Los Niños son la Gran Esperanza de la Iglesia
Los Niños ocupan un lugar privilegiado en el Corazón de Jesucristo: para Cristo un niño es el modelo de cómo debemos ser para entrar al Reino de Dios; Él le dice a sus apóstoles “dejen que los niños se acerquen a mí…” (Mt. 19, 14), también nos dice cuidado con tratar mal a uno de estos porque sus Ángeles ven continuamente el rostro de Dios (cfr. Mt. 18, 10). Es decir, los niños son amados por Dios, son sus hijos predilectos, son una bendición, jamás una carga, jamás un motivo de tristeza, jamás algo que arruina la vida. Cada uno de nosotros estamos llamados a tener un corazón semejante al de Cristo, por eso hemos de cuestionarnos hoy ¿cómo tratamos a los niños? Empezando por los de nuestra casa, nuestra familia, nuestra entorno. Hemos de valorar el aprender siempre de ellos y custodiar su inocencia, su capacidad de perdón, su capacidad de amar. Démosle a los niños un lugar privilegiado: Que nuestro mejor esfuerzo como adultos sea brindarles una adecuada e integral educación, nunca verlos como una carga, sino como una bendición que alegra nuestro mundo. Somos responsables su felicidad. Seamos capaces de defenderlos desde su concepción, ya que desde entonces un nuevo ser viene a alegrarnos la vida. Que nuestra actitud hacia los niños sea de valoración y delicadeza, confiando en ellos, a fin de que ellos aprendan a confiar en sí mismos y, a su vez, a darse generosa y sanamente a los demás. Más aún, escuchemos a Jesús que nos convoca a hacernos como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos (cfr. Mt 18, 3): efectivamente, no somos dueños de nosotros mismos ni dueños de la vida de los demás; somos hijos a quienes Dios ama con ternura de Padre. Cultivemos la infancia espiritual, o sea la gratitud a Dios, de Quien hemos recibido lo que somos y tenemos. FELICIDADES Y GRANDES Y ABUNDANTES BENDICIONES A TODOS NUESTROS NIÑOS Y NIÑAS DE LA ARQUIDIÓCESIS.
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