Juan Pablo II en México
Celebrando hoy la gran fiesta cristiana de Pentecostés, recordemos el tercer Mensaje de San Juan Pablo II en su visita a Durango el 9 de mayo de 1990, en el Centro de Readaptación Social CERESO. El Santo Padre, dirigió un sentido y hermoso mensaje desde el CERESO de Durango:
“Mi venida hoy, dijo, se ensancha gozosamente en mi pensamiento y en mi deseo para abarcar con un mismo abrazo a todos los hermanos y hermanas presos del país, tanto en el Continente como en las Islas Marías. A estos últimos, y a sus familiares que están con ellos, quiero agradecerles profundamente su invitación a visitarles allí, avalada con más de 2000 firmas. ¡Muchas gracias por el gran afecto que habéis demostrado profesar a mi persona como Sucesor de Pedro y por vuestras oraciones al Señor y a su Madre Santísima”.
“¡Cuánto me hubiera gustado poder encontrar personalmente a todos y cada uno de vosotros! Pero, ante la imposibilidad de hacerlo físicamente, quiero aseguraros que os tengo presentes en mi mente y en mi corazón y que siento muy dentro de mí el eco fiel de vuestros anhelos y esperanzas, a la vez que comparto sinceramente en mi ánimo vuestras tristezas y desilusiones”.
“Os repito ahora las palabras que el mismo Señor nos dejó dichas en su Evangelio: Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os dará descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).
“¡Sí! Cristo y no otro, es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) que da sentido y contenido a nuestra existencia. Lejos de Él, queridos hermanos y hermanas, no hay verdadera paz, ni serenidad, ni auténtica y definitiva liberación, pues únicamente la gracia del Señor puede liberarnos de esa esclavitud radical que es el pecado, su palabra y su verdad nos hacen libres (Jn 8, 32). Os anuncio pues, con gozo esa esperanza en la libertad que debéis desear por encima de cualquiera otra: lo que san Pablo llama “la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21)”.
“La peor de las prisiones, sería un corazón cerrado y endurecido. Y el peor de los males, la desesperación. Os deseo la esperanza. La pido y la seguiré pidiendo al Señor para todos vosotros: la esperanza de volver a ocupar un lugar normal en la sociedad, de encontrar de nuevo la vida y, ya desde ahora de vivir dignamente, porque el Señor nunca pierde la esperanza en sus criaturas”.
“También para vosotros, hermanos y hermanas de México, pido y seguiré pidiendo al Señor que os conceda un juicio justo, humano y expedito; que sean siempre respetados vuestros legítimos derechos a la educación, a la salud, a profesar vuestra fe religiosa, a un salario justo para quienes desempeñáis un trabajo remunerable”.
“En mi preocupación por vosotros, como hijos de la Iglesia, os deseo un espíritu fuerte y noble, que os incline y ayude, con la gracia divina, a perdonar de corazón a los que os hayan causado algún mal, así como también vosotros, delante de Dios Padre, podéis esperar el perdón de aquellos a quienes habéis causado algún daño. Es genuinamente cristiano saber pedir perdón y estar dispuestos a resarcir, en la medida de lo posible, el mal causado”.
“En esta ocasión, deseo saludar también al personal de los centros de readaptación social; a vuestros “custodios”, como vosotros los llamáis. Pido a Dios que ellos sepan hacer de su profesión un servicio al hermano que sufre, Así mismo, a las autoridades civiles penitenciarias de la Federación, de los Estados y de la Islas Marías les agradezco las facilidades que prestan a los agentes de la Pastoral Penitenciaria, para que puedan llevar a cabo sus actividades. Que el Señor les ilumine a la hora de aplicar las leyes con justicia y equidad, en orden a conseguir una mejor reinserción social de todas las personas puestas bajo su cuidado”.
“Dios quiera que mi visita pastoral les haga sentir de modo más vivo que sois parte integrante de vuestra gran patria mexicana y cristiana. Que este tiempo de privación de vuestra libertad no debilite los lazos que os unen con vuestras familias y con vuestros conciudadanos, sino que estimule en vosotros el deseo de contribuir más eficazmente en la construcción de un país más laborioso, justo y fraterno”.
“A todos los bendigo de corazón en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.
A distancia de 25 años y ahora desde el cielo, nos bendiga el Papa Juan Pablo II, el Grande.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito de Durango
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!