Jesús se acerca a los enfermos que viven en una situación límite, a quienes experimentan su mal como algo irremediable, los acoge, los toca y los cura
El próximo día 11 de febrero celebramos la Jornada Mundial del Enfermo en la que el Papa Francisco se dirige a “vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario”. Nos hace una invitación de acercarnos al enfermo, con “una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios”. Jesús es el modelo a seguir.
Uno de los datos que, con mayor garantía histórica, podemos afirmar de Jesús es su cercanía y atención preferente a los enfermos: los leprosos, los tarados, los desvalidos, los locos, hombres y mujeres incapaces de abrirse camino en la vida. Cuando entra en una ciudad o en una aldea, su mundo preferido es ese submundo de enfermos a los que se les niega la dignidad y los derechos mínimos sin los cuales la vida no puede ser considerada humana.
En la sociedad judía la enfermedad no es solo un problema biológico. El enfermo es un hombre al que le está abandonando el rúaj, ese aliento vital con que el mismo Dios sostiene a cada persona; es un ser amenazado en su misma raíz, alguien que va cayendo en el olvido de Dios. Él vive su enfermedad como una experiencia de impotencia, de desamparo, de abandono y rechazo de Dios. Toda enfermedad es vergonzosa, pues es considerada signo y consecuencia del pecado, es castigo o maldición de Dios y el enfermo, un hombre “herido por Yahvé”. Abandonados por Dios y por los hombres, los enfermos son el sector más desamparado y despreciado en la sociedad judía.
Jesús encuentra a los enfermos tirados por los caminos, en las afueras de los pueblos. Jerusalén se había convertido en “un gran centro de mendacidad”. Son enfermos que no centan con asistencia médica; incapacitados para ganarse el sustento, arrastran su vida en la miseria y el hambre. La inmensa mayoría son incurables: enfermos mentales, incapaces de ser dueños de sí mismos, a los que no solo ha abandonado el espíritu de Dios, sino que están poseídos y dominados por espíritus malignos. Otros, contagiosos, excluidos de la convivencia y obligados a alejarse de las poblaciones por su peligrosidad social. Hombres y mujeres sin hogar y sin futuro.
A estas personas se acerca Jesús: a los que no tienen sitio en el mundo; a los que día a día se topan con las barreras que los separan y excluyen de la convivencia; a los humillados, los condenados a la inseguridad, el miedo, la soledad y el vacío; a los enfermos que viven en una situación límite; a los que experimentan su mal como algo irremediable. A ellos se acerca Jesús, los acoge, los toca y los cura.
Cómo actúa Jesús ante los enfermos. No le mueve ningún interés económico o lucrativo. Su entrega es totalmente gratuita como ha de serlo la de sus seguidores: “Id proclamando que el reinado de Dios está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,7-8).
No actúa tampoco movido por un deber profesional. Jesús no es médico, ni curandero de oficio. Tampoco se trata de un servicio religioso como el del sacerdote judío, obligado a realizar a los enfermos las purificaciones prescritas o las técnicas curativas que se acostumbraban en algunos santuarios y que se nos narran en los relatos helénicos de milagros.
No mueve tampoco a Jesús un interés proselitista, buscar la integración de un nuevo miembro en el grupo de seguidores. Aunque esto sucede en diversas ocasiones (Lc 8,1-3; Jn 5,2-18; 9,1-41), Jesús es capaz de decir al curado en Gerasa que le pide seguir con él: “Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo” (Mc 5,19).
Jesús actúa movido por su amor entrañable a estos seres desvalidos y por su pasión liberadora por arrancarlos del poder desintegrador del mal. Es la misericordia la que lo impulsa (Mc 1,41). Así, hace palpable así la cercanía misericordiosa de Dios. Sus gestos encarnan, hacen realidad el amor del Padre hacia estos seres pequeños y desvalidos. Él es signo de que Dios no abandona a los enfermos. Es cierto lo que proclama: “Si yo arrojo los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reinado de Dios” (Mt 12,28). Dios está cerca. No están perdidos. Su situación no representa lo definitivo de la existencia. Sus vidas quedan abiertas a la esperanza.
Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada y aniquilada. Y es a partir de su acción liberadora y recreadora en medio de este mundo enfermo desde donde anuncia el reinado de Dios. El servicio liberador a ese hombre enfermo, humillado, excluido y destinado al fracaso es el lugar desde el que se puede anunciar a la sociedad entera la gracia salvadora de Dios, amigo del hombre y amigo de la vida.
Oh María, intercede como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón
Durango, Dgo., 8 de febrero del 2015.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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