Proceso electoral
Estando aún en tiempo pascual, seguido de la Ascensión y de Pentecostés, es oportuno tratar realidades electorales, en que el cristiano debe participar activa y responsablemente, como fermento para influir y transformar la sociedad en el Reinado de Dios, desde aquí abajo.
En la Vigilia Pascual del Sábado Santo por la noche, después de encender y bendecir el fuego, bendijimos el Cirio Pascual, incidiendo con un punzón las letras grabadas “Cristo ayer y hoy, Principio y fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.” Con estas palabras de Isaías y del Apocalipsis, en la obscuridad de la noche pascual, la Iglesia proclama al mismo tiempo al Verbo Creador en el Génesis y al Verbo Encarnado en la historia.
Con estas convicciones hemos entrado de lleno en la historia salvífica de aquella noche en que Dios pasó con su ala protectora para salvar a su pueblo y conducirlo fuera de Egipto. El Señor recorre el país de Egipto matando a todos sus primogénitos, pero pasa sin hacer daño en las casas de los israelitas. En la solemnidad de nuestra noche de Pascua, se volvieron a concentrar los hechos portentosas de Dios, en toda la historia salvífica, desde antiguo hasta el presente, cuando finalmente Cristo le dé el último toque, transformando definitivamente su obra salvífica en realidad perfecta.
En la Constitución Conciliar del Vaticano II, la Iglesia enseña que “esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Muerte y Resurrección de entre los muertos y su gloriosa Ascensión” (SC, 5). El Evangelio de Juan coloca la muerte de Jesús en la hora precisa en que en el templo se estaba inmolando el cordero pascual, diciendo con elocuencia que “no le fracturaron ningún hueso”, conforme al Éxodo (12, 46); en el Apocalipsis, Cristo es presentado como redentor y señor de la historia en figura de cordero, que está entado en el trono “como inmolado” (5, 6).
Pero toda esta obra pascual no procede solamente de arriba; también es tarea nuestra, para transformar esta tierra de esclavitudes en sociedad de hombres libres por la Pascua que celebramos litúrgicamente. La espiritualidad cristiana, necesita poner en acto la Pascua que libera, para una humanidad nueva. No basta celebrar los ritos litúrgicos al interior de nuestros templos. El alcance de nuestras celebraciones, ha de tocar las realidades de todos los tiempos, incluidos los nuestros.
Desde el interior de nuestras celebraciones, han de suscitarse cambios en nuestras conciencias. Y, desde ahí, el “Cristo ayer y hoy, Principio y fin, Alfa y omega”, sea nuestra tarea para formar el Cristo cósmico, que con sus misterios, sea también impulso y motor de nuestro actuar hoy; que, como hombres nuevos nos sintamos creadores de la historia y constructores de una nueva humanidad.
Concretamente: para que “Cristo ayer y hoy, alfa y omega, principio y fin”, sean una realidad en la sociedad, se requiere que el domingo 7 de junio, todos consideremos la jornada electoral como una fiesta cívica; que se conserve el ambiente de respeto que se nota; que nadie introduzca juegos o maniobras sucias; que todos ejerzamos el derecho a participar en la construcción de la sociedad civil; que nadie se abstenga de votar; que todos votemos con seriedad y en conciencia; que nadie compre conciencias ajenas; que nadie compre o venda su voto.
Nuestra participación en las celebraciones pascuales rejuvenezca nuestras energías cristianas en beneficio de nuestra sociedad mexicana, tan urgida de sangre nueva y de corazones nuevos. Conmemorando el paso de la muerte de cruz a la vida de la resurrección, se renueve y se rejuvenezca en nosotros el portento de Yahvé-Dios con nuestros antiguos padres. Que por Cristo y en Cristo, seamos arrancados cada vez más enérgicamente de nuestras cadenas y guiados en la libertad de los hijos de Dios.
Definitivamente, nuestra vida cristiana debe orientarse conforme a nuestras raíces cristianas, referidas en los primeros renglones de esta página. Sólo así, por nuestro medio se repetirá en nuestro derredor, la aparición de una nueva tierra y de un nuevo cielo, donde florezcan los valores del Reino que Cristo nos mereció con sus misterios de Pasión, Muerte y Resurrección. Viviendo esta espiritualidad pascual, podremos vivir una espiritualidad de Éxodo, del Cordero inmolado, de Bautismo y de serio seguimiento de Cristo.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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