Carta del P. Nicolás de Anaya (5)
“Y visto que no podían rendirlos, primero quemaron todas las casas del pueblo, luego pusieron fuego a nuestra iglesia y al tiempo que se iba quemando sin poderlo reparar los de dentro, un indio de los enemigos, llamado Pablo, a voces dijo que ellos eran cristianos, y que para que los de dentro escapasen vivos les entregasen las armas, con que volverían a la amistad, ofreciendo paz con traición y engaño, queriendo más tenerlos en las manos para ejercitar su bárbara crueldad, que no que el fuego los acabase”.
“A esta voz, hubo diferencia entre los españoles acerca del modo de aceptar el partido; y tomóse resolución de despacharles a los indios otro que le dijese que ellos no querían más que salir allí y dejándoles sus tierras, venirse a la Villa de Guadiana; lo cual al punto harían, con que no les hicieran más daño. Los rebelados respondieron que saliesen en buena hora. Con esto pusieron en orden su salida, y porque tenían aún el Santísimo en la Iglesia y lo pudieron consumir, deslumbrados con las muestras de arrepentimiento de lo hecho que los indios supieron bien fingir, sacó el P. Diego de Orosco la Custodia en las manos, y el teniente Juan de Castilla una Imagen grande de la Virgen, saliendo los demás en orden de procesión”.
“Entonces los tepehuanes de a pie, falsamente reconciliados, llegaban a la Custodia e hincados de rodillas la adoraban, besaban las manos a los padres, con que pensando los nuestros que el trato era sin ningún dolo, se iban asegurando. Los indios recelosamente mostrando recelo de las armas de los españoles, y de los Capitanes, que entre ellos venían, que para asegurarse les diesen los arcabuces, pues no podía ellos usarlos pues no tenían munición. Visto ya el manifiesto riesgo, más fuerza que de grado, se los hubieron de entregar, pues era pocos para la defensa, juzgando ser lo más seguro, hacer como dicen de ladrones fieles. Quedaba un capitán con la espada en la cinta, llegó un indio y se la quitó. Legando a medo del cementerio , el P. Orosco, con blandas y amorosas razones les advirtió que Aquel Señor, que ahí estaba, los había criado y redimido, y que el que llevaban adelante el arrepentimiento de los hecho, había de tomar de ellos venganza por aquel agravio e injuria que recibían sus cristianos. Le dijeron que mentía, que nuestro Dios no hablaba como el suyo, que les había dicho ese día que les había dicho que todos los cristianos habían de morir”.
“Y, permitiéndolo así nuestro Señor, para que constase que los mataban en aborrecimiento de nuestra Sta. Religión, al punto embistieron con la Custodia y el Santísimo Cuerpo de nuestro Redentor, y se la quitaron el Padre y dieron con ella en la pared; y al tremendo Sacramento lo acocearon y pisaron y dieron con ella en el suelo, haciéndolo pedazos y diciéndole horrendas blasfemias; hicieron pedazos la Imagen de Santísima Virgen, como había hecho con la otra de bulto”.
“Mataron a los dos Padres Bernardo de Cisneros y Diego de Orozco cruelmente y a todos los españoles y gente que son ellos habían salido, hombre y mujeres; y antes que mataran al P .Orozco, lo trajeron en alto ocho indios, diciéndole por escarnio Dominus Vobiscum, y respondiendo otros Et cum Spiritu tuo, y otras palabras de la Misa; y tirándole una flecha, le atravesaron la espalda de una parte a otra”. “Testigos oculares, declaran que habiendo los enemigos sacado de la Iglesia a los dos Padres, dieron una lanzada y un macanazo al P. Cisneros, de los cuales y otros golpes murió; y que luego otros tres indios acometieron al P. Diego de Orozco, y mientras dos lo sostenían por los brazos en forma de cruz, el tercero, con una hacha le abrió por medio el cuerpo de arriba abajo ; y el Padre decía cuando lo sostenían, y antes de que le dieron el primer golpe: hijos míos, hagan de mí lo que quieran, que por mi Dios, muero”. Y diciendo esas palabras, le dieron el primer golpe y el Padre entregó su alma al Creador en suavísimo holocausto”.
“Quedaron escondidos en un confesionario tres hombres españoles y tres niños. Quienes, por haberse embriagado después los indios con cantidad de vinos que robaron de una recua, pudieron salirse a media noche, y de ellos, unos aportaron a la Sauceda y otros a Guadiana, viniendo por sierras y quebradas muy fuera de camino, sirviendo de guía los niños más pequeños. El mismo viernes que sucedía esta lastimosa tragedia en Santiago, salía de Guadiana el Capitán Martín de Olivas, para dar apoyo a los cercados; más habiendo pasado de La Sauceda que está a ocho leguas de Guadiana, tuvo razón de los derrotados, del estrago hecho, con que regresó a la Sauceda, donde llegó también el P. Francisco de Arista, para trazar de más cerca lo que conviniese”.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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