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, y es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús…”

La Iglesia, en su misión, ha insistido siempre, en base a la razón humana, a la Sagrada Escritura y la tradición, que el matrimonio es la unión conyugal de un hombre y de una mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y educación de los hijos.  El matrimonio no es una institución meramente “convencional”; no es el resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen “una sola carne” y puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. El matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo, sólo para los católicos, frente al matrimonio natural, que sería para todos. El matrimonio sigue siendo el mismo, pero para los bautizados es, además, sacramento.

Lo que está en juego, y es por lo que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento.

¿Por qué la Iglesia se opone al “matrimonio” gay? La única razón es porque le preocupa el ser humano, ya que “su única finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre”. En definitiva, no se lava las manos ante la suerte de lo humano. Aunque esta defensa sea incomprendida y acarree críticas.  El contexto en nuestra Arquidiócesis y en el Estado de Durango, es la posibilidad que existe de que, algunos partidos políticos propongan en el Congreso del Estado la “legalización del matrimonio entre personas de un mismo sexo” (frase que no tiene sentido).

¿Tiene derecho el Estado a regular cada vez con mayor poder invasivo la realidad del matrimonio, hasta el punto de arrogarse el poder de definir cuál sea la esencia del matrimonio? En realidad, el matrimonio precede al Estado: es algo original y no sometido a las decisiones de una dictadura o de un partido político. El Estado, por lo tanto, no debería imponer leyes arbitrarias sobre esta institución natural. Su competencia reguladora debe limitarse a aclarar y dirimir aspectos sociales de las uniones matrimoniales, para evitar abusos, para promover la convivencia y, sobre todo, para proteger y fomentar las riquezas propias del matrimonio y de la familia.

¿Puede el movimiento homosexual imponer su manera de entender el matrimonio a la sociedad entera? Éste tiene su origen en las reivindicaciones de algunos grupos de homosexuales que han conseguido un amplio poder en el mundo de la cultura, de la comunicación, de la política. Estos grupos ven la propia actividad sexual como plenamente legítima en la vida social, y con derechos a un reconocimiento idéntico al que se da a las demás uniones matrimoniales aceptadas por el estado.

La fuerza de la ideología “gay” es tal que ha llegado a condicionar los estudios de la psicología. Resulta sumamente peligroso el que algún psicólogo insinúe que la homosexualidad “se pueda curar”, o manifieste la idea de que podría ser tratada como si fuese una “enfermedad”. Igual podemos decir de la ética: declarar los actos homosexuales como algo inmoral conlleva el riesgo de ser acusado de “homofobia” y puede ser motivo de persecuciones y ataques de diverso tipo, como sucede con algunos obispos.

La política también ha quedado seriamente afectada: se presiona, estigmatiza, aísla o persigue de distintas maneras a aquellos políticos que se oponen a las reivindicaciones de los grupos “gay”. La Iglesia católica y otras religiones son cada vez más criticadas en el mundo de la cultura y en aquellos medios de comunicación que avalan y promueven el “orgullo gay”.

Dar estatuto de “matrimonio” a las uniones homosexuales, y permitirles adoptar niños, crea un enorme desorden social al ofrecer a la gente la idea de que el comportamiento homosexual es no sólo normal, sino incluso algo protegido y tutelado como un “bien social”. En los actos homosexuales no se da la presencia de aquellos elementos de complementariedad biológica y antropológica que son propios del verdadero matrimonio. Esta complementariedad permite la apertura a la vida y la creación de aquellas condiciones ideales para educar a los propios hijos desde la riqueza que nace de convivir con unos padres de distinto sexo.

Oponerse con firmeza a leyes como esta, incluso con la objeción de conciencia será un testimonio de respeto hacia el verdadero matrimonio y a su papel en la configuración de sociedades sanas y de personas maduras. Ello no quita, desde luego, que los católicos, y especialmente los sacerdotes, mantengamos una actitud pastoral de acogida y respeto hacia las personas que tienen tendencias homosexuales, como nos recuerda la Iglesia (Consideraciones n. 4 y 5) en la «Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales».

Durango, Dgo., 22 de Septiembre del 2013                                        + Mons. Enrique Sánchez Martínez

                                                                                                                                    Obispo Auxiliar de Durango

                                                                                                                                  Email: episcopeo@hotmail.com

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