S. Lucas en el Evangelio, presenta a algunos que refieren a Cristo el caso de unos galileos “cuya sangre Pilatos mezcló con la sangre de los sacrificios… Jesús respondió: ¿creen que aquellos galileos fueran más pecadores que todos los galileos, por haber sufrido tal suerte? Les digo que no, y si ustedes no se convierten, perecerán del mismo modo…. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató ¿creen que eran más culpables que todos los habitantes de Jerusalén? No, y les digo, si no se convierten perecerán todos del mismo modo”.
Los dos percances o accidentes, ofrecen a Jesús ocasión para apelar a la conversión, a la vigilancia y a la lectura de los signos de los tiempos. Contra la opinión común, una desgracia no es signo de castigo divino por las culpas, sino reclamo a la conversión para los sobrevivientes. Todos somos pecadores y si Dios no nos ha castigado es porque espera frutos de una verdadera penitencia. La parábola de la higuera en los Evangelios de S. Mateo y de S. Marcos, hace referencia a Israel; en el Evangelio de S. Lucas, como hoy, se refiere a cada uno de nosotros y de todos, Jesús, por una parte quiere desligar el prejuicio que relaciona una desventura terrena a culpas personales o colectivas; por otra parte declara que la verdadera desgracia es la impenitencia, el rechazo de la conversión. Leer más
https://arquidiocesisdurango.org/wp-content/uploads/2019/08/logotexto-arquidiocesis-02-1-300x99.png00ADhttps://arquidiocesisdurango.org/wp-content/uploads/2019/08/logotexto-arquidiocesis-02-1-300x99.pngAD2013-03-02 17:02:492013-03-02 17:02:49Homilía Domingo III de Cuaresma; 3-III-2013
En la carta a los Romanos dice San Pablo: «Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10, 9), es decir, entrarás en la nueva historia, historia de vida y no de muerte.
Luego San Pablo prosigue: «Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?» (Rm 10, 14-15).
Y dos versículos después añade: «La fe viene de la escucha» (Rm 10, 17).
La expresión de san Pablo: «la fe viene del mensaje (de la escucha)» (Rm 10, 17), nos hace suponer que la fe aunque es don de Dios, requiere del anuncio y el paso de la “escucha acogedora” por la que el hombre deja plasmar su corazón en la obediencia de la palabra escuchada. Leer más
https://arquidiocesisdurango.org/wp-content/uploads/2019/08/logotexto-arquidiocesis-02-1-300x99.png00ADhttps://arquidiocesisdurango.org/wp-content/uploads/2019/08/logotexto-arquidiocesis-02-1-300x99.pngAD2013-03-01 19:16:052013-03-01 19:16:05¿Dónde tiene su inicio la FE? La fe viene (nace) de la escucha Rm 10,17
En este primer fascículo vamos a analizar la palabra “fe”. Siempre decimos creo, tengo fe, confío, estoy seguro de…, pero ¿qué significa realmente la palabra fe? Lo primero que nos dice el Catecismo de la Iglesia católica es que «La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela» (166).
Analicemos primero el concepto “fe” y después “acto personal”. Nuestra palabra fe se deriva de la palabra latina fides que es la traducción del griego pistis, y que significa fe, confianza, fidelidad. A grandes rasgos éste es el significado en el Nuevo Testamento que es su momento explicaremos más ampliamente. Pero para entender más exactamente la palabra debemos buscar que significa fe en el Antiguo Testamento.
Ciertamente en el Antiguo Testamento no existe un solo término para expresar la palabra pistis (fe, confianza, fidelidad), sin embargo, el término hebreo aman en forma causativa he`emin es utilizado para expresar el acto de fe y significa: “adquirir seguridad, estar seguro, confiarse absolutamente en alguien, ponerse en las manos de otro, dar crédito a un mensaje, creer”.
Pero hay algo más que nosotros debemos saber para poder entender qué es la fe en el Antiguo Testamento. La fe bíblica no es un concepto abstracto, siempre se refiere a alguien (Dios) o a algo (puede ser una verdad o acontecimiento a favor del hombre). De modo que el término he`emin va acompañado siempre de las preposiciones “be” (en, con) o “le” (por, a causa de), así resulta que tener fe significaría: adquirir seguridad, estar seguro, confiarse absolutamente en, con, por ó a causa de. En nuestro caso tener fe sería estar seguro, confiar firmemente en Yahveh y sus promesas salvíficas.
Resumiendo, ¿qué es la fe en el Antiguo Testamento? Es estar seguro en, por, con o a causa de Dios e indica una recta actitud para con Dios como se puede ver en Eclesiástico 2, 6: «Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará, endereza tus caminos y espera en él». La fe es pues una actitud que abre al hombre a confiar plenamente en Dios, pero la confianza está ligada a la voluntad por eso la fe es confianza del corazón y la obediencia de la voluntad, a su vez fe es creer firmemente en las promesas, enseñanzas o verdades que Dios revela de modo que tener fe va a consistir en el asentimiento (aprobación) de la inteligencia,
Vamos a poner un ejemplo. Cuando se dice que Abraham creyó (Cfr. Gen 15, 6s), significa que él puso su seguridad en Dios, que se confío absolutamente en Él, que a causa de la omnipotencia de Dios y por las promesas que le prometió a Abrahán, éste adquirió seguridad, confió plenamente en Dios. Abraham creyó sin vacilar, es decir con firmeza, y esperó contra toda esperanza (Cfr. Rom 4, 18s).
Contrariamente la fe en sentido profano es estar seguro en algo-alguien fuera de Dios, confiado en sí mismo, en el dinero, etc; así como tener como verdadero cualquier opinión.
2.- La fe es un acto personal
Hay en el hombre dos facultades que lo ennoblecen y lo distinguen de los demás seres: la inteligencia y la voluntad. Cuando el hombre usa su inteligencia y su voluntad, es decir, cuando es consciente y actúa libremente se da un acto humano o de la persona.
Se da pues en el hombre por un lado la capacidad de pensar (buscar la verdad, el bien, la felicidad, etc.) y de querer (el deseo de, tener confianza, aceptar con seguridad, esperar). Estas dos facultades no se excluyen mutuamente si no que se complementan, el hombre no puede menos que razonar y confiar, o dicho de otro modo razonar y tener fe (Razón y fe, fe y razón).
Nos afirma Pascal: «Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón» (Pensamientos 253); «Es un vicio tan natural como la incredulidad, e igualmente pernicioso: superstición» (Pensamientos 254).
Si la fe es un acto de la persona, entonces no podemos ser simplemente unos crédulos que todo y en todo creen hasta llegar a la superstición, creer en todo como si todo fuera verdad, la fe se ayuda de la razón para purificarse; tampoco podemos ser incrédulos, como si fuera imposible creer en Dios, en las personas, en las estructuras sociales, necesitamos confiar, creer; la razón debe ayudarse de la fe para poder superarse.
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