Confesiones (2)
Retomo hoy el tema de las Confesiones, iniciado el pasado 1 de noviembre, haciendo del dominio público y extractando en varias entregas el largo informe del P. Nicolás de Arnaya, P. Provincial de la Compañía de Jesús en Nueva España, al P. Superior General en Roma, el 18 de mayo de 1617, sobre la rebelión de los Tepehuanes y el martirio de los Misioneros jesuitas, más un dominico, un franciscano y muchos laicos civiles y cristianos.
“Hay en esta Villa una Casa de la Compañía…, cuyo Superior, lo es también de las Misiones de Tepehuanes, Parras, Topia, S. Andrés y Xíximes, que sufrieron la inquietud causada por la conjuración de la nación tepehuana, que ha puesto en aprieto a los españoles y en peligro a toda esta nueva cristiandad, alterando con su mal ejemplo y persuasiones a otras naciones vecinas, a riesgo de haber sucedido como sucedió, uno de los más lastimosos alzamientos y conjuración, que en las Indias se ha visto”.
“La muerte de muchos españoles y pérdida de sus haciendas, han muerto ocho de nuestros Padres, y otros dos religiosos, uno de Santo Domingo y otro de S. Francisco (a esta lista hay que añadir la muerte de muchos indígenas, criollos y negros). Sus manos, con sacrílega crueldad, perdido el temor de Dios, apostatando de la fe, profanando y quemando sus templos, haciendo escarnio de las vestiduras y ornamentos sacerdotales, adorando un nuevo dios, por sugestión y moción del demonio, que por medio de un indio viejo, hechicero, bautizado y apostata e idólatra, que removió a toda esta nación”.
“Este viejo, después de haber recorrido todo el territorio con un ídolo y durante la Cuaresma pasada, entró a los pueblos de Santiago y del Tunal, Decía el P. Tutiño en su informe al P. Provincial: “Verdad es que son tantas mis faltas y pecados, que dudo haya de alcanzar tan dichosa muerte, a lo menos pasaré la vida con extraordinario consuelo al olor de tan suave memoria, como es la que nos han dejado estos nuestros dichosos hermanos, que tan gloriosamente han empleado su sangre; dichosos ellos y plegue a Dios, de servirse que se borren mis culpas, derramando mi sangre, como ellos la derramaron en su honra y por su fe”.
“Podría referir otras cosas de otros Padres y del buen celo y ánimo que el Señor les comunica, con que gloriosamente procuran conservar lo ya ganado, y corresponden al oficio de buenos pastores, que aunque ven el ganado esparcido y alterado con las astucias y ardides del lobo infernal tienen ofrecidas sus mismas vidas, y las darán por no desamparar a sus ovejas, con la guerra espiritual que estos ministros de nuestro Señor hacen al demonio, dando bien claro testimonio de respuesta al ídolo, que en estos días se comunica y trata, a los indígenas que hicieron una casita donde depositaron al ídolo y a donde acudían a saber el resultado que tendría la guerra”.
“Una vez, fueron a presentarle muchas quejas, pues no les cumplía la palabra que les había dado, ni salían ciertas sus promesas de que los que murieran en la guerra resucitarían a los siete días…que sin duda los engañaba. A esto respondió el demonio, que prosiguieran en la guerra, porque si la dejaban perderían, y que él no les podía ayudar más, por la resistencia que le hacían los del Virreinato: así le hicieron confesar la verdad al que es padre de la mentira; y así los que gloriosamente han muerto, desde el cielo, y los que quedan, con sus oraciones les ayudan a deshacer sus planes y engaños, buscando llevar tras de sí tantas almas de los engañados indígenas”.
Espléndido testimonio de la experiencia general de los misioneros jesuitas en la Provincia de la Nueva España y en la consiguiente nueva Diócesis de Guadiana. Estando en estos días cerradas las oficinas del Arzobispado, donde guardamos el Archivo del Proceso; a fines de la semana próxima ya tendremos nuevos datos de lo ahí contenido.
Mientras tanto, me es grato expresar a los lectores de esta columna, mi afectuoso saludo y mis amplios augurios de gracias espirituales y de bienestar corporal, como dones de Nuestro Padre Dios, Providente y Misericordioso: SALUD, GRACIA Y BENDICIONES PARA EL AÑO 2016.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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