Más sobre el perdón
En el Libro del Levítico, la ley del talión o de la estricta justicia, se aplica por igual al extranjero y al nativo; y decía: “el que hiera a su prójimo, será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; recibirá la misma herida que hizo él” (Lv 24, 19-20).
Pero la Revelación avanza y en el libro del Síracide muestra evolución de la humanidad y de sus relaciones trascendentales: “perdona a tu prójimo la ofensa; así, por tu oración te serán perdonados los pecados… Si alguno conserva la cólera hacia otro hombre: ¿cómo osará pedir al Señor la curación?”. Aquí encontramos una verdadera anticipación sobre la doctrina del Padre Nuestro y de las Bienaventuranzas. Esta doctrina se funda en la convicción de que todos necesitamos ser perdonados.
El judaísmo pues, conocía ya el deber del “perdón de las ofensas”. Pero se trataba de un avance sólo rellenando tarifas precisas: pues, la mezquindad humana siempre busca una medida, una norma que le satisfaga: perdonar, sí; pero ¿cuántas veces? Los rabinos, para subrayar la liberalidad de Dios, decían que Él perdona tres veces; las diversas escuelas judías exigían a sus discípulos perdonar un cierto número de veces a la esposa, a los hijos, a los hermanos, etc. y, este tarifario, variaba de escuela a escuela. Se explica pues, que Pedro pregunte a Jesús, cuál sea su tarifa; “Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano, si peca contra mí?, ¿hasta siete veces? Jesús le responde: “hasta setenta veces siete”, es decir: es necesario perdonar siempre.
La parábola de S. Mateo, hoy, da razón de este deber de perdonar sin límites. El fondo de la parábola es que Dios perdona siempre y gratuitamente el pecado a quien le pide perdón, mostrando una benevolencia absolutamente desinteresada. En consecuencia de esta experiencia del perdón de Dios el cristiano debe aprender a perdonar a sus hermanos, sea porque estas ofensas son nada ante la gravedad del pecado, sea porque él primero ya ha gozado del perdón de Dios.
Este perdón cristiano puede cambiar el rostro de la historia, pues este perdón de las ofensas y el amor hacia los enemigos, constituye una de las características más vistosas y más nuevas de la moral evangélica. Pero, suele suceder, que cuanto más grande es la exigencia y alta es la meta indicada, tanto más mezquina y pobre es la realización en la vida práctica. Debemos preguntarnos: ¿Cuánto ha influido esta doctrina evangélica en la vida y en el comportamiento práctico de los cristianos?
Hay que decir, que ciertamente, a lo largo de la historia de la Iglesia, muchos cristianos han tomado en serio la palabra de Jesús: la historia de los santos, está llena de ejemplos sublimes de amor y de gestos heroicos de perdón y de reconciliación. Pero, si hoy se habla cada vez más, de paz, de desarme, de solución pacífica de los conflictos matrimoniales, nacionales o internacionales, más aún de cooperación y ayuda mutua a los pueblos en vías de desarrollo: es necesario reconocer, que muchos cristianos han contribuido a la difusión y a la maduración de estos ideales del Cristianismo. El Evangelio ha mostrado una importancia capital en la educación de los pueblos de Occidente y muchas ideas, instancias y estímulos positivos, nacieron de culturas de matriz cristiana y fuertemente marcada de espíritu evangélico. Pero, también la historia de los pueblos, aún cristianos, está llena de ejemplos negativos: guerras de religión, conquistas coloniales, venganzas, injusticias; y hoy, el imperialismo económico, el aprovechamiento del tercer mundo, la industria de la guerra y de la muerte. Es enorme, la responsabilidad de los cristianos ante el Evangelio, y ante la humanidad, aún no iluminados por la luz de la fe. Los antitestimonios desmienten en los hechos todo esfuerzo de evangelización, y comprometen la misma credibilidad del Evangelio. Así pues, todo esto, nos desafíe y nos estimule como católicos mexicanos.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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