Carta-Informe del P. Nicolás de Anaya (6)
“El Capitán de Olivas volvió a la Estancia de La Sauceda, donde llegó también el P. Fco de Arista, para trazar de ahí como de más cerca lo que más conviniese al reparo de aquella y de las demás Misiones. “Apenas hubo entrado el Capitán Olivas en La Sauceda cuando dio sobre ella un ejército de enemigos. Salió algunas veces y tubo algunas escaramuzas con ellos a vista de su puesto, unas veces a pie y otras a caballo, con advertencia de no alejarse en seguimiento de los enemigos, porque su ánimo era sacar a los españoles al monte, para poder desde ahí, más a su favor, destruirlos. El Capitán, hizo pues, su asiento en La Sauceda, por tener mejor aparejo de casa y de bastimentos necesarios, así para su gente como para el capitán Cordejuela, que con buen número de soldados llegó casi al mismo tiempo, y para la demás gente circunvecina, que de las haciendas y puestos comarcanos vinieron a guarecerse, donde vinieron los enemigos y cercaron La Sauceda, haciendo varios asaltos y acometimientos con que los tuvieron en aprieto, haciéndoles mucho daño y llevándose cabalgaduras, que por no haber dentro bastimento para ellas, era fuerza sacarlas a pastar al campo”.
“Estuvieron los Capitanes Olivas y Cordejuela en La Sauceda cuarenta y dos días, defendiendo aquel puesto, y sería largo contar los casos que en esos días sucedieron: los enemigos acometieron cuatro veces en diferentes días, siempre más reforzados de gente de a pie y a caballo; cada vez que venían intentaban entrar tres o cuatro veces, siempre en su daño que se les hacía con los arcabuces huyendo ellos y recibiendo poco daño los nuestros de su flechería, con que se retiraban. Se peleó con ellos otras tres veces en campo raso y otras dos fue el Capitán Olivas a buscarlos a sus rancherías y les dio albazos, matándoles en todas, cantidad de gente y saliendo victorioso; saqueó mucha parte de lo que habían hurtado, sacándoles los ganados y haciéndoles muchos otros daños, sin perjuicio alguno de los nuestros. Cogiéronse aquí a los principios dos indios, que pensando que esto era ya acabado, se entraron descuidadamente con sus arcos y flechas, y de ellos se supo el designio de los conjurados, de destruirlo todo hasta la Villa de Guadiana. Luego que se les tomó su confesión, fueron ahorcados”.
“En uno de los postreros asaltos, mató el Capitán Olivas muchos de los culpados en la matanza de Santiago; les quitó muchas armas, arcabuces, cueros y espadas, ropa, frontaleras, albas y otros ornamentos del culto divino, con que se pusieron en huida, aunque después tornaron a seguir a los nuestros; que tuvieron por mejor, habiéndoles quemado sus rancharías y casas, se retiraron con la presa a salvo y sin pérdida de soldado alguno y volverse a su puesto de La Sauceda, donde estaban ya recogidas más de cuatrocientas personas de nuestra gente, y visto que conservar aquel paraje no era de ningún efecto, pareció conveniente que los que ahí se habían congregado, se viniesen todos a la Villa de Guadiana, haciéndoles escolta los Capitanes Olivas y Cordejuela con sus soldados, como en efecto lo hicieron”.
“El mismo día que sucedió la muerte de los Padres Bernardo de Cisneros y Diego de Orozco en Santiago, hubo otro no menos lastimoso suceso en S. Ignacio de El Zape, con la muerte de los Padres Juan del Valle, Luis de Alavés, Juan Fonte y Gerónimo de Moranta, donde murieron también diecinueve españoles, que de Guanaceví habían venido a El Zape, a prevenir las fiestas que se había de hacer a honra de la Presentación de la Virgen Santísima, dedicándole un altar con una preciosa imagen. Mataron también más de sesenta negros y gente de servicio de los españoles, que estando quietos y sosegados, en la Iglesia de dicho pueblo de S. Ignacio, dieron de improviso los indios sobre todos ellos y les quitaron cruelmente la vida; el viernes dieciocho de noviembre, al Padre Juan del Valle y al Padre Juan de Alavés con los demás, y el sábado siguiente (19 de noviembre), un cuarto de legua fuera del pueblo, a los Padres Juan Fonte y Gerónimo de Moranta que venían de sus partidos a congregarse, como solían, y celebrar la fiesta en El Zape. Solo escapó un muchacho que pudo dar aviso a los de Guanaceví, de que los indios de El Zape andaban bregando con los españoles, que estaban con los Padres. Este avisó, y certificárnosle del hecho en que, aquella noche no había ido, como solía, el P. Luis de Alavés para decirles Misa al día siguiente”.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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