La Fe es un don de Dios pero también es un acto profundamente humano y libre
El Año de la fe es “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo…que suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza…una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía… esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree” (Porta Fidei nn.6-9).
Los invito a seguir la catequesis del Papa Benedicto XVI sobre la Fe. Debemos preguntarnos sobre lo más importante: ¿qué es la fe? ¿Tiene sentido aún la fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto horizontes, hasta hace poco tiempo impensables? ¿Qué significa creer hoy?
Hoy, junto a muchos signos positivos, crece también un desierto espiritual, de una ausencia de Dios en el mundo. Los signos del vacío de Dios son: el mundo no avanza en la construcción de una comunidad más fraterna y pacífica; las ideas de progreso y bienestar no han logrado satisfacer las necesidades de los hombres y mujeres de hoy. Los grandes descubrimientos de la ciencia y de la tecnología, no han logrado hacer que el ser humano sea más libre y más humano; existen muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia.; existe una cultura que ha educado a niños, jóvenes y adultos, a moverse solo en el horizonte de las cosas, de lo posible, a creer solo en lo que vemos y tocamos con las manos; aumenta el número de personas que se sienten desorientados y no le encuentran sentido a su vida y al buscarlo, entre una gran oferta de espiritualidades, ideologías y doctrinas se predisponen a creer en todo.
Debemos preguntarnos sobre lo fundamental, sobre lo más importante: ¿Hacia dónde debe, el ser humano orientar su libertad, su vida? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿Qué nos espera más allá del umbral de la muerte?
Una respuesta nos la da el conocimiento de la ciencia, que aunque es importante para el ser humano, no es suficiente. Necesitamos no solo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y en los problemas cotidianos.
La respuesta la encontramos en la fe, ya que nos da una confianza plena en un «Tú», que es Dios, el cual me da una seguridad mucho más sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia. La fe es un acto por el cual me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es la adhesión a un «Tú» que me da esperanza y confianza. Al adherirnos a Dios, tenemos la convicción de que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se ha vuelto cercano a cada uno de nosotros.
Con el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para llevarla a Él, y elevarla hasta su altura. La fe es creer en este amor de Dios, que no disminuye ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, dando la posibilidad de la salvación. Tener fe es encontrar a Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no solo aspira a la eternidad, sino que la da; es confiar en Dios con la actitud del niño, el cual sabe que todas sus dificultades, todos sus problemas están a salvo en el «tú» de la madre.
¿De dónde saca el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo, muerto y resucitado, y recibir su salvación, de tal modo que Él y su evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Señor resucitado, nos hace capaces de acoger el Dios vivo. La fe es, pues, ante todo un don sobrenatural, un don de Dios.
En el inicio de nuestro camino de fe está el Bautismo, que es el sacramento que nos da el Espíritu Santo, nos convierte en hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe; en la Iglesia no cree uno por sí mismo, sin la gracia previa del Espíritu; y no se cree solo, sino junto a los hermanos.
La fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 154).
Creer es confiar libremente y con alegría en el plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham, al igual que María de Nazaret. La fe es, pues, un acuerdo por el cual nuestra mente y nuestro corazón dicen su propio «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí» transforma la vida, abre el camino hacia una plenitud de sentido, la hace nueva, llena de alegría y de esperanza fiable.
Durango, Dgo., 28 de Octubre del 2012 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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