Jesús médico de cuerpos y almas
La Pastoral de la Salud celebró, del 20 al 24 de octubre, el Encuentro Nacional de agentes en la Arquidiócesis de Yucatán (Mérida): “La comunidad católica generadora de salud, acción y misión”. El curso tuvo el objetivo de afianzar la formación de los agentes en torno a la fuente y culmen de la salud que es Jesús.
Revisamos la realidad de la salud en México; reflexionamos sobre la misión de la Iglesia en el campo de la salud: Evangelización y pastoral de la salud; pastoral orgánica y pastoral de la salud; criterios teológicos para una correcta organización de la pastoral de la salud; la parroquia fuente de salud; pastoral de la salud en hospitales, asilos, dispensarios y estructuras sociales de salud; aplicación práctica de las dimensiones de la pastoral de la salud (anuncio-celebración-fraternidad-solidaridad); bases de formación y espiritualidad de los agentes de pastoral de la salud.
El primero que aplica a Cristo el título de médico es Ignacio de Antioquía: “No hay más que un solo médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios venido en carne, en la muerte vida verdadera, Hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible, Jesucristo nuestro Señor” (Ad Eph 7,2). Clemente de Alejandría lo llama “médico integral”; Cirilo de Jerusalén “médico de almas y cuerpos”.
Los cristianos de los primeros siglos, reproduciendo la imagen de Cristo-Médico, eran llamados “terapeutas” y las comunidades se presentaban como lugares de curación y salvación. La fuerza de atracción del movimiento cristiano que se difundió, por toda el área mediterránea, pese a las persecuciones dramáticas que hubo de afrontar, se debía a la dimensión terapéutica de su apostolado.
En tiempos de Jesús, obviamente, no existían los actuales conocimientos científicos acerca de las enfermedades y los microorganismos que las pueden causar, no existía una descripción teórica adecuada de los males psicológicos. Tampoco eran conocidas intervenciones quirúrgicas significativas, exceptuando la circuncisión (carácter más socio-religioso que terapéutico). Las normas de higiene eran bien rudimentarias, al igual que las medicinas y los cuidados médicos, que a menudo se reducían a dietas (Lc 8,55), ungüentos y cataplasmas (Is 1,6;38,21), colirios (Ap 3,18) y baños terapéuticos (Jn 5,4). No obstante, existía una cierta observación de la experiencia que daba origen a una especie de medicina práctica. Los evangelios describen discapacidades físicas como la parálisis (Hech 5,5-10), la sordera y la mudez (Mc 7, 31-37) la epilepsia (Lc 9,38), la hidropesía (Lc 14,2), las hemorragias (Mt 9,20-22).
La actividad curativa de Jesús es una de las paginas mejor atestiguadas del Nuevo Testamento: “Jesús recorría toda Galilea… predicando el Evangelio de reino y curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria. Le traían todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y sufrimientos, endemoniados, lunáticos y paralíticos y los curaba” (Mt 4,23-24). A quien le reprochaba que compartiera su mesa con pecadores, Jesús respondía: “No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos… No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13).
Son innumerables los relatos de curación de los evangelios. Jesús sana a la suegra de Pedro de la fiebre que la atormentaba: “Él la agarró de la mano y desapareció la fiebre” (Mt 8,14-15); cura al paralítico, a quien también perdona los pecados (Mt 9,1-8); restituye la salud a una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años (Mt 9,20-22); devuelve la vista a los ciegos (Mt 9,27-31); el caso del joven ciego de nacimiento, quien es curado por Jesús (Jn 9,1-41); restituye la palabra y el oído a un sordomudo (Mc 7,31-37) y el uso de la articulación a un hombre que tenía la mano seca (Mt 12, 9-14); sana a un epiléptico (Mt 17,14-21), a un hidrópico (Lc 14,1-6) y a una mujer encorvada, enferma desde hacía dieciocho años (Lc 13,10-17).
En una ocasión fue el mismo Jesús quien se hizo presente en persona ante un enfermo crónico, abandonado por todos desde hacía treinta y ocho años. Jesús entró en la piscina Betesda bajo cuyos pórticos yacía un gran número de enfermos, ciegos, cojos, y paralíticos (Jn 5,3). En ciertos momentos descendía un ángel a la piscina y agitaba el agua; el primero que accedía a esta tras el movimiento del agua quedaba curado de cualquier enfermedad de la que estuviera aquejado: “Había allí un hombre, enfermo hacía ya treinta y ocho años. Jesús lo vio echado y, sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres curarte? El enfermo le respondió: Señor no tengo a nadie que, al agitarse el agua, me meta en la piscina; y, en lo que yo voy, otro baja antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda. En aquel mismo instante el hombre quedó curado, tomo la camilla y comenzó a andar. Aquel dia era sábado” (Jn 5,5-9). La piscina, con su agua de manantial fresca y abundante, tenía un poder de regenerados para la salud. Jesús toma la iniciativa ¿Quieres curarte? (Jn 5,6).
En este paralítico podemos vislumbrar a la humanidad expuesta a la extrema marginación de la enfermedad y la soledad. El paralítico ve cada día a los otros enfermos, que vienen acompañados y son introducidos dentro del agua con el fin de obtener la curación. El, mientras tanto, queda solo e inmóvil. Nadie se ocupa de él.
Las grandes ciudades y sus muchedumbres anónimas esconden dramas silenciosos de marginación y soledad. Jesús se hace el encontradizo con todos, ofreciendo de varios modos su agua de vida; con la palabra del evangelio, con su presencia eucarística en la comunidad eclesial, con la acogida, la ayuda y la solidaridad de hombres buenos y virtuosos. Es este un extraordinario antídoto contra la soledad y la marginación de pobres, enfermos, ancianos.
Durango, Dgo., 26 de Octubre del 2014
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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