La primera oleada de misioneros
La Reina Isabel la Católica expresó en su testamento su: “absoluto deseo de…realizar todos los esfuerzos posibles para impulsar a los pueblos de aquellos nuevos países a convertirse a nuestra santa religión, enviarles sacerdotes, religiosos, prelados y otras personalidades instruidas y creyentes en Dios, para educarlos en las verdades de la Fe y mostrarles las maneras y costumbres de la vida cristiana”.
En septiembre de 1522, Carlos V empezó a cumplir la voluntad de su abuela Isabel la Católica, saliendo de su convento de Gante, Bélgica, los tres primeros franciscanos: Juan Tecto, Juan de Aora y Pedro de Gante. En tres meses cruzaron el Atlántico y en diez días llegaron de Veracruz a Tenochtitlán. Fueron hospedados en Texcoco, donde a la sombra del primer convento franciscano, levantaron la primera escuela del nuevo mundo, de la cual, aún podemos admirar sus viejas paredes.
Los dos primeros, duraron poco en Texcoco; luego acompañaron a Cortés en sus expediciones, en las que murieron por el trabajo y las malpasadas.
Fray Pedro de Gante, pariente del Emperador, describe su actividad en Texcoco: “quedé yo sólo y permanecí en estas regiones con otros frailes venidos de España… Estamos repartidos en nueve conventos…, separados unos de otros siete, diez o cincuenta leguas… Mi oficio es predicar y enseñar día y noche. En el día enseño a leer, escribir y cantar; en la noche leo doctrina cristiana y predico… Por ser la tierra grandísima, poblada de infinita gente, y los frailes que predican pocos,… recogimos en nuestras casas a los hijos de los señores principales para instruirlos en la Fe católica, y que después enseñen a sus padres. Aprendieron estos muchachos a leer y a escribir, cantar y predicar, y celebrar el oficio divino a uso de la Iglesia. De ellos tengo a mi cargo en esta ciudad de México al pié de quinientos o más, porque es cabeza de la tierra. He escogido unos cincuenta de los más avisados, y cada semana les enseño aparte lo que toca hacer o predicar el domingo siguiente, lo cual no me es corto trabajo, atento día y noche a este negocio, para componerles y concordarles sus sermones. Los domingos salen estos muchachos a predicar por la ciudad y toda la comarca, a cuatro, ocho, diez o veinte leguas, anunciando la Fe Católica, y preparando con su doctrina a la gente para recibir el Bautismo. Nosotros con ellos vamos a la redonda destruyendo ídolos y templos por una parte, mientras ellos hacen lo mismo en otra, y levantamos iglesias al verdadero Dios…..”.
El franciscano Fray Pedro de Gante, pariente cercano del Emperador Carlos V y enviado por él a México, a donde llegó a fines de 1522 y en donde murió en el año de 1572, nos dejó un gran ejemplo de misionero, edificante, atractivo y desafiante para nosotros, aún en la actualidad y después de Aparecida, ante el desafío de la Nueva Evangelización.
De él decía Fray Juan de Zumarraga, primer Arzobispo de México: “no soy yo el que gobierna, sino Fray Pedro de Gante”.
Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito de Durango
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