La reacción tepehuana
Las Misiones de la Iglesia, en la Provincia de la Nueva Vizcaya, hoy Diócesis y Estado de Durango, fueron al mismo tiempo tareas evangelizadoras, culturales y civilizadoras; es decir, tomando a las personas y a los pueblos en el punto evolutivo en donde se encontraban y promoviéndolas en un abanico de dimensiones que podemos llamar Promoción Humana Integral.
Sin embargo, los grupos étnicos que poblaban la Nueva Vizcaya, desde Culiacán hasta el Golfo de México y desde Guadiana hasta Nuevo México, por milenios estuvieron sometidos al dominio de brujos y hechiceros. Por ello, brotaron diversas rebeliones indígenas, en distintas latitudes de la muy extensa Provincia de la Nueva Vizcaya.
La reacción rebelde más extensa y prolongada fue la de los tepehuanes. Cuando todo parecía que avanzaba y que se profundizaba, por varios años un indígena llamado Quatlatas, originario de Tenerapa, se sintió iluminado y enviado por un ídolo que tenía y que le hablaba; sintiéndose escogido por Dios, para liberar a los tepehuanos y a los demás grupos que se adhirieran; “que a los que no se adhirieran, se abriría la tierra y se los tragaría”; con esto los indígenas creyeron lo que el indio les decía y empezaron a tomar las armas.
Quatlatas pregonaba que había que expulsar la nueva religión, que los entretenía concentrados, sin libertad; que había que matar a los españoles y Misioneros, que su dios lo pedía, prometiendo que quienes murieran en esa lucha pronto resucitarían. Por ello, al levantarse en armas contra la nueva religión, en odio a la fe, los tepehuanos profanaban misioneros, templos e imágenes; todo en desprecio y odio a la fe.
El alzamiento de los tepehuanos y de los confederados, conmovió y afectó a la Provincia de la Nueva Vizcaya y a la Nueva España. Los primeros golpes fueron rápidos y certeros. Entre los días del 15 al 21 de noviembre de 1616, mataron cruelmente ocho Misioneros jesuitas, un domínico, un franciscano y un joven acompañante de un jesuita. Fue una verdadera persecución religiosa, contra la religión católica, su culto, sus sacramentos y los practicantes: los misioneros, familias españolas con sus servidores negros y mulatos, indígenas cristianos antiguos y nuevos, quienes no aceptaron al ídolo ni hicieron caso de las amenazas, prefiriendo morir a manos de sus compañeros indígenas y rebeldes, pero conservando su fe.
Averiguaciones quedó clara constancia, que el motivo era la “mudanza de religión”; por el aborrecimiento que tenían a los Misioneros, “porque los adoctrinaban y convertían de la gentilidad y falso culto de dioses, a la verdadera fe”; apareciéndoseles el demonio, a veces en forma de ángel de luz, a veces arrimado a una cruz, y otras veces vestido de colorado. Por otra parte, alguien de las minas de Guanaceví, ofreció una nueva Imagen de la Inmaculada, y los Padres creyeron oportuno bendecirla el 21 de noviembre, en S. Ignacio del Zape, centro natural de las Misiones tepehuanas, invitando a fieles y misioneros. Y los indígenas confabulados, consideraron que el lugar y la fecha, facilitaban sus planes, pues tomaba a todos juntos y desprevenidos, y empezaron a organizarse.
Estas muertes de Misioneros y de cristianos fieles a su fe, despertaron inmediatamente la determinación de investigar las raíces de este cambio tan radical e inesperado de los indígenas. Los testimonios principales fueron tres Procesos Eclesiásticos, Autos y Testimonios Civiles, que concluyeron en lo arriba dicho. Los contemporáneos de la persecución, consideraron a Misioneros y acompañantes, incluyendo a muchos fieles, como mártires y santos, pues muchas personas de todo nivel, conservaron diversos objetos que guardaban con veneración, lo que les llevó a considerarlos como verdaderos mártires por la fe, que ocasionó su muerte. Todavía hace poco un profesor de Santiago Papasquiaro me regaló una reliquia.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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