Cristo enfrenta la muerte con libertad de Hijo
En este sexto domingo de Cuaresma, todo el empeño cuaresmal y de penitencia, se centra en el momento crucial del misterio de Cristo y de la vida cristiana, a saber: la cruz como obediencia al Padre y solidaridad con los hombres: el sufrimiento del Siervo del Señor inseparablemente unido a la gloria. El camino que Jesús emprende por reinar y salvar, contrasta con toda razonable expectativa, porque Él escoge con fuerza y riqueza, pero en debilidad y pobreza
El resumen de la celebración de hoy, nos viene de la monición introductoria a la procesión de los ramos: “Esta Asamblea litúrgica es preludio o anticipo a la Pascua del Señor: Jesús entra en Jerusalén para dar cumplimiento al misterio de su muerte y resurrección. Pidamos la gracia de seguirlo hasta la cruz para ser partícipes de su Resurrección”
Las tres narraciones de los evangelios sinópticos arrancan de una interrogación común: dado que Cristo ha resucitado, ¿qué sentido tienen su pasión y su muerte? Una relectura de las Escrituras nos da la respuesta, haciéndonos entender que tanto la pasión como la resurrección, en todas sus modalidades son parte del Plan Salvífico de Dios.
No estamos pues, frente a una simple narración de hechos, sino ante una interpretación y anuncio en sentido salvífico, como Evangelio del evento de la cruz. Aunque la interpretación no es uniforme, sino que presenta en cada evangelista particulares acentuaciones.
En S. Mateo, Cristo no es arrastrado por los acontecimientos, sino que se presenta como Señor; pues tiene el poder de pedir doce legiones de ángeles, pero renuncia al uso de su poder; no opone violencia a violencia; y escoge el camino de la humildad, esto es de las Escrituras, reconociendo en este camino la voluntad del Padre.
Solo después de haber recorrido el camino de la humildad, aparecerá sobre las nubes del cielo, dotado de todo poder en el cielo y sobre la tierra. En la línea de las Escrituras, aparece también, cómo durante la Pasión, en Getsemaní, el Reino está presente sólo en Jesús. El discípulo y la Iglesia, deben vivir la misma experiencia de pasión y de muerte, según el sentido del contexto “vigilen conmigo” Mt 26, 38.
Meditemos un poco en esta onda y estrujante lección de nuestro Redentor.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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