Tratado de Libre Comercio (Pt3)

Después de haber dedicado dos entregas con intención concientizadora para formarnos criterios de juicio sobre el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, en esta tercera y última entrega seremos más analíticos. El Tratado se firmó el 17 dic. 1992, se fijó su vigencia inicial para el 1 de enero de 1984, dejando la vigencia para los productos agropecuarios para el 1 de enero del 2008.
Según lo que reflexionamos en las dos entregas anteriores, en términos generales el Tratado ha sido favorable en sus efectos para México. El problema del campo en México es que no logra producir competitivamente y el procampo es para grandes extensiones. Como en el mundo la agricultura está subsidiada con tecnología y préstamos a reintegrar, algunos campesinos ricos quizá sí podrán producir bien, pero no todos. Así no se podrá competir con Estados Unidos y Canadá. Tuvimos quince años de plazo para prepararnos y ahora resulta que tenemos el problema de la apertura de las fronteras o entrada libre de productos del campo. Los limitantes del campesino mexicano son: que no están educados, no tienen información, conocimientos, tecnología o créditos bien manejados; no se controla la aplicación de los abundantes subsidios. No se ha puesto una buena atención desde los tres niveles de gobierno; se requiere co-participación para manejar los subsidios, incluyendo la responsabilidad de los mismos campesinos.
Recientemente se dijo en un Congreso de Pastoral Social que “la economía no tiene corazón”; también he escuchado voces oficiales desfavorables diciendo que no tiene caso invertir en el campo, que la agricultura no productiva, desaparecerá. Pero, se necesitan voces de esperanza en que el campo tiene que producir; no podemos quedarnos con la idea de que el campo mexicano va muriendo; no podemos quedarnos sin hacer nada.

Si la pobreza origina la migración, como Iglesia, requerimos un proyecto propio de apoyo efectivo al campesino y un compromiso serio del Presbiterio; no sólo acopiar el diezmo, también organizar rogativas por las lluvias, conjuros contra las plagas y recorridos por los campos; compromiso de reflexión y formación en doctrina social de la Iglesia; de servir, orientar y motivar a los campesinos sobre tecnologías, organización y asociaciones; enseñar al campesino a dar valor agregado a sus productos, animar y luchar por la productividad del campo y la competitividad. Esto implica un cambio de paradigmas mentales, culturales y técnicos, pues se prevé un aumento de latifundios individuales y extranjerizantes. Capitalizar al campesino, educando en el ahorro, como educan las Cajas Populares de ahorro, producción o consumo. Como fruto de los Congresos agrícolas que se vienen celebrando anualmente en nuestra Arquidiócesis, se tiene una Promotora Agrícola, los campesinos creen en la Iglesia y algunos pequeños productores están presentando proyectos; eventualmente se distribuyen implementos agrícolas; se promueve el programa “cosecha de agua” que almacena, canaliza y administra las lluvias.
Tuvimos quince años para prepararnos a la vigencia agrícola del Tratado y nuestra preparación fue baja o deficiente; ahora, se escuchan voces pidiendo revisarlo; pero, siendo extemporáneo frenarlo o revisarlo ahora, para acomodarlo a nuestra indolencia o a los intereses de parte, no es solución; será mejor, que reforcemos nuestro apego a la tierra, que volvamos la tierra a su vocación, que capitalicemos el campo y mejoremos la producción y de ahí la competencia. Bendita sea la tierra, benditos sean los campesinos.
Durango, Dgo. 27 de enero del 2008.
Héctor González Martínez

Tratado de Libre Comercio (Pt2)

La Iglesia, convocada y congregada desde todas las direcciones y de todas las dimensiones humanas, está obligada a reflexionar y a decir una palabra de iluminación sobre nuestras circunstancias históricas. Es un derecho y un deber ineludibles.
De la enseñanza social cristiana de la Iglesia, tomemos pues algunos conceptos básicos para formarse un criterio sobre la apertura agrícola del TLC. Pues, daría la impresión que el libre mercado sea la respuesta adecuada para afrontar eficazmente las necesidades apuntadas en la entrega anterior. Lo cual podría ser cierto tratándose de «recursos que son vendibles» o necesidades que se satisfacen con poder adquisitivo.
Pero hay otras necesidades que no tienen salida en el mercado, vgr. dignidad de la persona humana, valores morales o culturales, salario suficiente y familiar, seguros sociales para vejez y desempleo, tutela de las condiciones de trabajo. Necesidades que requieren solución desde otra luz, pues es un «estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer necesidades humanas fundamentales». Porque existe algo superior «que es debido al hombre en virtud de su eminente dignidad» (Centessimus Annus, 34). Ahí se abre camino para un modelo alternativo de sociedad basada en trabajo libre, empresa y participación, mercado con sentido social, satisfacción de necesidades básicas, en una palabra civilización del amor.
Afortunadamente podemos constatar que aunque subsisten sentimientos de lucha y conflicto entre los hombres y las naciones «aumenta la convicción de una radical interdependencia…y de una solidaridad que la suma y traduzca en el plano moral» (Sollicitudo Rei Sociales 26). Esta actitud se convierte en un deber imperativo para todo hombre y mujer e igualmente para pueblos y naciones. Si una nación cediera «a la tentación de cerrarse en sí misma, olvidando la responsabilidad que le confiere una cierta superioridad en el concierto de las naciones, faltaría gravemente a un preciso deber ético» (SRS 23; cfr.38-39).
Para esto se requieren decisiones da carácter político, lo que requiere una voluntad política eficaz y esto a su vez supone superar obstáculos mayores con decisiones esencialmente morales. En esa dirección «los países en vías de desarrollo de una misma área geográfica, sobre todo los comprendidos en la categoría “sur”, pueden y deben constituir nuevas organizaciones regionales inspiradas en criterios de igualdad, libertad y participación en el concierto de las naciones» (SRS 45).
Así, son laudables las iniciativas de varias naciones estableciendo «formas de cooperación que las hacen menos dependientes de productores más poderosos» y abriendo sus fronteras, vgr CE,TLC, el grupo de los tres, México-Chile, Cono sur, etc. Esta interdependencia es una realidad y de ella todos nos hacemos cada vez más conscientes; todos necesitamos de todos; y «reconocida de manera más activa, representa una alternativa a la excesiva dependencia de países más ricos y poderosos» (Íb.).
Recordemos que para nosotros los cristianos la noción de desarrollo no es solamente laica o profana; para el cristiano, en la noción de desarrollo subyace la motivación propia del Reino de Dios basado en vida y verdad, justicia y paz, gracia, santidad y amor. Y el cristiano se reconoce como miembro activo del Reino de Dios. Por ello la Iglesia nos enseña a reconocer a Cristo como la medida de las culturas y del desarrollo auténtico del hombre Y ya decía un antiguo autor cristiano: “cuando encontré a Cristo me comprendí hombre”.
La Iglesia también nos alecciona a comprender la promoción humana como «llevar al hombre de condiciones menos humanas a condiciones más humanas hasta la plenitud en Cristo». Así pues, «para alcanzar el verdadero desarrollo es necesario no perder de vista el parámetro de la naturaleza especifica del hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza» (SRS 29). Más aún S. Pablo presenta a Cristo como el primogénito de toda criatura, pues «Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la plenitud y reconciliar por El y para El todas las cosas» (Col.1, 15-16).
Durango, Dgo. 20 de enero del 2008.
Héctor González Martínez

Tratado de Libre Comercio (Pt1)

El 1 de enero de 1994 amanecimos con las incursiones violentas del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, encabezado por el encapuchado Sub-comandante Marcos. El campo de guerra fueron lugares chiapanecos en torno a S. Cristóbal de las Casas. Todos entendimos que la fecha de aparición fue escogida como una reacción contra la globalización, el neoliberalismo y el Tratado de Libre Comercio, que entraba en vigor ese día.
Diez días antes de la apertura del TLC y a ese propósito, en un Congreso de Pastoral Social, realizado en Tijuana, expresaba yo las siguientes reflexiones morales, que hoy actualizo ante la apertura del Tratado a los productos agrícolas. Considerando el Tratado de Libre Comercio y su relación con las inequidades, comparemos en primer lugar el abismo existente entre los países desarrollados llamados del “norte” y los países eufemísticamente llamados del “sur” o “en vías de desarrollo”. Señal de que «la unidad del género humano está seriamente comprometida» (Solicitudo Rei Socialis 14).
Los grandes problemas nacionales han de ser enmarcados en un contexto de orden mundial económico, político, religioso, etc.; sobre todo cuando son problemas que aquejan a grandes mayorías. Hablando de subdesarrollo señalaríamos que no es sólo fenómeno económico-social, sino también cultural, político, humano y religioso: muchas formas de pobreza, inequidad, carencias y privaciones, marginación y desempleo, analfabetismo, dificultad para la educación en sus distintos niveles, negación o limitación de derechos humanos, libertad de asociación para formar sindicatos, democracia dosificada, dificultad para llevar adelante iniciativas de economía alternativa.
En el caso concreto de México, hay que reconocer que, a pesar de los ingentes recursos con que el Creador ha dotado a nuestra tierra, se está todavía muy lejos del ideal de justicia. Al lado de grandes riquezas y de estilos de vida semejantes y a veces superiores a los de países prósperos, se encuentran grandes mayorías desprovistas de elementales recursos de subsistencia.
La responsabilidad de estas situaciones se comparte entre las mismas naciones en desarrollo y las naciones desarrolladas «que no sienten el deber de ayudar a los países sin bienestar… (comparten responsabilidad) los mecanismos económicos, financieros y sociales que, aunque manejados por hombres, funcionan de modo automático» (SRS 16). A la búsqueda de un nuevo orden mundial, a los líderes de todo orden nos urge reflexionar y profundizar situaciones tan acuciantes.
Por nuestra parte, los que estamos bautizados y somos creyentes, sabemos además, que Jesucristo es el Acontecimiento Central de la historia de la humanidad y del mundo; decía un autor cristiano del siglo IV: “cuando encontré a Cristo me comprendí hombre”; y el Papa Juan Pablo II, muchas veces gritó al mundo: “en el Verbo Encarnado, el hombre es auténticamente hombre”. La Iglesia por su parte continúa la presencia de Cristo y como tal, cada uno de nosotros prolonga el Acontecimiento Cristiano.
Dios llama a transformar el mundo en cada época y la Confirmación hace responsable de ello. Cristo llama desde las necesidades de los pobres y necesitados. El está en todos ellos; en sus rostros se puede reconocer la voz y el rostro de Cristo. No se puede poner remedio eficaz, a tan lamentables estragos en la vida del hombre, sin volver la atención franca y sinceramente a los preceptos de Aquel que tiene palabras de vida eterna (Cfr Jn 6,70).
Durango, Dgo. 13 de enero del 2008.
Héctor González Martínez