Lo que Dios espera en cuanto a las relaciones sexuales durante el noviazgo
Actualmente el noviazgo se caracteriza por una mayor libertad e independencia de criterio a la hora de elegir pareja. A la vez la relación hombre-mujer en el matrimonio se va alejando de los patrones tradicionales. Pero siempre será el tiempo de conocerse recíprocamente: en el carácter, sentimientos, gustos, aficiones, ideales de vida, religiosidad, exigencias para un compromiso conyugal, etc. Puede ser también una excelente escuela de formación de la voluntad, que combate el egoísmo, fomenta la generosidad y el respeto, estimula la reflexión y el sentido de responsabilidad.
La Iglesia en su doctrina sobre el noviazgo, lo presenta como una preparación a la vida en pareja, que debe ir presentando el matrimonio como una relación interpersonal del hombre y de la mujer a desarrollarse continuamente; debe también estimular a profundizar en los problemas de la sexualidad conyugal y de la paternidad responsable, con los conocimientos médico-biológicos que están en conexión con ella, y los encamine a la familiaridad con rectos métodos de educación de los hijos; debe orientarlos en la conciencia de adquirir elementos de base para una ordenada conducción de la familia en todos los aspectos: trabajo estable, suficiente disponibilidad financiera, sabia administración, nociones de economía doméstica, etc. (Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 66).
En cuanto a las relaciones sexuales durante el noviazgo, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), afirma que “hay quienes postulan hoy una especie de “unión a prueba” cuando existe intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones. La unión carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la “prueba”. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí” (n° 2391)
Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado (Religiosas/os, sacerdotes), manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia (capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual),
Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad (CIC Nums. 2348-2350)
Durango, Dgo., 20 de Julio del 2014.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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