P. Hernando Santarén (4)

3333550107_dd87082e26_qLos continuos trabajos, hambre, sed, frío o calor, fatigas, cansancio, desnudez y el exesivo calor que doblegaba a las personas afectaron la salud del P. Hernando. Sufrió de fuerte calentura y dolencias. Los otros Padres lo atendieron con caridad, pero no habiendo  ni médico ni medicinas, lo enviaron a Culiacán, donde no faltaría atención médica.

            Ahí lo recibió y atendió una noble Señora llamada Dña. Isabel de Tovar y Guzmán, que siempre hospedaba a los Padres. La Señora tenía un hijo de 14 años llamado Fernando, con quién el P. Hernando gustaba conversar; con gusto atendía al P. Hernando a ratos.

            Convaleciendo el P. Hernando, el jovencito Fernando le servía de acólito. El Padre le enseñaba la doctrina cristiana, las oraciones, el modo de examinar su conciencia y de hacer oración mental y otras devociones. Y finalmente dijo a su mamá y a otras personas, que andando el tiempo, Fernando habría de ser un gran Siervo de Dios. Dicho como sucedido, Fernando ingresó a la Compañía de Jesús y mereció ser compañero del P. Hernando en el martirio.

            También Dña. Isabel aprovechó de la comunicación y los consejos del P. Hernando, para dejar su pueblo y la casa de su padre, y viniendo a México ingresó al Monasterio de S. Lorenzo, y fue aceptada en el numero de las esposas de Cristo, en donde vivió muchos años en opinión de santidad.

            El P. Santarén, recuperado de su salud, acompañado por el P. Pedro Méndez, a instancia de los indígenas thaues, quiso hacer un recorrido y Misión por el Valle de Culiacán, predicando el P. Hernando a los thaues en su propia lengua, afligiéndose el P. Méndez  por no saber el idioma. El P. Hernán le consolaba, y pidió a Dios le confortara; los dos pasaron una medianoche en oración pidiendo a Dios ayuda; a la mañana siguiente, por voluntad de Dios, el P. Méndez comenzó a hablar con facilidad la lengua de los indígenas thaues. Dieron gracias a Dios por esta maravilla y se apoyaron en la predicación.

            A finales de 1594, llegó a Culiacán, Hernando Díaz, capitán y teniente del Gobernador en Sinaloa, con doce soldados a su cargo, para iniciar un presidio, que castigara a muerte a quiénes habían martirizado al P. Gonzalo Tapia y apoyaran a los predicadores del Evangelio. Venía también el P. Martín Peláez, Rector del Colegio de Guadiana y primer Visitador de los Padres en Sinaloa. Todos pasaron la Navidad en Culiacán. Y después de Año Nuevo, todos incluyendo al P. Hernando, pasaron a Sinaloa a donde llegaron en 15 de enero del 1595.

            Muy gozoso se encontraba el P. Hernando en Guazave, atendiendo sólo a Dios y a la conversión y cultura de las gentes. Pero, por 1595, fueron presos en Topia, Alonso Isidro y otros delincuentes, acusados de crímenes y pecados graves que en sus confesiones y declaraciones, hicieron cómplices de su maldad a más de 30 personas de la Nueva España, a prelados graves, frailes perfectísimos y sacerdotes sagrados. Cobró tanta fuerza este lamentable incendio, que no encontraban solución, hasta que se fijaron en el P. Hernando, que estaba en Guazave, iniciando la Misión. En nombre de la República de Topia y de la Villa de S. Miguel de Culiacán, fue allá la Autoridad y pidió al P. Hernando que por amor y servicio de Dios, tomara aquel trabajo y fuera a consolarlos. El siervo de Dios se enterneció y no pudo negar lo que se le pedía, “pues grande es el amor de los hijos, recién engendrados en Cristo” (Annua de 1595). En mayo se puso en camino y en junio llegó a Topia. Grande fue el alborozo, los principales salieron a esperarle y recibirle.

           Habló una sola vez  a la gente con la suavidad y dulzura con que Dios le dotó: “no se acongojen; que si el ser acusado fuera culpa, ¿quién sería inocente en el mundo?”.  Fue a la prisión: con pocas palabras habló a los acusadores venciendo la obstinación, algunos se retractaron, libró a inocentes, acompañó a los convictos hasta la hoguera y aquietó al pueblo.

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

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