Informe P. Nicolás de Anaya (4)

                3333550107_dd87082e26_q  “Tubo el P. Cisneros alguna luz, de la alianza que en si tramaban los tepehuanes, y por prevenirla, si pudiese, previno al Casique y principal de los indios  (en Santiago), llamado D. Francisco y a otros dos sus allegados, que todos tres eran de confianza, para que entendiesen de los demás indios su designio, los redujesen a mejor y más considerada determinación”.

                  “Ellos, lo hicieron y fueron a (Atotonilco), un pueblo, cuatro leguas de Santiago, a rastrear lo que se temía, porque ahí estaba el mayor golpe de aquel partido, y llegados, echaron mano del casique, azotándolo de antemano, después lo mataron a él y a otro de los dos,  porque se inclinaban a los Padres y exhortaban a paz, y el tercero se escapó y pudo volver a dar aviso”.

                  “La noche antes que fuese el dicho don Francisco, habían llegado dos cubiertos y arrebozados, al teniente del Alcalde Mayor, avisándole que se guardase, porque los tepehuanes trataban de alzarse, y queriéndolos reconocer se le desaparecieron; con esto y con la muerte de D. Francisco, aquel mismo día que fue martes 15 de noviembre, al anochecer, dio orden al teniente y capitanes, cómo los españoles y demás gente menuda con los Padres, se recogiesen a toda prisa a la iglesia, asegurando todos los que podían peligrar, hombres y mujeres, con algunos indios amigos, porque ya había nueva que se habían juntado doscientos de pie y de a caballo, para dar de improviso sobre los nuestros”.

“Vinieron pues a nuestra iglesia y casas, y el miércoles, al amanecer, al mismo tiempo que los de Santa Catalina, que mataron al P. Hernando de Tobar, pusieron estos cerco a los Padres y españoles en la iglesia de Papasquiaro. Y, aunque los enemigos corrían alrededor de la casa e iglesia, para que nadie saliera y se escapase, con todo eso, hubo orden de los de dentro de dar aviso pidiendo socorro al Gobernador de Guadiana que está 25 leguas de ahí”

“Este aviso llegó el jueves 17 a las once del día, con que al punto de comenzó a disponer el socorro, a que se puso más fervor, cuando el mismo día por la tarde, llegó otra carta desmandada y sin firma ni sobrescripto, que entre otras palabras lastimosas decía: socorro, socorro, socorro, socorro Señor Gobernador, que estamos a punto de muerte. Con que el Señor Gobernador hizo con más diligencia cata de las armas y municiones y lo demás necesario: hizo abrir los almacenes, reales y sacar de ellos pólvora, arcabuces cotas, y las demás armas que en ellos había y armó veintiséis soldados que fuesen en compañía del capitán Martin de Olivas”.

“Este día, que acá se disponía el Capitán con su gente, los indios en Santiago hacían muchos daños, robos, muertes y otras insolencias en los caminos y haciendas, dando combates a los cercados y poniendo fuego por dos veces a las puertas de la iglesia en que estaba el Santísimo Sacramento; y a vista de los Padres y de los demás cercados, de una ermita cerca de la Iglesia sacaron una Imagen de nuestra Señora, y la cargó uno a cuestas, dándole dos de ellos muchos azotes, argumento de que su osadía era en odio de la fe, con no poco dolor y sentimiento de los de dentro que no lo podían remediar, por ser pocos, mal armados y nada prevenidos. Sacaron también un Crucifijo de una casa, y la hicieron pedazos en una esquina y la arrastraron a vista de los españoles , llamándole ladrón, borracho y haciéndole mil oprobios. A la Cruz que estaba en el cementerio de la dicha iglesia, a forma de jugar lanzas o sortija, los de a caballo con lanzas y los padrinos la justaban, hasta que la hicieron pedazo. Y,   a dos o tres indias, una mexicana y otra tepehuana, que fueron las que entonces y después animaron a los indios al alzamiento, las pusieron en las andas de las imágenes bárbara y sacrílegamente, ofreciéndoles los despojos a manera de premios, como se suele hacer en las sortijas”.

“Defendíanse los cercados por todo el jueves, y con los pocos arcabuces y munición que tenían, mataron algunos de los enemigos, quedando también heridos de las flechas algunos españoles, hasta que el viernes al amanecer creció el ímpetu de los indios, porque entonces llegaron a Santiago los de Santa Catalina, quienes ahí habían martirizado al P. Hernando de Tobar y los de Atotonilco, con que era casi quinientos indios de a pie y de a caballo, con nuevos bríos de destruir a los cercados”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

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