El P. Hernando de Santarén

3333550107_dd87082e26_qEntre los ocho misioneros jesuitas martirizados por los tepehuanos, en noviembre de 1616, el que encabeza el grupo presentado a la Santa Sede solicitando la Beatificación, seguida de la Canonización, es el P. Hernando de Santarén de quien nos ocupamos ahora.

            El asalto de los indígenas estaba planeado para el día 21 de noviembre, fecha en que los Padres jesuitas misioneros en la Nueva Vizcaya bendecirían una imagen nueva de la Inmaculada en El Zape, que era como centro de las Misiones jesuíticas en Guadiana. Pero distintas circunstancias coyunturales precipitaron los acontecimientos y los hechos sucedieron en el transcurso de varios días, siendo el P. Santarén martirizado al último, el 19 de noviembre.

            El P. Hernando nació en 1567 en Güete (o Huete), reino de Toledo, Diócesis de Cuenca;  sus padres fueron los nobles Juan González de Santarén y María Ortiz de Montalvo, señores de un rico mayorazgo y de honda piedad quienes criaron a Hernando en el santo temor de Dios, formando y enderezando la niñez de su hijo. Cuando la Compañía de Jesús fundó un Colegio en ese lugar, Hernando fue ahí internado, donde, desarrollando su índole natural,  creció en edad, en letras y en virtud: se le conocía como temeroso de Dios, honesto en su trato, compuesto en las palabras y en su modo natural de proceder, parecía religioso; tuvo una condición tan blanda y suave, que ni se enojaba con nadie y no daba motivo para ello a otros; fue tan sujeto y obediente que ni en casa ni en las escuelas dio motivo a que le llamaran la atención.

            Abriendo los ojos, comenzó a pensar cómo podría él corresponder a Dios y determinó entrar por un camino de penitencia, mortificación y de servicio en la religión. Pidió con afecto ser admitido en la Compañía de Jesús, y habiendo hecho varias pruebas, en 1582 fue recibido por el P. Gil González de Ávila, a los quince años de edad, quién luego lo envió al Noviciado.

            En el Noviciado, bajo la enseñanza del P. Almazán, parecía nacido para la religión: se distinguió en vida sacrificada, oración, obediencia, modestia, humildad, paciencia y modestia; ayunos, silencio, disciplina y sacrificios; se señaló en el afecto por los enfermos siendo el primero acomedido en servirlos. Se distinguió en deseos ardentísimos por derramar la sangre por Cristo, aunque se consideraba indigno; nada melancólico, taciturno o huraño. Por su modo de tratar a los demás, se distinguía por la virtud de atraer a los demás. Después del Noviciado pasó a estudiar lengua latina y humanidades; luego hizo el Curso de Artes, con mucha aprobación y alabanzas.

            Al fin, Dios despertó en su corazón, vivos deseos de pasar a las Indias recién descubiertas para anunciar la fe y la conversión a los gentiles. Le vino una gran compasión de tantas partes sepultadas en las tinieblas de la idolatría, que le duró toda la vida. En ello le estimulaban las informaciones que llegaban de América; y soñaba con semejantes victorias con ayuda de la gracia divina y aún mayores, si imitara a aquellos Padres en la misma empresa. Esto trataba en la oración frecuente con Dios. También lo consultaba con personas prudentes y espirituales; y por su medio con los superiores. Con cuya aprobación y licencia, sale de su Patria como Abraham, dejando a su familia y las comodidades de su casa paterna, sin conocer la tierra, las gentes y los percances que le esperaban. Sólo contaba con la bendición de Dios y ser padre de muchas gentes.

            Navegó con el P. Ortigosa y desembarcaron en Veracruz el 8 de octubre de 1588. En el viaje ocurrieron muchas enfermedades, oportunidad para que el Hno. Hernando mostrara su caridad y su celo, con que procuraba el remedio, animando y consolando con suavísimas palabras. Con su apacibilidad, modestia y suave violencia, se hizo dueño de los corazones de todos. Todos, admirados y compungidos, le miraban y escuchaban corrigiendo grandes ofensas de la gente de mar a Dios. Sin duda mérito del Hno. Hernando, pero sobre todo, maravilla de la gracia divina en apoyo de un joven de 21 años, ante hombres curtidos en el mar.

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

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