La Sierra Madre (2)
En las planicies crecían verdes y hermosas arboledas, selvas y boscajes. Sus cortos valles y laderas, se ven poblados de altos pinos con sus piñas y piñones, que sirven de alimento a innumerables papagallos de distintos tamaños y colores, que gritan con exceso, pero disciplinados cantan bien. Vuelan aves bravas y parvadas de pavos de indias, alimento substancial y ligero. Caza de conejo, liebre y codorniz. Se oyen cantos suaves de jilgueros, y otros pájaros grandes y pequeños, de variado plumaje que alegran y divierten la vista.
La sierra produce algodón blanco y pardo. En las laderas de las montañas, hay grandes haciendas de ganados mansos y bravos, de donde se mantienen las minas de carne. Abundan flores a perpetuidad, frutas criollas y de castilla: higos, peras, uvas, manzanas, granadas, duraznos, nueces, moras; en la tierra templada y más caliente sidra, lima, limón y naranjas suavísimas; frutas nativas chirimoya, aguacate, plátano, guayaba, zapote, ciruela, melón, melocotón, caña de azúcar, camote, tuna; y como otras doscientas clases de frutillas silvestres y raíces que sustentan a los nativos la mayor parte del año, supliendo la falta de maíz y otras mieses.
Hay copiosa abundancia de riquísima miel, alguna tan blanca como la misma nieve; los indígenas la descubren con destreza, asechando a las abejas en los aguajes a donde acuden a beber agua cuando el cielo está sereno y limpio de nubes; las siguen velozmente hasta ver donde entran, que de ordinario es el hueco o cóncavo de las encinas, donde labran no menos artificiosamente, no en panales, sino en pequeñas botijas del tamaño de un huevo de paloma, según la capacidad del hueco. No será razonable pasar de largo sobre la Providencia que nos enseña cierto pajarito llamado carpintero: en verano, en un pino seco abre arriba de diez mil agujeros y en cada uno encaja una bellota, como provisión para el invierno, con tal exactitud matemática como si hubiera medido el agujero y la bellota. En las concavidades mayores, cazan lagartos azules y verdes, que llaman iguanas, formidables a la vista, pero de gusto suave y apacible; los europeos, después de pasado el horror, también los comen y les gustan más que las aves. Crían muchedumbre de tigres, osos, leones, lobos, onzas, coyotes, jabalíes y venados grandes. Hay infinidad de palos de variadas virtudes, de drogas y hierbas medicinales, que obran instantáneos efectos y milagros, que si los arbolarios y médicos vinieran a estas partes, y se aplicaran a hacer experiencias, podrían escribir grandes volúmenes de no menor estima y provecho que los de Theofasto, Dioscórides y Galeno.
En las cumbres de estos montes, nacen muchas fuentes purísimas, lanzando cada una hermosos golpes de agua, que descolgándose por precipitadas lozas vivas se despeñan a lo profundo de las quebradas; y calando por lo torcido de sus innumerables bocas y canales, encontrándose unas con otras a corto trecho se convierten en ríos caudalosos; que unos enderezan con presuroso curso al mar del sur y otros al del norte, llenos de maravillosos peces y riberas vestidas de verde y boscaje. Cuando el calor del sol fuerza en los montes la nieve a sudar y destilar el agua, aumenta notablemente la de los ríos, y sin llover causa crecientes; estas son más ciertas en Navidad, con las aguas-lluvias que recogen; entonces, hay en las partes bajas grandes inundaciones, que sobrepasando todos los límites se explayan dos o tres leguas de ancho; y en ocasiones hacen tal estrago que se llevan pueblos enteros, personas, ganados, y cuanto topan por delante. Un Padre Soto, refiere que en 1638, habiendo treinta leguas de distancia entre el río Mayo y el río Yaqui, fue tan grande la avenida que se juntaron los dos; pero con ser tan caudalosos estos dos ríos, en los tiempos secos, el excesivo calor del sol los concentra en la tierra y la arena, de manera que no llega gota de agua al mar; en estas avenidas, resplandece la Providencia Divina, que así sustenta a las provincias de Sinaloa, Culiacán, Piaxtla y Acaponeta, pues siembran por Navidad y cosechan por S. Juan.
En estos ríos se ven muchos caimanes o cocodrilos horrendos, y hacen presa de los descuidados y de los animales; ponen sus huevos y empollan en la arena cercana al río, con cuya humedad y el calor del sol, se forman las crías. Aún siendo fieros, un solo hombre los puede lazar y arrastrar fuera del agua, juntándose otros a estirar, pues, son grandes y fuertes. Se halla en estos ríos, abundancia de truchas, bagres, mojarras, liza y robalo; y de una sola redada, suelen sacar los nativos, cuarenta arrobas de bagres y mojarras. Pero donde es más copiosa la pesca es dos o tres leguas antes de que desagüen estos ríos en el mar del sur, donde de una sola vez, se pueden pescar cuatro o cinco mil arrobas de liza o robalo. En esta Sierra Madre, misionaron el P. Hernando Santarén y otros mártires jesuitas.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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