San Juan Pablo II en Durango

            Sr.-Arzobispo-288x300El cuarto y último Mensaje de San Juan Pablo II durante su visita a Durango, el 9 de mayo de 1990 fue en la Plaza de la Soriana, en la Ordenación Sacerdotal de 100 Sacerdotes mexicanos.

            Saludó  diciendo: “Sed bienvenidos, amadísimos hermanos y hermanas, a esta Celebración Eucarística que llena de gozo a la Iglesia entera porque un grupo tan numeroso de hijos de México van a ser ordenados sacerdotes para servir al pueblo de Dios. Con palabras del salmista os invito a todos a expresar vuestra gratitud al Señor, pero especialmente los que váis a recibir el Sacramento del Orden: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88, 7; cfr Is. 63,7)”.

            “Amadísimos en el Señor, la vocación sacerdotal es un don incomparable para toda la Iglesia, y vosotros habéis sido elegidos para ser, en la comunidad eclesial, signo personal y sacramental de la presencia, de la acción salvífica y del amor del Buen Pastor, “para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12)”.

            “Con palabras de S. Pablo, también yo “os exhorto a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados” (Ef 4,1). Esta elección es para siempre. Es una opción de amor, fuente de vuestra alegría y de vuestra santidad. Me uno pues, a vuestro gozo, que es también el gozo de todo el pueblo de Dios, porque sóis amados y elegidos para siempre”.

            “El don del sacerdocio es una opción por el amor: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros” (Jn 15, 9), dice el Señor. El amor que os tiene Cristo arranca del amor eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso se manifiesta con una máxima expresión: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13)”.

            “Las palabras que Jesús pronunció en la Última Cena se cumplen también ahora mismo entre nosotros. Porque es el mismo Jesús que nos dice con amor: “Vosotros sóis mis amigos, si hacéis lo que os mando” (Jn 15, 14)”.

            “Acoged pues, queridos hijos y hermanos, esta llamada, que es una declaración de amistad profunda y eterna. Sois sus amigos, confidentes suyos, hechos partícipes de su misterio, con el fin de prolongar su nombre, “in persona Christi”, su misma misión. Por esto se os puede llamar a cada uno, en cierto modo, “alter Christus”. No olvidéis nunca el origen de este amor, de donde procede la llamada y la misma existencia sacerdotal, que es vocación para servir a ejemplo de Cristo”.

            “El don del sacerdocio es iniciativa del Señor. “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn,16). Efectivamente, Jesús “llamó a los que él quiso” (Mc 3,13); y él sabe muy bien a quiénes y por qué los ha elegido (cfr Jn 13,10). Si la vocación, la consagración y la misión sacerdotal, en todos sus grados, son un don suyo, ello significa que hay que pedir y recibir el don como es. ¿Y cómo es el don que el Señor os ofrece a vosotros?

“El don del Sacerdocio nos hace partícipes del mismo ser o consagración, de la misma misión y de la misma vida de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor. Así mismo, el don que recibís es exigente, como lo es el amor con que Cristo os lo concede. En la entrega sacerdotal no puede haber regateos ni ahorro de esfuerzos. Estáis llamados a la santidad y al apostolado con el ardor y dedicación de los mismos Apóstoles”.

            “Como pastor de la grey de Cristo, el sacerdote no puede olvidar que su Maestro llegó a dar la propis vida por amor. A la luz de este ejemplo, el sacerdote sabe que no es dueño de sí mismo, sino que se debe dar a todos, aceptando cualquier sacrificio vinculado con el Amor”.

            Hoy, a 25 años de la presencia personal de san Juan Pablo II en Durango, sus motivaciones siguen siendo hermosas, frescas y estimulantes para todo ministro ordenado; sin duda que estas orientaciones siguen motivando a todos los ungidos y consagrados de nuestra Arquidiócesis. Desde mi observatorio, presidido por una hermosa imagen de Cristo-Señor, elevo mi pensamiento y mi plegaria por los 14 ordenados en aquella ocasión para nuestra Arquidiócesis, incluyendo a los que han muerto o han tomado otros derroteros.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito de Durango

 

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