Domingo VI ordinario; 16-II-2014 La nueva Ley
Jesús hijo de Sirá, escribió el libro llamado Eclesiástico o Sirácides, hacia el siglo III antes de Cristo, como una síntesis de tradiciones y enseñanzas sabias, con algo de escepticismo y contraste frente al conocimiento, las actitudes y los valores sancionados por los sabios de Israel.
“Si quieres, observarás los mandamientos; ser fiel dependerá de tu buena voluntad. Él ha puesto delante de ti, fuego y agua; extenderás tu mano a donde quieras. Ante los hombres están la vida y la muerte; a cada quien les será dado lo que guste. Pues grande es la sabiduría del Señor, Él es omnipotente y ve todo. Sus ojos están sobre los que lo temen, Él conoce toda acción de los hombres. Él no ha mandado a nadie ser impío y no ha dado a nadie permiso de pecar” (Sir 15,15-20).
El trozo constituye una solemne afirmación de la libertad humana. Es la libertad del hombre que explica el pecado. Elegir el querer divino es elegir la vida; oponerse es una elección de muerte. Para Ben Sirá la muerte acompaña a la naturaleza humana, pero resulta castigo para quien se opone a Dios.
Jesús no vino para abolir la ley, sino para llevarla a plenitud, a dar el “plus” que la supera en cuanto ley y la hace aceptar como elección interior. De hecho la justicia del fariseo se limita a la observancia de los artículos de la ley. La justicia del cristiano, antes que nada, no depende de la simple observancia de la ley, sino del hecho que los últimos tiempos se han cumplido en Jesús, y Jesús, el primero, ha obedecido las leyes religiosas en comunión con el Padre. Cristo establece un nuevo criterio de valoración moral. La intención personal.
El “plus” de la ley neo-testamentaria está en el corazón donde se decide la actitud más verdadera y radical; es ahí donde se necesita poner la atención y la elección; esta es la exigencia superior de la ley, el “plus” con que Cristo la lleva a cumplimiento y a perfección.
No basta no matar, es necesario no enfadarse (Mt 5, 21s). No basta no cometer adulterio, es necesario no desear las mujeres de otros (Mt 5, 27s). No basta lavarse las manos antes de comer, es necesario purificar el interior del hombre (Mc 7,1-23). No basta levantar monumentos a los profetas, es necesario no hacerlos callar, matándoles (Mt 23, 29ss). No basta decir, “Señor, Señor”, es necesario “hacer la voluntad del Padre que está en los cielos” (Mt7, 21). No basta decir palabras sin fin en la oración, es necesario tener fe en la bondad de Dios (Mt 6,7). No basta el sacrificio, no sirve de nada el acto de culto y la observancia de los preceptos menores, si no se ponen en primer lugar de la propia vida moral, la fe, la justicia y la misericordia (Mt 9,13; 12,7; 23,23).
La ley viene impuesta al hombre desde el exterior. Si Jesús se limitara sólo a espiritualizar la ley, su perfeccionamiento sería aparente e incompleto. Jesús apunta a la voluntad, al corazón.
La aportación nueva de Cristo es otra; si Jesús exige un “plus” que apunta a la voluntad y al corazón, la motivación está en aquello “pero yo les digo”. Quien impone es Cristo, dándonos Él primero el ejemplo: el amor a los enemigos, soportar los sufrimientos y la persecución son posibles a los cristianos porque lo solicita y ayuda el ejemplo que tenemos delante.
El cristiano no solamente obedece una ley, sino que se pone en el seguimiento de Cristo que lo precede y que resulta modelo, ley, instancia suprema, fuerza interior por el don del Espíritu (Mt 3,11), premio y amor beatificante. La nueva ley es un paso adelante en el amor, la fraternidad y la sinceridad.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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